‘Yo no hablo de venganzas ni perdones’
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La venganza es un sentimiento tan antiguo como la presencia del hombre en la Tierra. Un instinto poderoso que surge del centro de nuestras emociones y que ha marcado nuestra historia evolutiva. La venganza es parte de nuestra cultura y nos hemos impregnado de ella de tal forma que a veces creemos es el único camino para revertir la frustración intelectual, irritación social y el sentimiento de que nos han quitado algo, lastimado o traicionado. Por ejemplo, una frase mal utilizada es decir “me traicionó un amigo”, pues sólo los amigos traicionan, no los enemigos.
La venganza aparece en la literatura histórica. En la Biblia, la primera de las venganzas fue de Caín sobre Abel; celoso el primero de que su hermano tuviera la preferencia de Jehová. En el Corán se puede encontrar en el sura 2:186-187: “Matad a vuestros enemigos, donde quiera que los encontréis”. Esto ha sido malinterpretado por el radicalismo yihadista. Pero aun antes de estos libros, en el Código de Hammurabi de la antigua Babilonia ya se había establecido la venganza como institución a través de su Ley del Talión: “Ojo por ojo”.
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En literatura menos mitológica, la venganza también se ha hecho presente. Homero en “La Ilíada” escribe que Apolo envía la peste a los aqueos en venganza por robar a Criseida, hija de un poderoso sacerdote, y habla de Aquiles, que mata a Héctor, vengándose por la muerte de Patroclo. “Hamlet” de Shakespeare es una oda a la venganza. Herman Melville describe al capitán Ahab sediento de venganza en contra de una ballena asesina.
Pero el máximo clásico de la venganza que podemos encontrar en la literatura está en “El Conde de Montecristo”, obra cumbre de Alejandro Dumas.
La ciencia, que tiene una respuesta a casi todo, descubrió los efectos que la venganza produce en nuestro cerebro. La revista Frontiers in Psychology publicó una investigación aplicada sobre un grupo de 19 hombres de origen judío sobre los cuales se aplicó resonancia magnética. Lo primero fue que se estimuló el lado oscuro del cerebro, mostrándoles videos de personajes disfrazados como antisemitas supuestamente bajo tortura. Luego se hizo la misma simulación, ahora con grupos de personas que apreciaban.
El resultado para el primer caso fue que se captó que las zonas ligadas al placer se estimularon cuando presenciaron el dolor de aquellos que detestan; y en sentido contrario, se estremeció con el sufrimiento de los que aprecian.
Pero lo que no menciona la investigación es que la venganza sólo logra una cosa: perpetuar la venganza. Un estudio publicado por la revista Scientific American afirma que no hay nada de dulce en la venganza y que tampoco es un plato que se come frío, según concluyeron los científicos del comportamiento quienes realizaron la investigación.
Todo lo contrario, la venganza sólo prolonga lo desagradable del daño original, y las represalias no satisfacen el espíritu vengativo. Se probó que los únicos que se sintieron realmente satisfechos fueron las personas que no tomaron venganza, pues su instinto de perdón permitió reprimir ese deseo. Ayudó aquel supuesto dicho de que la persona que los dañó se iba a abstener a hacerlo de nuevo, les dio tranquilidad y los deseos de venganza desaparecieron.
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Los resultados dejan claro que la venganza sólo eterniza los odios, lo que me llevó a recordar a mi abuelo que hablaba mucho de la “amnistía”. Esta palabra, que proviene del griego amnestia, que significa perdón y olvido, es con lo que algunos países como Sudáfrica lograron curar sus heridas y zanjar acaso un poco sus enormes diferencias.
Después, recordé al gran poeta y escritor argentino Jorge Luis Borges, de quien mañana se cumple un aniversario más de su inútil muerte, y me vino a la mente su mandamiento 22 del poema “Fragmentos de un Evangelio Apócrifo”, el mismo que dice: “Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”.
Todo esto me llevó a intentar comprender que quizá la vida no consiste en obtener venganza. Que como un creyente de las segundas oportunidades, esta es una para olvidar todo, avanzar y dejar de lado los agravios y ofensas y empezar de nuevo. Que la misma ciencia y el argentino universal lo decían. Luego enfrenté el hecho de que muchos humanos no somos tan benevolentes para perdonar y dejar de lado la venganza, y que ni yo tengo la generosidad de mi abuelo, ni tampoco soy científico y mucho menos soy Borges.