Dulces muy dulces
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Hace unos días estuve en Guanajuato capital. La ciudad ha cambiado mucho desde los tiempos en que, director yo del Ateneo glorioso, llevaba cada año a un grupo de muchachas y muchachos al Festival Cervantino. Entonces esos festivales eran un gozo del espíritu; actualmente −me dicen− son una gran cantina y fumadero de la que antes se llamaba “la fatídica yerba” y ahora ya no. Lástima.
En Guanajuato fui a una librería de viejo que está cerca de la plazuela de San Roque. Encontré ahí un libro delicioso, por su edición −1907− y por su contenido. Es de recetas de dulces mexicanos. Nuestro país, de sobra está decirlo, es rico en cosas ricas. Los postres de México son infinitos en número e insuperables en sabor. De ellos han hablado insignes comilones: Alfonso Reyes, Joaquín García Icazbalceta, Artemio de Valle Arizpe, Salvador Novo, José Fuentes Mares. Este último señor entregó en su libro “Nueva Guía de Descarriados” un sabio itinerario para los que gustamos de comer y beber bien.
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En este momento me doy cuenta de que todos los señores que cité eran conservadores, de derecha. En efecto, los liberales y gente de la izquierda no saben de los placeres de la mesa. Y si no fíjense en los rostros de don Benito Juárez y don Lázaro Cárdenas, por citar dos austeros ejemplos nada más. Se ve a las claras que ambos sufrían de dispepsia, y que andaban siempre al mal traer con úlceras, constipaciones y otros mayores males gástricos. Igual se veía otro izquierdista, don Vicente Lombardo Toledano. Dios los tenga a los tres en su Santo Reino.
Decía un cierto señor: “Comer hasta reventar. Ya lo demás es gula”. Y digo yo: “En cosas de comida, de lo bueno poco. Y de lo poco mucho”. Un chiquillo de mi calle, la de General Cepeda, fue a la iglesia de San Juan Nepomuceno a confesarse con un sacerdote que un día a la semana comía en su casa: “Acúsome, padre, que dice mi mamá que usted es muy tragón”.
¡Cuántas sabrosuras hallé en ese antiguo libro tan sabroso que antes dije! Leamos algunas de las dulcísimas galas que presenta, todas con nombres peregrinos:
Melones lecheros.
Asado de peras.
Huevos nevados.
Bavaroise de tuna.
Caramelos de café con leche.
A mí con sólo escribir esos fantásticos nombres se me hace agua la boca.
¿Me creerás si te digo que existe un postre que se llama “Molletes de frijol blanco”? Es un dulce hecho con frijoles. Si no me lo cree he aquí la receta:
“Se ponen a cocer los frijoles en agua clara, después de
remojarlos durante la noche. Cuando estén bien cocidos
se muelen muy bien y se mezclan con una poca de leche,
polvo de canela, yemas de huevo y azúcar al gusto. En
una sartén con bastante manteca se van friendo cucharadas
hasta que doren; se colocan en un platón; se les da un
baño de almíbar perfumado con coñac, y se adornan con
almendras y pasas. Finalmente se sirven y se comen”. (Claro, pa’ eso son).
Frijoles y coñac en una misma receta. ¿Podrá verse tal cosa en otra parte a más de en México?