Triste cuadro

Opinión
/ 5 agosto 2024

Allá por 1979, José López Portillo, a la sazón Presidente de la República, recibió un valioso obsequio. Se trataba de una pistola de finas cachas de plata grabadas con escenas de la Revolución. Esa arma había pertenecido a Pancho Villa. Quien se la enviaba era Juan Sánchez Navarro, rico empresario de la cerveza y consejero en todos los organismos privados habidos y por haber.

A raíz del regalo surgió entre el Presidente y el empresario una muy buena relación. Para eso, supongo, son tales obsequios. Pasó el tiempo, salió López Portillo de la Presidencia, y muchas cosas empezaron a sucederle que lo dejaron lleno de quebrantos de alma y cuerpo. Cierto día un militar de alta graduación se presentó en la oficina de Sánchez Navarro. Le dijo que le llevaba un mensaje urgente de don José López Portillo, y le entregó un sobre cerrado que llevaba una anotación: “Personal”.

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En presencia del militar abrió don Juan la carta manuscrita, y la leyó. Decía lo siguiente:

“Mi estimado Juan: Primero un saludo afectuoso, y recuerdos de antigua amistad. Después: resulta que fui el dueño del cuadro ‘Pirámide de sandías’, pintado por Rufino Tamayo.

Pues bien, don Juan: fue muy dura la decisión de desprenderme de ese cuadro tan entrañable, pero la necesidad tiene cara de... vendedor de cuadros de Tamayo. ¡Ni modo!

Me dio gusto, en todo caso, que fuera usted el adquirente. Por ello, y por la seriedad de la carta y la firma (8 de los corrientes), acepté el precio por usted propuesto y convalidé la entrega del cuadro.

Con base en ello formalicé compromisos supeditados a la venta de esa pintura, en la total certidumbre de que el 15 de agosto de este año dispondría yo del precio.

Ahora estoy en una situación que llamaré desairada frente a mis acreedores, y, aunque estoy vendiendo otros cuadros (del Dr. Atl, por si le interesan) todavía no lo logro (el precio), y estoy muy incómodo.

Tal es mi situación, don Juan.

Con un saludo muy afectuoso de

JOSÉ LÓPEZ PORTILLO”.

Al leer esa carta palideció Sánchez Navarro:

-Señor −dijo al militar−. Por favor informe usted a su jefe que no tengo ni la más remota idea del asunto que me trata en esta carta. Pídale de mi parte que me dé una cita, o que me llame por teléfono para aclarar el asunto.

Pocas horas después, en efecto, el ex Presidente se comunicó con él. Le dijo que una sobrina suya −de López Portillo− y una sobrina de don Juan, sabedoras de que estaba vendiendo su colección de pinturas, le pidieron el cuadro de Tamayo para llevárselo a Juan Sánchez Navarro. Le dijeron que seguramente se interesaría en adquirirlo. López Portillo, confiado, les entregó la pintura. Ellas regresaron al cabo de unos días y le mostraron una carta escrita en papel membretado de la Cervecería Modelo y con la firma de Sánchez Navarro, en la cual el empresario aceptaba comprar el cuadro, y ofrecía por él la suma de 800 mil dólares.

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En entrevista posterior López Portillo le mostró a don Juan la dicha carta. Era una evidente falsificación. No volvió a ver su cuadro el ex Presidente, y desde luego nunca vio el dinero. Ni López Portillo ni don Juan Sánchez Navarro hicieron nada en contra de las sobrinitas, para no provocar un escándalo.

-¡Válgame Dios! −exclamó el militar al tener conocimiento de lo que había pasado−. Ya volvieron a estafar a mi jefe.

Y añadió, seguramente sin pensar bien las palabras:

-Como ésta ya le han hecho varias perradas.

“Perradas” dijo al hablar del que juró en vano defender el peso como un perro.

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