Neurodivergencia y Taylor Swift: Una experiencia sanadora y sorora para la vida
¿Cómo un concierto de Taylor Swift se convirtió en un poderoso mensaje de superación para una persona neurodivergente? La aventura musicalizada por historias que parecen fueron escritas especialmente para cada fan
Tengo 28 años y nunca había ido a un concierto. Pertenezco a la generación que gasta todo su dinero en conciertos, tengo amigos y conocidos que solamente trabajan para poder ir a diferentes conciertos en el año, pero yo nunca había ido a uno, ¿Por qué? Las razones son muchas, pero creo que la más pesada es que soy neurodivergente.
Las neurodivergencias vienen en muchos colores, es un término paraguas que alberga muchos otros, en mi caso, específicamente, significan varios diagnósticos, que aunque sí son importantes, no son el propósito de este texto, entonces vamos a dejarlo en ese más grande, en el que nos abarca a todos.
Los conciertos son el epítome de todo lo que me causa una crisis. Hay mucha gente, mucho ruido, muchos olores, muchas sensaciones, sucede demasiado. No me gusta que me toquen, no me gusta hablar con extraños, no me gusta socializar, no me gustan los ruidos fuertes, ni los olores fuertes, necesito tomar agua constantemente, no soporto pasar horas lejos de lo que considero seguro. Los conciertos no fueron pensados para gente como yo (aunque sí me gusta mucho escuchar música en vivo, razón por la cual creo adoro el teatro musical).
“THEY SEE RIGHT THROUGH ME / I SEE RIGHT THROUGH ME”
Y de pronto, el pasado primero de noviembre, Taylor Swift anunció su gira, “The Eras Tour”, en Estados Unidos. Entonces no sabíamos si iba a venir a Latinoamérica, sólo confiábamos que lo haría, ahí fue cuando tomé la decisión. Si Taylor venía a México, yo iba a ir a verla, sin importar lo que tuviera que hacer para conseguirlo.
No lo decidí ese día, me tomó un par de semanas. Sabía lo que significaba, muy seguramente iba a tener que viajar sola a la Ciudad de México, sola, porque mis amigos no son swifties y no es fácil para mí socializar y conseguir nuevos. Tendría que estar en un lugar rodeada de desconocidos. Habría muchísimo ruido y olores y gente, mucha, mucha gente, la sola idea me daba náuseas, pero era Taylor.
Taylor que me ha acompañado en los momentos más difíciles y que me ha puesto a bailar y reír y cantar cuando estoy al borde del colapso. Taylor que me ha hecho sentir escuchada y entendida. Taylor que cuando cumplí 15 años, una amiga me escribió una carta con la letra de “Fifteen”. Taylor que cuando tenía 16 y acababa de llegar a una ciudad que no conocía y en la que no quería estar, me acompañó con “Speak Now”, mientras pasaba horas encerrada en mi cuarto, enojada y muy, muy sola. Taylor que cuando tengo un día muy malo, veo el “Reputation Stadium Tour” y me siento más ligera después de gritar y bailar como si estuviera ahí. Tenía que ver a Taylor.
La decisión es sencilla cuando no hay fechas anunciadas para tu país, porque todo es una fantasía, una que no me generaba ansiedad, ni náuseas, ni me provocaba noches en vela. Sí, había hecho planes con una conocida, que también es swiftie y tiene mucha experiencia en conseguir boletos para conciertos, pero eso no significa nada, porque no había fechas y no tenía que enfrentarme con la realidad. No tenía que encontrar un modo de ser funcional en una de las situaciones que más miedo me dan.
Hasta que el 2 de junio de este año, alrededor de las 10 de la mañana, mientras estaba trabajando, Taylor anunció que venía a México. Lo vi, grité, no me podía calmar, me fui a encerrar al baño. Las emociones fueron abrumadoras. Toda la anticipación, el miedo, la ansiedad, la emoción de verla, me abrumó, no sabía qué hacer con eso. Número 1: me tenía que calmar, estaba en el trabajo, necesitaba ser funcional, pero no podía. Número 2: la decisión real, la que contaba, estaba frente a mí. ¿De verdad voy a ir a un concierto de esa magnitud? ¿De verdad lo puedo soportar?
Hace algunos años compré boletos para un concierto de The Driver Era, una banda a la que yo quiero mucho, también en la Ciudad de México, pero a la hora no pude ir. No pude soportar la idea de la multitud, que ni siquiera sería tan grande, iba a ser en el Plaza Condesa, la idea de estar entre tanta gente me aterraba, me picaba la piel, me daban ganas de quitarme uña por uña. No, no fui a ver a The Driver Era.
