Pena de muerte, una venganza ciega y primitiva, no un castigo razonable y justo
COMPARTIR
Babalucas y su novia tuvieron una discusión. Propone ella: “¿Qué te parece si el domingo vamos al campo, y ahí ventilamos nuestras diferencias?”. Contesta Babalucas, no muy convencido: “Para eso tendría que ser un campo nudista”... Aquel sujeto trabajaba en un table dance. Cierto día llegó a su casa del brazo de una estupenda rubia. Antes de que su boquiabierta esposa pudiera decir una palabra le informa el individuo: “Quebró el negocio, vieja, y esto fue lo que me dieron por concepto de indemnización”... La señora le dice al guardia de la tienda: “No encuentro a mi marido. ¿Me ayuda a localizarlo?”. “¿Cómo es el señor?” −pregunta el hombre−. Ella le muestra una fotografía. “Señora −pregunta el guardia después de ver la foto−. ¿Para qué lo busca?”... Los padres de la muchacha se consternaron al saber que su hija, estudiante en otra ciudad, compartía su cuarto con un amigo. No sólo eso: había una sola cama y ambos dormían en ella. “Pero no se preocupen −los tranquiliza la chica−. Siempre ponemos una almohada entre los dos”. “Hijita −se angustia la mamá−, ¿y si alguna vez los asalta la tentación?”. Responde ella: “Supongo que ese día quitaremos la almohada”... Pirulina le dice al correctísimo muchacho que la acompañaba desde hacía varios meses: “Inaccio: he decidido dar por terminadas nuestras relaciones”. “¿Por qué? −se aflige él−. ¡No te he hecho nada!”. “Precisamente” −replica con laconismo Pirulina... La preocupada mamá le dice a su hijo: “No me gusta esa muchacha con la que te vi ayer. Parece animal salvaje”. “¿Animal salvaje? −se ríe el muchacho−. ¡Pero si cualquiera la puede acariciar!”... Extraño pueblo es el de Norteamérica: se preocupa por la suerte de los delfines y las focas, pero tiene sus cárceles llenas de infelices sometidos durante largos años a la tortura de esperar la muerte en la silla eléctrica, la cámara de gases o por efectos de una inyección letal. No hay nada en estos tiempos que pueda justificar la pena de muerte. Es una pena irreparable y cuya falta de ejemplaridad se ha comprobado plenamente. Más parece una venganza ciega y primitiva que un castigo razonable y justo. Particularmente el estado de Texas se muestra proclive a la aplicación de esa terrible pena. La vida humana parece no alcanzar ahí mucho valor, especialmente si se trata de hombres que no pertenecen a la especie WASP, es decir, la de los blancos, anglosajones, protestantes. Se debe poner fin a esa barbarie. A la violencia del crimen no debe oponerse la brutalidad de una pena que causa repugnancia. Nunca adoptemos en México esa bárbara pena inhumana... Un individuo se presenta ante el juez de lo familiar. “Señor juez −le dice−, quiero divorciarme de mi esposa”. “¿Por qué?” −pregunta el juzgador−. “Por adúltera y afrentosa” −manifiesta el tipo−. “Lo de adúltera puedo entenderlo bien −dice el juez−. Pero, ¿qué es eso de afrentosa?”. “Permítame explicarle, señor juez −contesta el tipo−. Ayer llegué a mi casa de un viaje y encontré a mi esposa con otro hombre”. “Muy bien −acepta el juez−. Ahí está lo de adúltera”. “Ahora viene lo de afrentosa −sigue el tipo−. Cuando me vio, mi mujer ni siquiera dejó de hacer lo que estaba haciendo. Me dijo: “¡Qué bueno que llegaste, Corneliano! Siéntate y fíjate muy bien, para que aprendas”... FIN.