Terapia en el antro
Situaciones que logran más avance que meses de terapia psicológica
El sábado fui a un antro con un amigo. Ya se la saben: a los veinte minutos me estaba quejando de lo fuerte de la música, del humo del cigarro y la mala ventilación del lugar. Lo peor es que ya había ido a ese antro y juré no volver, pero no sé, quizá con el paso del tiempo minimicé la mala experiencia.
Es una cuestión extraña, parecida a las mujeres que luego del primer parto dicen No vuelvo a tener hijos y al cabo de dos años ya están de nuevo embarazadas. Para no caer en ese juego de la memoria saqué mi celular y escribí en una nota un recordatorio: no volver a venir a X. No negociable. Luego abrí Facebook con el fin de ponerme a escribir la anécdota de esa noche cuando llegó la mesera y destapó una cerveza delante de mí.
-Te mandan esta cerveza- dijo.
-¿Quién?
Ella cerró su boca con la mano, como si en sus labios tuviera un zíper. Experimenté la energía que deben sentir los pavorreales cuando su cola comienza a vibrar y termina por formar un abanico. Una persona me estaba observando con atención así que puse mi mejor cara para no defraudarla oioioi. (Que valga la pena el dinero invertido di).
Como yo no tomo alcohol le di la botella a mi amigo. Nunca supe quién la enviaba y nadie se me acercó. Fue solo un “Salud por tu presencia y ya quita esa cara que amargas la noche, bebé”.
Cuando salimos pregunté que cuánto costaba la cerveza y me dijeron que $55. Media tapa de huevo, pensé de inmediato. Ni modo, la vida de foráneo me obliga a calcular las cosas en productos de la canasta básica.
En fin, tantos meses de terapia para superar los complejos y llega un ser anónimo a destruirlos con una cerveza (que ni me tomé). Podría ser un recurso eficiente para pacientes difíciles. Ojo aquí, psicólogos.