Una prodigiosa bebida
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Sin hacienda, ricos.
Sin blasones, godos.
Entre sí parientes,
y enemigos todos.
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Con esa cuarteta describió allá por el siglo 18 un visitador del virrey a los pobladores de Cotija, Michoacán. Al decir “enemigos todos” quería significar que los cotijenses andaban siempre enemistados entre sí, lo cual se explica por otros versos alusivos:
Vámonos para Cotija,
ahí son buenos cristianos:
para no perder la sangre
se casan primos hermanos.
Y es cierto, pues tres o cuatro apellidos –Valencia y Guízar sobre todo– son los que privan en aquel solar.
Bella ciudad es Cotija, de las más bellas que hay en Michoacán, tan abundoso en ciudades de hermosura. Con su Cañaveral y su laguna de San Juanico; con su Cerrito Calabazo y el otro que es y que se llama Verde; con sus Ojos de Agua donde el agua es más agua que el agua de otros lados; con su Virgen del Barrio; con sus Cristos y sus cristeros, es Cotija lugar rico en lugares y sitio rico en gente. Ahí nacieron, entre otros cotijenses distinguidos, Tito Guízar, artista de la canción popular; don José González Torres, emérito político panista, candidato a la presidencia de la República; José Rubén Romero, el ingeniosísimo autor de “La vida inútil de Pito Pérez”... Desgraciadamente también nació ahí Marcial Maciel. De ascendencia cotijense fue “Cantiflas’’, cuya madre nació en Cotija. Don Venustiano Carranza tuvo antiguas raíces en aquella ciudad michoacana: cuando un señor de Cotija llamado Antonio Carranza tuvo problemas de deslindes en una vasta propiedad que poseía fue a la Ciudad de México a hablar con don Venustiano, a la sazón presidente de la República. Don Venus le dijo que se consideraba de ascendencia cotijense, y lo ayudó.
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Mazamitla es un paraíso entre la niebla. Hay ahí altos pinos y espesos encinares. Me levanto al amanecer, aterido por el agudo frío mañanero. Pero me llevan al establo de las vacas y me tienden un jarro que pongo bajo la ubre de la vaca que ordeña mi hospedero. Recojo el cálido chorro humeante de la leche. En el jarro hay chocolate molido con azúcar. Luego le agregan a la leche una buena cantidad de alcohol, alcohol purísimo. Bebo a grandes tragos aquella mixtura milagrosa. Se llama “pajarete”. La traigo todavía corriéndome en las venas, igual que si llevara todo el sol de este mundo, y todo su calor.
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Jamás es vulgar el pueblo al expresarse, decía don Américo Castro. Así pues yo hago como Cervantes, que escribía la palabra “puercos” y añadía: “...que sin perdón así se llaman”. Pondré aquí un sapientísimo consejo que escuché hace unos días en Mazamitla, hermoso poblado montañés en los límites de Jalisco y Michoacán. Recomendación muy útil es ésa que me hizo un lugareño al presentarme cierto papel que iba yo a firmar:
-Léalo primero, señor. Ni mear sin peer ni firmar sin leer.