Ethel Krauze rescata el saber de las mujeres de su familia un miércoles a la vez
La escritora presenta en ‘Samovar’ una historia íntima con más de 40 años en gestación, producto de conversaciones que tuvo con su abuela, Anna Talésnika, durante los últimos dos años de su vida
“Samovar” (Alfaguara, 2023), la más reciente e íntima novela de Ethel Krauze, nos lleva a conocer el viaje de su abuela, Anna Talésnika, desde la Rusia Bolchevique hasta México, pasando por Europa y otras partes del mundo, pero siempre desde un presente en el pasado, desde las conversaciones que hace cuarenta años se dieron en la calidez de la cocina de su bobe.
“Cuando yo empecé a escribir no tenía idea de qué iba a lograr, ni tampoco sabía qué quería. Empecé a escribir porque empecé a tener encuentros con mi abuela; en una reunión familiar decidimos que iba ir a comer a su casa, me iba a hacer los guisos favoritos e íbamos a platicar. Desde la primera reunión la plática fue algo mágico para mí y terminando llegué a la casa y corrí a escribir”, comentó la autora en entrevista con VANGUARDIA.
“Así fueron pasando los miércoles y lo que yo hacía era relatar el encuentro, desde la comida y lo que había pasado. Esto duró dos años porque murió mi abuela, yo le había prometido mi promesa de verla todos los miércoles y la cumplí. Cuando ella murió vi que tenía seis cuadernos completos y en ese momento supe que tenía un material de oro en las manos, pero ¿qué iba yo a hacer con eso? ¿Cómo iba a lograr una obra literaria? No sabía, no tenía idea”, agregó.
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La idea de convertir estas conversaciones en un libro se quedó casi cuarenta décadas a la espera de poder encontrar una voz que pudiera replicar lo que fue conversar con su bobe Anna, la tutta Lena, hermana de su abuela, Modesta y las demás mujeres que formaron parte de esos encuentros de miércoles a la hora de comida.
“Me provocaba muchas dudas el lenguaje que tenía que utilizar. Cómo transcribir ese español trufado de ruso y de hebreo, de la abuela y de la tía, y cómo combinarlo con ese español popular de Modesta, la mujer de origen náhuatl que las acompañaba. Me daba mucha incertidumbre encontrar ese término medio entre no tener que poner exactamente cómo hablaban, sería muy difícil para un lector hispanohablante, pero tampoco podía poner un español tradicional porque estaría traicionando a los personajes”, explicó.
Eventualmente encontró el tono adecuado y así comenzó a tomar forma sobre el papel la historia que, como en la vida real, se desarrolla entre charlas y chispazos de memorias ocultas u olvidadas, las cuales pintan a grandes rasgos la historia de una mujer que quería ser matemática y que huyó con su familia de la guerra, con sus hijos en una mano y su samovar —tetera tradicional rusa— en la otra, lejos del antisemitismo y del fascismo, aunque aquí la nieta es Tatiana, una versión de ficción de Krauze que permite que sea la bobe quien tome el protagonismo.
“Yo no tenía idea de quién era mi abuela, lo que había vivido. Esta mujer fue creciendo y creciendo, en su fuerza, en sus capacidades. Y a pesar de las tremendas limitaciones a las que estaba sometida, por su época, por su condición de mujer, por su condición de mujer judía, de perseguida”, compartió, “ella quería ser matemática. Cuando me enteré de esto me deslumbré. Después quería ser farmacéutica, ya casada, pero no la dejaron, el padre, el marido, y además en aquella época los judíos no podían entrar a los estudios superiores y las mujeres menos. Se le murió una hija y perdió otra, enviudó, se volvió a casar, volvió a enviudar, recorrió distancias tremendas huyendo y en México se convirtió en la Madre del Año, de las Damas Pioneras y hacían mucho trabajo de labor social [...] Yo me sentí pequeña, me sentí un bebé frente a estas mujeres”.
El libro le ha permitido abrir diálogos sobre la necesidad de restablecer lazos con nuestros abuelos, pero sobre todo las abuelas, y las personas de la tercera edad, rescatar sus historias “pues ahí hay tesoros escondidos”, además de que es una forma de reconciliarse con su identidad.
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“Asumo mi mexicanidad desde la diversidad, asumo mis lenguas maternas, siento una mayor integración y que he dejado atrás esta incertidumbre, hasta vergüenza, de tener una historia diferente, tienes apellidos raros, quién sabe qué vayan a pensar de mí, cargando el acta de nacimiento para que crean que eres mexicana”, concluyó, “a mí las culturas originarias, con sus autoras jóvenes, que están retomando sus lenguas maternas, escribiendo en ellas y dignificando su filiación, sin tener que escoger una u otra. México no es un país uniformado. Les he aprendido y ahora podemos darnos las manos y bailar juntas, todas las lenguas maternas, orígenes, culturas, platillos. Todo cabe en nuestro corazón, en nuestro territorio y ese es un punto que me enseñó la novela. El samovar es este símbolo, es amor, es drama y es identidad”.