El sucio poder
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La Reina Isabel de Castilla, la católica, era una mujer reconocida por sus brillantes estrategias bélicas gracias a las cuales expulsó a los musulmanes del reino de Granada y de la península Ibérica tras una dominación de cerca de 800 años. Se cuenta que, tras entregar las llaves de la Alhambra a los reyes católicos, el último sultán islámico de Granada, Boabdil el Chico, fue increpado por su madre, la sultana Aixa, con una frase que hoy sigue recordándose como el mayor ejemplo de ternura maternal: “Lloras como mujer lo que no pudiste defender como hombre”.
Por otro aspecto fue conocida la monarca que patrocinó los viajes de Cristóbal Colón y que por pura chiripa encontró el Nuevo Mundo, y no me refiero a la tienda de telas que hace casi 140 años fundó en la Ciudad de México el español Bernardo García Robles y Ordoñez.
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Isabel la católica, además de ser una gran estratega militar, de haber logrado la unificación de los reinos de España, y de emprender la evangelización en las Indias, era famosa por ser bastante hedionda. Incluso ella se jactaba de ser una mujer que sólo había tomado dos baños en toda su vida: uno al nacer y otro antes de su matrimonio. Precisamente por aquella época, a mediados del siglo XV, surgió la idea entre la nobleza de que las novias portaran un buqué perfumado para que no tuvieran un olor tan desagradable el día de sus bodas. Otra costumbre entre las damas de la realeza era portar siempre un abanico decorado por pintores reconocidos para que se cubrieran sus dentaduras podridas y para evitar que llegara su mal aliento a quienes las rodeaban. En aquellos años finales de la Edad Media entre más deteriorados y amarillentos tuvieran los dientes, más poderosas se les consideraba a las mujeres de la nobleza. Esto se debía a que tener acceso al azúcar, un producto prohibitivo en aquél entonces por su precio, era signo de riqueza y privilegio. También eran muy comunes las tiaras y los sombreros entre las monarcas para evitar que cayeran sobre la comida los piojos que vivían a sus anchas en sus largas y sebosas cabelleras.
¿Pero a qué viene esta historia esta historia tan asquerosa y repugnante? Pues a la certeza de que Andrés Manuel López Obrador es uno de los presidentes más cochinos de la historia moderna de México, y no me refiero a sus hábitos de higiene personal, sino más bien a su manera de gobernar.
Desde que se convirtió en presidente, inmediatamente demostró que lo suyo es la venganza. Se encargó de que ingresara a la cárcel a Rosario Robles, acusada de ser una de las principales autoras de La Estafa Maestra, en tiempos de Peña Nieto. Sin embargo, y después de tres años de estar en prisión, nunca se demostró su participación en dicho desfalco.
En una venganza arremetió un día sí y el otro también contra medios de comunicación que en su momento le fueron adversos. Sus ataques cotidianos eran contra Reforma, El Universal, TV Azteca, Latinus, y para periodistas como Carlos Loret de Mola, Ciro Gómez Leyva y Joaquín López-Dóriga, entre otros. No fue casualidad que durante su sexenio se rompiera el récord de periodistas asesinados y desaparecidos.
Si hay algo que no tolera AMLO es la crítica y las revelaciones periodísticas, sobre todo las difundidas en Latinus, al grado que ha echado mano de todo el poder del estado para investigar, por medio de la Unidad de Inteligencia Financiera, a los dueños de dicho medio, a Carlos Loret de Mola, a su esposa y a Víctor Trujillo, mejor conocido por su personaje Brozo. Y todo porque demostraron las corruptelas de los hermanos Pío y Martín López Obrador, los contratos en Pemex de su prima Felipa, el robo multimillonario en Segalmex, y, sobre todo, la existencia de la Casa Gris de Houston en la que vivía su hijo José Ramón gracias a los contratos con una petrolera estadounidense con el gobierno de México; y al tráfico de influencias y al enriquecimiento inexplicable de sus hijos Andy y Bobby, quienes participaron, a través de amigos y primos, en las compras de balasto para el Tren Maya y en la venta de medicinas para el IMSS bienestar, entre otros negocios de construcción.
López llegó al poder gracias a la reiterada promesa de acabar con la corrupción y, casi al final de su gestión, de nadie es un secreto que la corrupción no hizo más que crecer gracias a que la gran mayoría de los contratos celebrados con empresas privadas, fueron por adjudicación directa y no por licitación o concurso.
La historia colocará a AMLO en el lugar que realmente le corresponde: el de un político que vistió piel de oveja y que se convirtió en un sucio coyote a la hora de acumular riqueza, a la hora de vengarse contra quien se atrevió a llevarle la contra, y a la hora de acumular todo el poder del Estado en sí mismo, sin importarle acabar con la democracia y la división de poderes.
aquientrenosvanguardia@gmail.com