¿Moda o instinto? La violencia sube a las pasarelas
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Sangre, armas, cabezas... no hablamos de narcotráfico; así fueron algunas de las colecciones de moda más recientes
La moda brilla por todo, menos por su ontología. Pese a esto, sorprende que algunas de las colecciones más nuevas tomen la violencia como inspiración, desde la simulación de sangre o de trofeos de caza, hasta incluir siluetas de armas escondidas en las prendas, todo esto pasando por la polémica de Balenciaga y sus referencias pedófilas. La industria conocida por empujar los límites, nos está llevando a fronteras insospechadas, ¿o no?
La función utilitaria de la ropa es la más conocida por ser las más obvia; un reflejo a los cambios de clima y una forma de arrebatarle a la naturaleza, lo que la genética no nos dio. Si no tenemos el grueso pelaje de un búfalo para soportar un friazo túndrico, matamos al animal y se lo quitamos. Claro que es violento, pero lo dijo Charles Darwin: “el hombre selecciona solo por su propio bien, la naturaleza solo por la del ser que de ella cuida”.
En este afán de adaptabilidad, también imitamos la defensa contra predadores. Digo sin pruebas, pero con mucha seguridad, que la primera finalidad de la indumentaria, mucho antes de solo ser linda, era ser fea, dar miedo; imitar dientes y cuernos gigantes para esconder nuestra vulnerabilidad.
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Saltando de las prendas ceremoniales y bélicas de las primeras civilizaciones, al culto a la belleza iniciado por Grecia y esparcido —hasta la fecha— por Francia, la seducción continuó usándose como arma, como granada; está la historia de Troya: como todavía no había “ramos buchones”, Paris destrozó una ciudad para ganarse a la “mujer más bella del mundo”: Helena. El territorio y las riquezas eran lo de menos, el amor valió más que cientos de vidas.
Los ejemplos de la moda como arma, pululan. Coco Chanel eliminó las ataduras del corset y la silueta femenina que exigía, las blindó con una silueta cuadrada; su enemiga, Elsa Schiaparelli, tomó un camino más complicado: tiró de la hebra del surrealismo, como en su vestido Tears, diseñado de la mano con Dalí, en el que representó heridas abiertas, para esa misma colección (Circus, 1938) también echó mano del hiperrealismo con su traje Skeleton en el que mostraba parte de la caja toráxica. Ambas creadoras, a su manera, buscaban que la mujer dejara de ser un accesorio masculino usando el miedo como arma.
A la fecha, el tejano Daniel Roseberry ha revivido magistralmente el legado de la marca surrealista, principalmente con las reproducciones anatómicas metálicas que agrega a sus diseños. La polémica le respiró en la nuca esta temporada luego de que integrara reproducciones hiperrealistas de cabezas de animales, los looks, inspirados en una foto de la fundadora, recordaban piezas ceremoniales y daban a las modelos un aspecto temerario; algunos consideraron que parecían trofeos de caza. Como era de esperarse, el tema no pasó a mayores. Juzgaría que, si lo “cancelaran” por estas piezas, tendrían que retirar del mercado cualquier prenda con “animal print”.
Alexander McQueen fue un blanco perfecto para las críticas infundadas, siempre creó las prendas más bizarras, pero lo digo, no como el calco pudoroso que le dieron los ingleses y franceses al adjetivo, sino en el sentido hispánico de la palabra: valiente.
“No quiero que las mujeres se vean inocentes e ingenuas, quiero que las mujeres se vean más fuertes. No me gusta que se aprovechen de las mujeres. No me gustan los hombres que silban a las mujeres en la calle. Creo que merecen más respeto. Me gusta que los hombres se mantengan alejados de las mujeres, me gusta que los hombres se sorprendan con una entrada. He visto a una mujer casi golpeada hasta la muerte por su esposo. Sé lo que es la misoginia. Quiero que la gente tenga miedo de las mujeres que visto”, declaró en una entrevista y lo mantuvo desde su primera colección, Jack the Ripper Stalks his Victims (1992), hasta la última, Atlantis (2010). Siempre le dio a las mujeres la coraza que les negó la naturaleza.
No hay manera de que nada de lo anterior sea utilizado como precedente para defender la campaña a favor de la pedofilia de Balenciaga, no es necesario desperdiciar caracteres en ello. Los límites de la ética son claros al respecto. Pesa el atentado contra el legado del arquitecto de la moda, pareciera que sigue pagando su postura frente a la dictadura de Franco (lo último que confeccionó fue el vestido nupcial de Carmen, nieta del dictador), pero lo cierto es que desde 2015 la marca dejó de ser de Cristóbal, para ser de Demna Gvasalia. Pese a los intentos de unir sus fundamentos, nada tiene que ver emplayar a Kim Kardashian en cinta perimetral, con las joyas que encumbró Audrey Hepburn.
Por el contrario, estas líneas no van a ser suficientes para hablar del trabajo de Robert Wun, el kamikaze que irrumpió en la última temporada de alta costura con una colección nacida de los miedos de un “couturier” y sublimada con la estética del cine de terror. “Pensé en qué sería lo peor que podría pasar en la pasarela, y decidí canalizarlo hacia la autoconfianza, abrazándolo y convirtiéndolo en algo hermoso”, declaró el diseñador. El discurso sonaría genérico, muy “cree en ti mismo”, pero, al ver el resultado, quisiéramos transformar nuestros miedos de esa forma. Igual que McQueen con Jack, Wun invirtió los papeles entre Pennywise (It, Stephen King, 1986) y Georgie, le sumó los peores miedos que tenía para su debut en el circuito de Alta Costura y se dinamitó un lugar en la historia de la moda.
El terreno se pone peligroso al hablar de la colección de Louis Gabriel Nouchi (LGN), el diseñador se basó en American Psycho, novela publicada en 1991 por Bret Easton Ellis y protagonizada en el cine por Christian Bale. La historia cuenta en primera persona los crímenes y manías de un ejecutivo asesino, en la época de los 80’s. La colección estaba llena de gabardinas largas y muchos de los modelos fueron maquillados para parecer salpicados de sangre y usaban guantes de látex, además de los bolsos fueron camuflados con siluetas de armas.
El diseñador sabía que pisaba terreno seguro al basarse en una historia ficticia, pero esto no calló los juicios que lo señalaban de promover la violencia. Obviando que “el hábito no hace al monje”, emulándolos, el diseñador continuó esta línea de dar a las víctimas las herramientas para defenderse de sus predadores.
Es conocido también que la industria del entretenimiento se ha llenado los bolsillos con las historias de asesinos, el ejemplo más reciente fue Dahmer y la mayoría de los éxitos de su productor, Ryan Murphy. La fascinación por los asesinos es otro tema, pero pareciera una forma para intentar entenderlos y protegernos de ellos.
Las personas se dividen en víctimas y victimarios, la moda, como el arte, es un reflejo de la vida y queda como consuelo la certeza de Darwin sobre la forma en la que “selecciona la naturaleza”, si nosotros somos parte de la naturaleza y cuidamos tanto de ella como de nosotros, tal vez nos quede más tiempo en esta vida aceptando la violencia que implica vivirla.