Ya un lustro... reflexiones sobre el Covid y el tiempo

El asueto por el natalicio de Benito Juárez quedará grabado en la memoria colectiva por la declaración oficial de la epidemia de COVID-19. El 23 de marzo de 2020, el Consejo de Salubridad reconoció la epidemia y la declaró como una enfermedad grave de atención prioritaria, dictando medidas como el uso obligatorio de cubrebocas, la suspensión de actividades no esenciales y la recomendación del aislamiento.
A un lustro de distancia del acontecimiento, el duelo y el aislamiento transformaron nuestras vidas y las dinámicas sociales; el trabajo y la educación a distancia se normalizaron, afectando fuertemente a la Generación Z (nacidos entre los 90s tardíos y el 2010) y a la Generación Alfa (nacidos entre el 2010 y 2020), quienes se recluyeron totalmente durante sus años iniciales y formativos de vida, en donde la socialización juega un papel esencial para la constitución de la personalidad y los hábitos.
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En muchos rubros, aún no dimensionamos la magnitud del impacto de los reajustes cotidianos (pero necesarios) que acompañaron a la epidemia.
Un aspecto sobre el cual ha reflexionado quien redacta esta columna, a raíz de este fenómeno biosocial, es la alteración en la percepción del tiempo. Pareciera que fuese tan solo hace un par de años —y no un lustro— que López-Gatell nos anunciaba en sus conferencias vespertinas el resumen epidemiológico del día a día del coronavirus. Si bien reconozco que esta alteración temporal pudiera ser completamente subjetiva, provocada por algún traumatismo craneal que me haya sucedido de pequeño y que el recuerdo haya olvidado, otras personas cercanas a mí me han manifestado que cinco años también les parecen demasiado para medir el inicio de la pandemia y que perciben más reciente el acontecimiento.
¿Será causa de esta variación perceptiva el aislamiento? ¿Habrá sido el contagio? ¿Las vacunas? Sin quererme meter de fondo a las causas de la alteración —que permanecerán un misterio—, vale la pena interrogarnos, ¿qué es el tiempo? Pregunta ambiciosa que, con milenios de tradición filosófica y científica, liderada por genuinos genios, no ha hallado una respuesta satisfactoria. No hay una sola respuesta, ni una sola herramienta metodológica para acercarse a la reflexión en torno a esta pregunta. Desde la filosofía, la física y la teología —sólo por mencionar algunas disciplinas— se han dado distintas respuestas.
El filósofo italiano Nicola Abbagnano, en su “Diccionario de Filosofía” nos alumbra respecto a un concepto tan complejo de abordar como el tiempo. Aunque Abbagnano dedica más de cinco páginas para atender esta definición filosóficamente, el inicio de esta entrada nos funciona: “Se pueden distinguir tres concepciones fundamentales (de tiempo, el T): 1) el T. como orden mensurable del movimiento; 2) el T. como movimiento intuido; 3) el T. como estructura de las posibilidades”.
La definición más común es como orden mensurable del movimiento. La misma concepción que la física mecánica utiliza y que permite ubicar la posición de un objeto durante su movimiento, así como la velocidad del mismo. En sus orígenes, estaba vinculada con la observación de los astros, el día y la noche; hoy, se relaciona con los segundos, los minutos, las horas y los días. Sixto Castro, autor de “La trama del tiempo. Una reflexión filosófica”, denomina como concepto cronológico a esta visión de la “realidad mensurable”, accesorio para todas las ciencias y que nos permite relacionar el pasado, el presente y el futuro con parámetros objetivos.
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En cuanto al tiempo como movimiento intuido, penetramos en la subjetividad propia de cada persona y cómo cada quien percibe el pasar del tiempo, independientemente del segundero que se va comiendo los años. A esta concepción, Castro la denomina psicológica y siempre estará relacionada con los ánimos personales y la experiencia propia del presente inmediato. Por su parte, San Agustín en sus Confesiones medita: “Pero, ¿cómo puede ser largo o breve lo que no es? Porque el pasado ya no es, y el futuro todavía no es. No digamos, del pasado que ‘es largo’, sino digamos que ‘fue largo’, y del futuro, que ‘será largo’”.
Podemos intuir, entonces, que lo que algunos vivimos respecto al paso del tiempo entre la declaración de la epidemia y hoy, es una brecha entre la concepción cronológica del tiempo y la concepción psicológica del mismo. ¿Qué la provoca? No soy quien para responderlo. Sin embargo, por la razón que sea, en esta dimensión dudo mucho que podamos recuperar el tiempo perdido.
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