Una cosa es la resistencia y otra las ganas de fastidiar

Opinión
/ 30 junio 2024

México, desde siempre, ha sido un país plagado de injusticias que han provocado grandes desigualdades, una pobreza escandalosa y la exclusión de grupos minoritarios que de forma sistemática fueron borrados del mapa social por múltiples razones, de manera particular, por la indiferencia.

Esto, desde el principio, hizo que se desencadenarán una serie de protestas y reclamos que generaron lo que técnicamente se ha llamado resistencia. La resistencia, como afirma Foucault, se construye con base en situaciones límites donde se dan casos de cancelación de libertades y de ligas con el poder, sus prácticas y sus discursos. Resistencia y poder siempre van juntos.

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Ante gobiernos hiperpoderosos que basaron su hegemonía en el control poblacional, en un presidencialismo a ultranza y en una estructura corporativista que no daba lugar a otra forma de hacer, de pensar y de decir, la resistencia fue fundamental. Reductos de intelectuales, académicos, activistas, líderes sociales jugaron un papel esperanzador de 1929 al 2000. Ahí están los nombres, ahí están los movimientos, ahí están los que mantuvieron encendida la flama de la utopía.

La resistencia tuvo que ver con todos los movimientos que se realizaron en la Colonia –se requiere otra reflexión más para nombrarlos–, anteriores a los reclamos de Hidalgo, Morelos y todos los demás independentistas que se quedaron sólo en eso, y se concluyeron 11 años después con la coronación de Agustín de Iturbide como emperador. Seguro Hidalgo y Morelos se revolcaron en la tumba. Así con los gobiernos conservadores a los que Juárez combatía y la resistencia de la que él formó parte cuando deambuló con la llamada presidencia itinerante por todo el país. En otro momento, la resistencia que conformaron los diferentes líderes guerrilleros que se opusieron al gobierno del general Díaz y que dejaron como saldo entre 2 y 3 millones de personas fallecidas.

Como de la misma forma en el periodo postrevolucionario, ante el abuso y la soberbia de todos los generales victoriosos de la Revolución que conformaron el PNR (Partido Nacional Revolucionario), el antiguo y primigenio PRI, surgió la resistencia conformada por ferrocarrileros, maestros, médico, activistas rurales-urbanos y estudiantes que pusieron la base del fin del llamado sistema político mexicano y por el 2000 del partido hegemónico. Perfectamente se puede ubicar la resistencia, con nombres de personajes, movimientos e ideologías.

En setenta y un años de gobierno de un sólo partido en México, aunque se piense lo contrario, siempre hubo conatos de resistencia. Desde la creación de un partido liberal, humanista e ideológicamente partidario de la justicia social, la dignidad humana y la solidaridad; hasta movimientos sindicales, estudiantiles y de profesionistas que reclamaban mejores condiciones de vida. En últimos tiempos, de grupos minoritarios que se sentían y que objetivamente eran excluidos de las políticas públicas del estado mexicano.

Lo mismo ocurrió con reductos de izquierda que permanecieron fieles a sus ideales del 2000 hacia acá, que fueron pacientes y que llegaron al poder en 2018. Fue la resistencia que los llevó a proponer una forma distinta de gobierno a la que estábamos acostumbrados y que ha generado urticaria y comezón a 16 millones 502 mil 458 personas –votos– que tenían una preferencia y visión de país distinta a la de 33 millones 226 mil 602 de personas. Por supuesto, hay mucho que cuestionar sobre el tema de las formas.

Ahora toca a estos 16 millones 502 mil 458 personas generar la estructura y la organización de la resistencia. Por supuesto, a los líderes que salieron de la penumbra y se volvieron visibles. Me refiero a analistas tradicionales, a los comunicadores de siempre, a los escritores de novelas y dueños de editoriales que ya no fueron “apapachados”, a los locutores que se sintieron agraviados, a los dueños de los medios que ya no fueron beneficiados, a los académicos que no están de acuerdo con el oficialismo a las que le asiste el derecho a la resistencia y ese no puede darse a partir de noviembre del 2029.

Se requiere de un programa claro, definido y comprometido, y no un proyecto emergente, sin ideas, con las propiedades del agua, sin pies ni cabeza, como el que presentaron en las elecciones que acabamos de pasar. Se trata de poner manos a la obra desde ya. ¿Podrán? ¿Lo harán? La resistencia es creación, potencia, fuerza, posibilidad, trabajo, compromiso e ideas claras que generen sinergia en la sociedad. Hasta el momento me ha quedado claro que para quienes han manifestado su inconformidad con el resultado de las elecciones, una cosa es la resistencia y otras las ganas de fastidiar.

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Se trata de dejar a un lado el foco, la soberbia, los egos, los trabajos sectarios, los intereses personales y el gusto por el dinero, para pasar a la sinergia de un trabajo en conjunto. Se trata de conformar una organización, una estructura y responder a una forma y a un estilo de gobernar, con el que hasta el momento muestran su inconformidad y del que han manifestado, un día sí y otro también, su descontento. Sólo así podrán pasar de la crítica mordaz, injuriosa, insultativa basada en conjeturas a acciones concretas con una agenda y objetivos claros.

Aunque ni son las condiciones ni los contextos que se vivieron en tiempos de la Colonia, la Independencia, la Reforma, el periodo revolucionario y postrevolucionario o durante el Maximato priista y en la parte final del sistema político mexicano, toca reinventarse quienes −de forma oculta y quienes dieron la cara− participaron en la contienda 2024, dejarse de habladas y de insultos que no comprometen y ofrecer una defensa férrea, activa y permanente del proyecto de nación –si lo tienen– rumbo al 2030. Así las cosas.

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