Cada vez que Paramore ha venido a un festival, me lo he perdido, porque si los conciertos son una fuente de ansiedad infinita, los festivales son mi equivalente al infierno. Y quiero ver a Paramore. Todos los días cruzo los dedos para que anuncien fechas de un concierto en solitario en México, no en un festival. Paramore ha sido otra de esas bandas que me ha acompañado desde mi adolescencia.
Con mis antecedentes, ¿Qué me aseguraba que no me iba a echar para atrás? ¿Estaba dispuesta a gastar dinero sabiendo que, quizá, no podría manejarlo? Tal vez no me podría subir al avión (otro miedo más), tal vez no sería capaz de sentarme con desconocidos, tal vez no podría manejar el ruido y tendría que devolver el estómago a mitad de concierto y ser sacada del recinto. Las posibilidades de todo lo que podría salir mal —y de cómo yo misma lo podría arruinar— eran infinitas. Todas pasaron por mi mente mientras estaba encerrada en ese baño, llorando, golpeando mis puños contra las paredes, tratando de evitar una crisis que evidentemente ya estaba sucediendo. La ansiedad es graciosa de esa manera. Pero, al mismo estilo de Taylor, me limpié las lágrimas, me escondí todo, lo guardé en una cajita, salí de ese baño con la resolución de ir y con no dejar que nadie notara lo afectada que estaba (lo segundo no sé si lo conseguí, aunque creo que fui capaz de disfrazarlo como emoción).
THE GREAT WAR
Supongo que no fue hasta 2018 que realmente comencé a querer a Taylor. Antes la escuchaba y, la escuchaba mucho, pero no todas sus canciones, además sentía que no la conocía, no sabía realmente sus logros, solo sabía que algunas de sus letras me hacían sentir acompañada. Entonces mi amiga Janet, a quien conocí mientras estudiaba un semestre en Puebla, me dijo que tenía que escuchar “Reputation” y todo dio vueltas. Y fue, gracias a ella, mi amiga Janet, que conseguí mi boleto.
Una parte de mí, la parte que todavía es controlada por mis miedos, no quería conseguirlos, como me pasó con RBD, no sé si se lo conté a alguien, pero en realidad estuve aliviada de no haber alcanzado boletos, no me iba a tener que enfrentar a una situación que me aterraba. Otra parte de mí, la que se esfuerza en terapia, no sabía qué iba a ser de mí, sino conseguía los boletos para Taylor.
Nunca me llegó un código de fan verificado, aunque registré muchas cuentas en Ticketmaster, pero mi amiga Janet sí, me habló y me dijo que ella me lo compraba. Los conseguimos, pero no alcanzamos en gradas. Janet, como yo, es neurodivergente (lo que no sorprende a nadie, porque fue la única amiga que hice mientras estudiaba en Puebla), entonces, como yo, no le gusta estar entre las multitudes, ni los ruidos fuertes, ni experimentar muchas sensaciones a la par. Ah, los problemas de procesamiento sensorial van a ser la razón de mi muerte, lo prometo. Y nos tocó en General B, era eso o no ver a Taylor, así que aceptamos nuestro destino. Sobrevivimos a la guerra en Ticketmaster, pero ahora venía sobrevivir a nuestra guerra interna.
REGLAS QUE JANET Y YO NOS PUSIMOS PARA EL “THE ERAS TOUR”:
Llevar tapones para oídos.
Ir al baño si era necesario.
Quedarnos hasta atrás, no estar en medio de la multitud.
Salir a la mitad de Karma, la última canción, para no tener que ir entre mucha gente.
Ir con ropa cómoda, es decir, que no nos molestaran las texturas.
Llevar bolsas grandes en las que cupiera un impermeable, suéter y una botella de agua.
La lista de reglas se fue formulando a lo largo de los meses que teníamos para prepararnos.
Una vez que tenía mis boletos, llegó el siguiente punto, ¿Cómo me iba a ir a Ciudad de México? No quería ir sola, tengo pésimo sentido de ubicación, me pierdo todo el tiempo y no me quería perder allá. Empecé a checar con agencias de viajes, pero no incluían el transporte del hotel al Foro Sol y ese era el que me importaba más. Entonces, me compartieron la información de un tour que iba directamente al concierto, incluía transporte a la CDMX, hotel y transporte al Foro Sol, lo que sonaba perfecto, el único inconveniente era que salía de Monterrey, pero dadas mis circunstancias, era mejor que nada.
Si mal no recuerdo, conseguimos los boletos un miércoles, para el sábado por la mañana, ya tenía todo lo que necesitaba para viajar. Tomé la decisión muy rápido, sin pensarlo demasiado, antes de arrepentirme, mi lógica era que entre más dinero tuviera invertido en esto, menos probabilidades había de que me echara para atrás. Y quiero dejar esto claro, siempre, hasta el último segundo, la probabilidad de que no entrara a ese concierto, fue muy alta.
