Vine, vi y me vencí en Saltillo
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Yo soy de Monclova. Nací, crecí y viví en Monclova. Soy y seré siempre monclovense. Mi abuela, tíos, primos, amigos, casi todos vivieron o viven en Monclova, y ese era mi universo personal. Pero durante el verano de 1982, una oferta de trabajo de mi madre nos obligó a venir a vivir a Saltillo. Aún recuerdo el día cuando dije adiós a mis entrañables amigos del Colegio La Salle de Monclova; el trabajo de mi madre era la razón del cambio.
Tenía 11 años y llegué a vivir aquí, una ciudad desconocida a la que había visitado en una sola ocasión. La percibí cerrada, lluviosa y hasta aburrida. La muralla que separa a Saltillo y Monclova, más que un accidente natural, es en ocasiones una verdadera división entre estas dos ciudades tan cercanas, pero al mismo tiempo distantes.
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Recuerdo que llegué a esta capital cerca de la fecha en que se celebraba el capricho oficial que decidió que un 25 de julio de 1577 el capitán portugués Alberto del Canto fundó la Villa de Santiago del Saltillo. Días después, un 6 de agosto, en la fiesta religiosa por excelencia de Saltillo, vi en uno de los puestos que se instalan en la Plaza de Armas un artículo que me interesó. Pero como no traía un peso en los bolsillos, regresé al día siguiente con el dinero en la mano y, como sorpresa, encontré la plaza vacía y perfectamente limpia.
Jamás me enteré de que la tradición católica que festeja la llegada de la figura del “Cristo” a la entonces incipiente Villa dura sólo una tarde. Lección aprendida. Así empecé a conocer Saltillo, caminando por sus calles y descubriendo su rica historia oculta detrás de edificios y monumentos de cantera y lugares comunes.
Días más tarde empecé la secundaria en el Colegio Ignacio Zaragoza, un lugar extraño en donde no conocía a nadie. Yo atravesaba por los problemas típicos de un adolescente y mi adaptación fue, por decirlo lo menos, poco sencilla. Al inicio, mi rutina diaria consistía en ir al colegio por las mañanas y en las tardes me refugiaba en el trabajo de mi madre en el Centro Histórico.
Con el paso de los años, fui desarrollando una relación de amor-odio con Saltillo. Y es que los dogmas, prejuicios y la falsa moralina que encontré provocaron que la ciudad detuviera su desarrollo por años. Una élite social, económica y política aburrida y a veces hasta sórdida, fue la causante. Pero Saltillo cambió, y aunque era y es una ciudad caótica que nunca fue planeada, no niega su personalidad y solidaridad que para mí han sido increíbles.
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Recién fui al corazón mismo de la ciudad y mientras caminaba por sus calles estrechas, algunas oscuras y otras iluminadas, me di cuenta de que han pasado 43 años desde que llegué. Que en Saltillo nacieron mi esposa Sandra, el amor de mi vida; mis tres hijos: Sofía Amaranta, Rodrigo Alejandro y Regina; y mis nietos Carlos Enrique y Alejandro Peña Durán. Todos son saltillenses.
Que muchos de mis amigos (muy pocos) los encontré aquí, un lugar que es mi inspiración y donde está una parte de mi trabajo. Que muchas de mis experiencias y buena parte de mi vida están en Saltillo, en donde si se quiere se puede disfrutar de sus montañas, la pureza de su aire y de los amaneceres que desnudan la sierra de Zapalinamé.
A esta ciudad la naturaleza le dio un sueño y a partir de ahí nació una comunidad, pero hoy, esa misma naturaleza apenas nos da el tiempo necesario para crear un futuro, en donde para alcanzarlo se libra una batalla silenciosa entre conservar algunas cuantas tradiciones o elegir por la diversidad, que al final se va a imponer. Lo hará porque Saltillo hoy abraza una modernidad que ya nadie podrá detener y seremos una ciudad mucho más definida por su futuro que por su pasado.
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Así que a pesar de que soy y seré siempre monclovense, moriré en Saltillo porque así lo he decidido y, al contrario de Julio César que tras la batalla de Zela dijo en su informe al Senado la famosa frase “Veni, vidi, vici” –que significa “Vine, vi y vencí”–, yo en esta misión suicida y hasta ridícula por conquistar Saltillo, terminé siendo el conquistado, pues “Vine, vi y me vencí”, o me vencieron o me dejé vencer, usted decida la opción.
Intentar dar una explicación es inútil para alguien que no nació aquí y al que le resulta muy difícil hablar de forma adecuada o justa de Saltillo, una ciudad que no es muy agradable, o alegre o fácil. Simplemente es magnífica.