‘Viejos los cerros...’
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A mi abuelito Demetrio le gustaba jugar a las cartas, se reunía con sus amigos a hacerlo y para ello tenía que cruzar la carretera, porque el sitio estaba del otro lado de donde él vivía, mientras fue joven no hubo ningún problema de pegar carrera cuando se veían venir los carros, pero ya mayor, muy mayor, era toda una odisea ¿Cómo la resolvieron sus nietos? Se lo comparto, se ponían tres o cuatro de uno y otro lado con banderas, de tal suerte que fueran vistos desde lejos por los conductores, y el abuelo cruzaba, ayudado por sus nietos también, al encuentro con sus cuates para darse el gusto que le venía desde sus muchos ayeres.
Mi madre fue muy longeva, más que mi abuelo, mi Rosario vivió hasta los 102 años y falleció a nuestro lado. Y no me canso de agradecerle a Dios el privilegio de que los últimos seis años de su existencia – no fue antes, porque mi madre hasta los 96 se valió por ella misma y se negaba a dejar su casa - pudiéramos a través de los cuidados, hacerla sentirse amada, protegida y acompañada. Murió en paz. Es lo mínimo que los hijos le debemos a nuestros padres. Así nos formaron y educaron a muchos hombres y mujeres de mi generación.
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Me resulta inconcebible que en un siglo en el que la comunicación está al orden del día, con toda la tecnología que se ha desarrollado, la soledad alcance niveles que debieran de estremecer a todos los de nuestra especie. Decía el gran maestro de Estagira que solo las bestias y los dioses podían vivir solos. Los dioses porque no necesitan de nadie y las bestias porque no son guiadas por la razón. ¿Por qué hoy se está perdiendo el sentido de lo humano? Cuando nacemos, somos la criatura más dependiente que existe sobre la faz de la tierra. No somos lobos esteparios, no fuimos diseñados para ser ínsulas. ¿A qué humano en sus cinco sentidos le agravia ser querido y querer? No es fortuito que tengamos dos brazos, ni voz para hablarnos, para decirnos, ni ojos para expresar sin decir una sola palabra lo que sentimos, ni labios para besar y expresar en el beso lo que nos nace del alma. No es obra de la casualidad nada de esto. La familia a lo largo de los siglos ha constituido el vínculo primigenio de pertenencia, de apoyo. Es en su seno en el que aprendemos a ser personas. Ahí descubrimos la maravilla del amor, del cariño, de los afectos compartidos. No contar con esto genera un vacío que lleva a quien lo vive a lanzarse por derroteros equivocados.
Hoy día el individualismo le va ganando terreno a nuestro sentido de comunidad, y no es algo para celebrarse. El nomás yo y primero yo, y luego yo y siempre yo, es un virus despreciable. Los seres humanos necesitamos de la calidez de otro ser humano. ¿Y sabe quiénes están resultando los más afectados, con semejante desvinculación? Los mayores, los viejos, los de la tercera edad, como hoy se les clasifica. Es fundamental recapitular, hacer una reflexión sustantiva ¿Por qué? Porque todos podemos llegar, si se nos presta la vida, a una edad avanzada. Y el trato que vamos a recibir de nuestros descendientes será el que les hayamos enseñado. Tenemos, sí, tenemos que reconectarnos, no atentemos contra la naturaleza de la que fuimos investidos
La soledad a cualquier edad, pesa, pesa y duele, pero cuando se es adulto mayor, no tiene nombre. ¿Por qué? Porque ocurren cambios hormonales, que afectan a la persona, por más carácter y temple que tenga. Me puse a leer al respecto. Según los expertos, cuando una persona mayor experimenta soledad, su organismo produce una hormona denominada cortisol, es la hormona del estrés. Y entre sus consecuencias están la elevación de la presión arterial, el insomnio y más depresión. La soledad merma su sistema inmunológico, su autoestima se va a los suelos. El contacto humano es esencial para no perder la estabilidad emocional. La interacción con otras personas se da desde que nacemos, de modo que estar rodeados de familiares y amigos, es BÁSICO, tengas la edad que tengas.
Según datos del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, al menos 1.7 millones de personas adultas mayores viven en soledad, sin apoyo alguno de sus familiares, especialmente en zonas urbanas, verbi gratia, como la Ciudad de México. Reportan también que cada año reciben entre 5 y 7 mil denuncias, en el país, de abandono de adultos mayores.
La Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores en sus Artículos 3, 5 y 6, establece que el Estado debe garantizar las condiciones óptimas de salud, educación, nutrición, vivienda, desarrollo integral y seguridad social a las personas adultas mayores. Asimismo, tipifica como delito “el abandono de un adulto mayor, con una sanción de 1 mes a 5 años de prisión, o de 180 a 360 días de multa, al que sin motivo justificado alguno abandone a un adulto mayor obligado a cuidar”.
Y podrá el legislador aumentar la pena, y el Estado lanzar cincuenta mil programas de apoyo al adulto mayor, y sin duda que esto coadyuva y coadyuvará a atenuar la afectación, pero no es la solución, a más de que los estudios indican que se incrementará el número de adultos mayores en soledad y con problemas de depresión y habrá más viejos que jóvenes. Cobremos conciencia de esto, TODOS, jóvenes y mayores. La juventud no es eterna y la vejez no es una maldición. No perder de vista que nuestra estancia en el mundo es finita, pero esto no debe provocarnos tristeza ni frustración, es una ley natural. Cuando se es joven hay que hacer todo lo que lo que su fuerza y energía nos da, la cauda de buenos recuerdos es algarabía cuando se es mayor, reírte a carcajadas de los momentos chuscos que viviste es pura vitamina para el ánimo, y si se tuvo la inteligencia de desarrollar el hábito por la lectura, aplauso, siempre habrá compañía estimulante a tu alcance. Alimente la relación con sus hijos, nietos y bisnietos, no basta la consanguinidad, ya debe saberlo. No se olvide de conservar a los amigos, frecuéntelos, llámelos, sígase viendo con ellos, hay mucho que platicar. Hay que prepararse para que el ocaso sea tan luminoso como el amanecer. Ser feliz es una elección PERSONAL. Además, como reza el adagio: “El corazón no envejece, el cuero es el que se arruga.” Hay jóvenes viejos y viejos jóvenes... ¿A poco no?