Vamos a Tabasco...
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La Historia no es cosa que se va. Está presente en la vida de los hombres mucho tiempo después de que pasaron los sucesos que esa maestra de la vida narra.
Quien esto y otras cosas escribe gusta de ir a los mercados. En ellos late la vida cotidiana de la gente, de modo que es posible aprender mucho más de una ciudad y de sus habitantes visitando su mercado que visitando sus museos o sus escuelas.
El de Villahermosa, Tabasco, es muy especial. En ningún otro del país –y he estado en muchos mercados– he visto tal cantidad de puestos dedicados a la venta de artículos de magia: amuletos, pociones milagrosas, talismanes, jabones esotéricos, estampas y figuras para ahuyentar la mala suerte y atraer la buena.
Quienquiera que conozca la historia regional de ese estado se explicará tal abundancia de artículos mágicos, y no se sorprenderá de que el pueblo crea en ellos. Durante mucho tiempo Tabasco fue dominado por un cacique, Tomás Garrido Canabal, furibundo fanático al revés, o sea perseguidor acérrimo de la iglesia católica y de los curas.
La gente siempre tiene necesidad de creer en algo. Cuando Garrido le quitó al pueblo su fe en las cosas del catolicismo todos volvieron los ojos a la magia, a la superstición popular. Hasta nuestros días prolifera ese lucrativo comercio de raras cosas de magia negra y blanca: inciensos, velas, ajos con listones, pájaros disecados, líquidos de todos colores... Una balumba, en fin, de quincalla extravagante con supuestos poderes sobrenaturales.
Garrido Canabal, el citado dictador tabasqueño, no era tabasqueño. Nació en el territorio de Chiapas. Le echaron en cara su origen forastero la primera vez que se lanzó como candidato a diputado.
-No nací en Chiapas −se defendió−. Nací en la mera raya de
Tabasco.
Eso fue suficiente para que los ingeniosos tabasqueños le pusieran un mote: “El Rayado”.
Provenía de familias ricas. Su padre era hacendado. Fiel a su origen, el joven Tomás fue opositor de la revolución maderista. Estudiante de la Escuela de Leyes en Campeche, publicó varios artículos en los que atacaba a Madero y hacía el encomio de sus perseguidores porfiristas. No es el único: Felipe Carrillo Puerto, tan idealizado por la leyenda romántica de “Peregrina”, fue también gran enemigo de Madero.
Después Garrido se hizo carrancista, y muy poco después se volvió anticarrancista. Aduló a Obregón y a Calles; les ofreció grandes ganancias en una futura explotación petrolera. Nombrado por eso gobernador de Tabasco, tuvo que salir a las volandas cuando estalló la revolución delahuertista. Derrotado ese levantamiento regresó vencedor y castigó a sus adversarios apaleándolos en la vía pública.
Numerosas historias se cuentan de Garrido. Era muy mujeriego. En una alta ceiba hizo construir una especie de nido de cemento forrado por dentro con mullidos terciopelos, sedas y brocados. En ese nido, entre las frondas y al compás de los trinos de los pájaros, hacía el amor con las daifas que le vendían sus favores. Sin embargo, mostraba un extraño puritanismo que le hizo prohibir el alcohol y los bailes en todo el territorio bajo su dominación. “Hay gente pa’ tó”, solía decir Cagancho, el inmortal torero. Es cierto: hay gente para todo. Hasta para hacer el amor arriba de los árboles, como aquel dictador de Tabasco. (Sin agraviar a lo presente).
No soy supersticioso, pero creo que algunas cosas pueden traerme mala suerte. Para conjurarlas me compré en días prepandémicos, en el mercado de Villahermosa, un jabón de color verde petróleo que se llama “de los Siete Poderes” –con uno que yo sé me conformaría–, y que sirve para evitar la mala suerte. Con él me bañé al regresar de Villahermosa. Me da pena decirlo, pero por mala suerte quedé pintado todo de color verde petróleo. Pasaron semanas, y no volvía yo a mi natural color. Lo dicho: la Historia está presente. Hasta muerto seguía jodiendo ese tal Garrido Canabal.