Un día eterno y un concierto inolvidable: La OFDC y Jorge Ramón Pérez-Gómez
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Hoy ha sido un día largo. Comenzó a las 6:00 a.m., y ahora, a las 2:22 a.m., he decidido no esperar más para escribir sobre el concierto que tuve la dicha de presenciar ayer.
La Orquesta Filarmónica del Desierto presentó su concierto Independientemente Revueltas, bajo la dirección del maestro invitado Jorge Ramón Pérez Gómez, con el pianista Fernando Saint Martín como solista. El programa estuvo compuesto por obras de Silvestre Revueltas y Manuel M. Ponce, para cerrar con el emblemático Huapango de José Pablo Moncayo.
¿Por qué una bailarina escribe sobre música?
En el artículo ‘La orquesta: una danza en sintonía con el universo’, compartí mi fascinación por la conexión entre movimiento y sonido, la belleza intrínseca de las artes vivas, y cómo las vibraciones que sentimos al presenciar música en vivo son como la creación misma del universo: una danza cósmica que atraviesa cada partícula de nuestro ser.
Ya en ese texto, mencioné que la figura que más me intrigaba era la del director de orquesta. Cito:
“Esta persona para mí es cien por ciento movimiento, y creo que viaja en tiempos cuánticos, pues para dirigir debe escuchar anticipadamente los sonidos que se ejecutarán, y a través de su coreografía, comunica a todos los instrumentos cómo el sonido va a dialogar. ¿Qué piensa un director de orquesta? ¿Cómo codifica los movimientos-sonidos? ¿Cómo siente y cómo viaja el sonido por su ser?”.
Todo esto cobró un sentido más profundo al ver en escena al maestro Jorge Ramón Pérez Gómez. Su forma de dirigir era una danza. La pasión, la entrega, y el deseo de comunicarse con la orquesta se manifestaban claramente en sus movimientos. Desde mi perspectiva como bailarina, observé cada gesto y lo interpreté desde la sensibilidad del cuerpo.
Cada músculo de su ser estaba implicado en esa comunicación. Los movimientos eran suaves y alargados, pero de repente, se quebraban en staccatos enérgicos, como si vinieran de su interior más profundo. Estaba completamente presente, escuchando, hablando con su cuerpo en un plano invisible, pero a la vez tangible.
Imágenes de la música
Mientras escuchaba a Revueltas, mi mente viajaba al cine de la Época de Oro mexicana: La Perla, Macario, e incluso las fotografías en blanco y negro de Juan Rulfo. La música evocaba esas imágenes, como si cada nota pintara una escena nostálgica y poderosa.
El intermedio trajo a Manuel M. Ponce, interpretado por el maestro Fernando Saint Martín. Su ejecución fue un viaje en tres tiempos, cada pieza respiraba y evolucionaba. Hubo un instante mágico que capturó mi atención: el sutil desprendimiento de las manos del piano, como si aún estuvieran conectadas al instrumento, elevándose con la delicadeza de un cisne en su último suspiro. Fue un momento de exquisita belleza.
Entonces, en medio de ese silencio absoluto, alguien en la audiencia no pudo contenerse y comenzó a aplaudir. Aunque la norma dicta no aplaudir entre movimientos, ese gesto genuino fue hermoso. Al final, la ovación al maestro Saint Martín fue tan fuerte como merecida.
Huapango: el corazón de México
Para el cierre, Huapango de Moncayo. Confieso que esta pieza siempre me emociona hasta las lágrimas, especialmente porque es una de esas obras que disfruto con mi padre. Ambos sentimos ese amor por México que esta música despierta, una emoción que nos llena el alma.
Desde mi asiento, no pude evitar bailar con el maestro Pérez Gómez, moviendo mis manos al compás de los movimientos que él entregaba a la orquesta. Sonreía al ver a alguien tan entregado, libre y apasionado por su arte. Me llenó de vida.
La imagen que tenía del director de orquesta se materializó frente a mí. No conozco los aspectos técnicos de la dirección, pero sé reconocer el movimiento que viene del alma. Y eso fue exactamente lo que presencié: una coreografía del espíritu, imposible de fingir, más allá de la técnica. Un arte puro.