Violencia feminicida: el reclamo urgente para la próxima presidenta, Claudia Sheinbaum
El 2 de marzo, al inicio de su campaña presidencial, Claudia Sheinbaum fue recibida por unas 20 mil personas en Ciudad Juárez. Había elegido el punto fronterizo guiada por dos razones. La primera, porque fue allí desde donde Benito Juárez defendió la dignidad de la nación frente a la intervención francesa, y la segunda por algo mucho más puntual y urgente: la violencia contra las mujeres. “Aquí se conocieron los atroces feminicidios y como la primera mujer presidenta, vine a comprometerme con las mujeres de Juárez y las mujeres de México”, dijo.
La llegada de una mujer como máxima representante del Ejecutivo es, por sí mismo, un hecho histórico. Sin embargo, el propio presidente Andrés Manuel López Obrador se ha encargado de matizar ese triunfo. México tiene en Sheinbaum a la persona más preparada para asumir el cargo, pero no se ha votado exclusivamente por ella, sino por la continuidad de un proyecto de transformación, ha dicho.
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Como nunca, las mujeres habrán de gobernar y ejercer funciones dentro del sistema político, aunque lo harán acotadas por una estructura que armaron y controlan hombres. Eso, de entrada, pone en perspectiva la ejecución de cambios verdaderamente profundos, que subviertan la realidad a la que se enfrentan diariamente millones de mujeres en el país. Esto lo dicen varias feministas y estudiosas del fenómeno criminal.
No sólo en las calles o en sus hogares, sino en los centros de trabajo y en los tribunales, la violencia se ensaña con ellas. La reforma judicial con perspectiva de género es, por lo tanto, impostergable y debiera ser el primero de los pasos a dar si lo que se quiere es honrar esa promesa hecha el 2 de marzo. El actual modelo del aparato judicial no sólo es patriarcal y machista, sino corrupto y ofensivo.
“Vivir violencia y denunciarla no es motivo para ser todavía más violentadas. Y eso es lo que sucede en el actual sistema de justicia”, me dice Gaby Pablos, de la organización Martes Libertarias. “Una mujer que esté gobernando al país no puede permitir que se asesinen mujeres todos los días, que se esté vendiendo a las mujeres, que se les criminalice por ser madres, que estén muriendo de hambre, muriendo por no tener acceso a la salud. Son temas de agenda que los grupos feministas le hemos estado presentando a la próxima presidenta desde los primeros días de campaña”.
Durante años, Ciudad Juárez es el municipio en el que más mujeres son cabeza de familia y también en el que ocurre la mayor cantidad de embarazo adolescente. Parte de ambos hechos tiene origen en el modelo económico que se fincó allí medio siglo atrás. La industria maquiladora atrajo en principio mano de obra femenina. Desde finales de la década de 1960 y hasta mediados de 1990, el arribo de mujeres jóvenes fue incesante y produjo fenómenos de los que no se tenían antecedentes en ninguna parte del país.
Por principio, el patrón de subordinación por cuestión de ingresos cambió, y ello independizó en gran medida a esas primeras generaciones de trabajadoras, provenientes de zonas rurales tanto del interior del estado como de regiones colindantes de Durango y Coahuila. Muchos de los hijos de esas primeras mujeres crecieron con padres ausentes, pero sobre todo provocaron −en conjunto− una presión demográfica para la que la ciudad no estaba preparada ni de cerca. El subdesarrollo de infraestructura y la irrupción de un nuevo modelo de ciudadanas y ciudadanos crearon finalmente una metrópoli altamente compleja.
La desaparición y asesinato de jóvenes mujeres ha sido producto de un sistema muy concreto, en el que se privilegió la bonanza de unos cuantos empresarios y una red política que se mantiene hasta hoy. Pero si algo generó la violencia masiva hacia las mujeres, fue la militarización. La desaparición y el feminicidio aumentaron 300 por ciento a la llegada de las fuerzas militares enviadas durante el gobierno de Felipe Calderón para supuestamente combatir a “los cárteles de la droga”.
Pero, desde mucho antes, el modelo violento de la ciudad se propagó a muchas otras regiones, debido a la alta corrupción e impunidad con la que se han tratado los casos a través de las décadas. Si México registra entre 10 y 13 feminicidios cada día, encuentra varias explicaciones con lo sucedido en Ciudad Juárez.
Nadie espera, desde luego, que con el sólo arribo de la próxima presidenta las cosas cambien de manera inmediata. Pero Claudia Sheinbaum tiene enfrente varios escenarios, y ninguno es medianamente amable. Por principio de cuentas, López Obrador no sólo cerró las puertas al movimiento feminista, sino que lo denostó. De neoliberales y vendidas no las bajó. Fue incapaz de reconocer la violencia atroz en contra de las mujeres y rechazó recibir a las madres buscadoras. Eso sin mencionar la extraordinaria fuerza conferida a las fuerzas armadas.
“La expectativa sería que se cambie esa política que se ha mantenido con Andrés Manuel, de ignorar a las madres buscadoras, de voltear hacia otro lado ante los y las desaparecidas, y la violencia que se comete diariamente en contra de miles de mujeres”, me dice Pablos.
“Es importante que la próxima presidenta sepa que romper un techo de cristal histórico, conlleva también la responsabilidad histórica de representar todo lo que ha sido invisibilizado para las mujeres, representar los derechos históricos de las mujeres que han sido siempre relegados”.
El compromiso ha sido lanzado desde el día uno. Que así sea.