YOUR ON YOUR OWN, KID
Una vez que sobrevivimos la gran guerra, solo me quedaba escoger de qué Era iba a ir (“Reputation”, obviamente) y hacer pulseras de la amistad. Compré material por Mercado Libre y otras tiendas en el centro de Saltillo. Y luego, cuando todavía no llegaba mi material, hice un Excel.
Primer paso: escuché cada disco e hice una lista, canción por canción, a mano, de cada una de las frases que quería en una pulsera.
Segundo paso: con ayuda de Excel, okay, con las hojas de cálculo de Google, hice una tabla, dividí las canciones por Eras y anoté las frases que quería en mis pulseras, luego hice un palomeo para llevar un control de qué pulseras ya tenía y cuáles no.
After years of wanting to play in Mexico City, just got to play 4 of the most unforgettable shows for the most beautiful and generous fans. Feeling so grateful for the memories we’re making together on this tour 🥹 TE AMO. 🇲🇽
— Taylor Swift (@taylorswift13) August 28, 2023
📷: @hvivas24 @GettyImages pic.twitter.com/swy0jBIqdT
Tercer paso: separé todas mis letras, para que fuera más fácil hacer las frases.
Cuarto paso: formé las frases de las pulseras que me eran indispensables, las eché en una bolsita, junto con un papelito que decía qué frase era.
Quinto paso: hacer pulseras.
Gracias a mi método increíblemente organizado, alcancé, con la ayuda de una amiga, a hacer más de 80 pulseras, pero menos de 100, no sé cuántas hice exactamente, repartí algunas antes de irme.
La organización me ayuda mucho, me hace sentir en control en situaciones que no puedo controlar, en este caso, no sabía si iba a ser capaz de realmente intercambiar las pulseras. Pero no pensé en eso, no tenía tiempo. Yo era una máquina. Todo mi tiempo libre lo dedicaba a hacer pulseras. Si me mantenía ocupada lo suficiente, sin dejar tiempo para pensar, no tendría tiempo para crear planes elaborados y huir del concierto.
Hice pulseras hasta que ya no pude más, hasta que me impedía ser funcional, hasta que la sola idea de hacer una más, me hacía llorar. Ya no podía, ocupaba todo el espacio en mi mente, me sentía atrapada, no podía hacer otra cosa, pero tampoco podía sentarme a hacer más, quería hacerlo, pero ya no podía. Pasé horas acostada en mi cama, viendo el techo, inerte, reflexionando en que tenía que avanzar, tenía que hacer más, no estaba ni cerca de la meta, no me podía rendir, tenía que ser la mejor, tenía que acabar y cumplirme a mí misma (hey, para todas las “Mirrorball”, “This is me trying”, “Your on your own, kid”, “Mastermind” girlies que me están entendiendo a la perfección, estamos en esto juntas). La disfunción ejecutiva controla mi vida.
Llegó un punto en el que le di todo mi material a una amiga, dejé que ella hiciera algunas pulseras por mí, solo porque yo ya no soportaba tenerlo en mi casa, ya no lo podía manejar. Y eso, dejarlo ir, físicamente que no estuviera conmigo, liberó mucho de mi mente, sentí que, por primera vez, podía respirar. Leí un libro, me puse al corriente con algunas series, hice pendientes, compré lo que me faltaba.
Ya con pulseras, outfit y todo lo que me faltaba listo, solo me tenía que ir.
“I COUNTED DAYS, I COUNTED MILES / TO SEE YOU THERE”
Siempre me ha gustado viajar por carretera, lo prefiero mil veces a subirme a un avión, pero, con la inseguridad que se ha vivido en las carreteras del país últimamente, estaba francamente asustada. No pasó nada, fue un viaje bastante tranquilo, aunque todo el tiempo me sentía como bicho raro, claramente la mayoría iba con alguien, yo no, pero eso me dio una libertad que normalmente no tengo.
Gracias a todo el masking - camuflar personalidad- que hago en mi día a día, no puedo hacer ni la mitad del stimming - movimientos o ruidos repetitivos- que me gustaría, que haría que autorregularme fuera más sencillo. Así que me permití ser la persona extraña que soy y, en un paradero en Querétaro, dije “agua” todas las veces que fue necesario, hasta que me calmé, hasta que me sentía regulada y más dueña de mí, hasta que me tuve que volver a subir al autobús y ser un poquito más “normal”.
En el camino, me di cuenta de que había olvidado mis tapones para oídos y no creía ser capaz de soportar todo el concierto sin ellos, no creía poder soportar ni los primeros 10 minutos. Me puse en contacto con una conocida, que también iba al concierto y llegaría a la CDMX antes que yo, a ver si, de casualidad, podía conseguirme unos. Para la noche, cuando llegué al hotel, ya me los había conseguido.
