Vacunación: la imposibilidad de la ética
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Encontrar los medios para dialogar entre provacunas y antivacunas es el reto, reto condenado al fracaso: cuando impera el fanatismo,el poder de la palabra y de la razón sucumben
Las vacunas, su descubrimiento, el trabajo científico, la labor de universidades y hospitales, el intento por universalizar su distribución así como sus efectos positivos son, y serán, parteaguas de la medicina. Las vacunas, junto con la entubación del agua son dos de las grandes conquistas del mundo de la medicina y de la higiene social, verbigracia, la disminución del cólera por beber agua contaminada por heces fecales. Vacunar permite convivir, evita la propagación de enfermedades infecciosas, disminuye gastos por hospitalizaciones o por el efecto negativo de bacterias y virus y brinda la oportunidad, inter alia, de trabajar y viajar.
La salud del mundo sería peor de lo que es sin ellas. Sin embargo, a pesar del listado previo, los antivacunas, ya sea por “fe”, por considerar que son imposiciones del mundo de los blancos, por creer que su fabricación, como sería el caso de las vacunas contra el SARS-COV-2, fue “demasiado rápida”, por oponerse a los dictados de la tecnología, por no comulgar con las ofertas de las compañías farmacéuticas, por aseverar que son fabricadas a partir de embriones humanos, o por considerar que más que vacunas son agentes que contienen sustancias como el virus del sida o productos que devienen esterilidad, son bandera de los antivacunas contra la cual se lidia y se fracasa todos los días.
Nuestra especie es sui géneris. Los seres humanos estamos atrapados. Unos atrapan, otros se liberan, y después, quien ha quedado liberado aprisiona a sus pares. La humanidad entera se encuentra atrapada por incontables (sin) razones. Así es y así seguirá siendo. La ciencia, gran invención, compite hoy con el inmenso poder, en ocasiones mayor, de las redes sociales. Los seguidores de la primera, me temo, no cuento con datos fiables, son menos que las personas dedicadas a nutrirse por la información/desinformación de las redes sociales. A diferencia de algunas redes cuya voz es dogma, la ciencia permite y desea ser refutada. Triste realidad: las redes sociales, en ocasiones fecales, pesan más que la ciencia. Encontrar los medios para dialogar entre provacunas y antivacunas es el reto, reto condenado al fracaso: cuando impera el fanatismo, el poder de la palabra y de la razón sucumben. Un ejemplo para ilustrar la situación actual.
En 2004, en Nigeria, algunas madres se rebelaron en contra de la aplicación de la vacuna contra la polio. Convencer a las madres acerca de la bonanza y necesidad de la vacuna tardó once meses. Fue necesario mandar muestras a un país musulmán confiable, Indonesia, para estudiar el contenido del producto. El rechazo le costó la vida a medio millón de niños. Los movimientos antivacunas nunca se refieren a eventos como el señalado.
¿Qué hacer hoy con quienes no desean vacunarse?, ¿cómo conversar con los antivacunas cuyos familiares mayores de edad padecen enfermedades crónicas?, ¿es adecuada la reciente decisión del gobierno austríaco −diciembre 9, 2021− de exigir y obligar a la población para que se vacune contra SARS-CoV-2?, e, inter alia, ¿es correcta la orden del gobierno griego de multar a mayores de 60 años que no han sido vacunados? No sobra comentar que muchos países contemplan medidas similares. La pregunta, desde la ética y de los derechos humanos es obligada: ¿dichas imposiciones violan derechos humanos?
Leo en la revista The Lancet (enero 15, 2022), la posición de Sajid Javid, ministro de Salud y Cuidados Sociales de Gran Bretaña: Obligar a la población a vacunarse no es ético. El intríngulis es complejo: vacunas, antivacunas, derechos humanos. La realidad exige respuestas. Pensemos.