Afortunadamente, me tocó compartir cuarto con otras personas increíblemente organizadas, que no pensaron que levantarnos a las 5 de la mañana para ir a un concierto que comenzaba a las 8 de la noche, era una idea disparatada, además pude intercambiar mis primeras pulseras.
Entonces llegó el día. Me desperté el día de mi concierto (a las 4:30, debo añadir, solita, sin alarma, la ansiedad de verdad es bien graciosa). No podía creer que ese día iba a ver a mi güera, ni siquiera estaba completamente segura de que iba a ser capaz de entrar al concierto. Una parte de mí todavía sentía que no lo iba a lograr, que iba a estar ahí, ver a la gente, darse la media vuelta y esperar en el autobús. No sería la primera vez que al final no voy a algo que espero con ansias solo porque hay mucha gente.
Las chavas con las que me quedé en el cuarto, que eran familia, me hicieron sentir acompañada y recibida por ellas (oigan, la sororidad es una cosa bien bonita), así que, de pronto, aunque estaba sola, ya no lo estaba tanto. Traté de explicar, lo mejor que pude, mi neurodiversidad, también hice mucho masking. Sé normal, amable, sonríe, habla, saluda, di gracias y por favor, ofrece. Me tuve que recordar activamente todas esas cosas que para muchos son naturales, pero para mí no. Sé normal, Nairobi, o nadie te va a querer. Aunque “ser normal” es extremadamente agotador para mí.
Pero, esta vez, fue mucho más sencillo que en otras situaciones, ¿por qué? Me pasa lo mismo cuando voy al teatro o a una feria del libro, todos los que están ahí comparten mi amor por algo. Tal vez no a mi nivel, después de todo Taylor, los libros, el teatro y las series son mis intereses especiales (de la manera neurodivergente) y, por lo tanto, son de lo único que puedo hablar sin parar, sin que me importe mucho si me están poniendo atención o no. Entonces, estar con gente que comparte mi amor por uno de mis intereses especiales, hace todo mucho más sencillo, porque siempre voy a tener tema de conversación si estamos hablando de Taylor Swift, siempre voy a tener algo que decir sobre ella.
THIS IS ME TRYING
Sentirme recibida, ayudó mucho con mis nervios, también me hizo sentir más capaz de entrar al Foro Sol. Hasta que llegamos a la puerta 6. Yo tenía boleto VIP, se supone tenía acceso prioritario hasta las 3 de la tarde, pero se nos hizo tarde comprando merch. Cuando llegué, a las 4:30, que era la hora a la que se suponía era la entrada general, me dijeron que no, que hasta las 5:30. Y para entonces, en la explanada, había muchísima gente y el pánico se estaba empezando a apoderar de mí. Quería gritar, sentarme en el piso (tener contacto directo con el piso siempre ayuda a que me calme, no sé por qué). Volví con mis compañeras de cuarto, ellas estaban intercambiando pulseras, dijeron que estaban enfrentando sus miedos y su timidez y a cada una le había tocado acercarse a hablarle a alguien para intercambiar, dijeron que me tocaba a mí. No pude. Les dije que era porque no quería soltar mi bolsa, que en parte era verdad, pero otra realidad era que no podía. Había mucha gente, mucho ruido, no me dejaban entrar y no entendía por qué si estaban dejando entrar a otros VIPs. No me sentía segura, extrañaba mucho a mi gato y si Ocesa tuviera un poco de piedad por las personas neurodivergentes, me habrían dejado llevar a Rennie (un peluche de reno con el que duermo y me acompaña a todos mis viajes y eventos que me generan ansiedad desmedida). Pero no llevaba a Rennie, estas chicas, que aunque muy amables, no eran personas que yo conocía de verdad y quería a mi amiga Janet solo para decirle: “la estoy pasando muy mal entre la gente” y que alguien lo entendiera. Sin embargo, Janet estaba comiendo, nos íbamos a ver dentro del concierto. Lo pensé, pensé en darme la vuelta y regresarme al autobús. Esperar allá, con Rennie, alejarme de ahí. Quería vomitar. Mis sentidos se sentían abrumados. No me podía sentar en el piso, ni hacer absolutamente nada más que me ayudara a sentirme calmada, porque iban a creer que soy rara y necesito actuar tan normal como me sea posible para agradarle a la gente.
Nos volvimos a acercar, antes de las 5:30, y esta vez sí nos dejaron pasar. Una vez estuve del otro lado, las cosas fluyeron un poco más, para empezar, tuvimos que caminar un buen tramo y eso siempre ayuda con mis nervios. Y luego, conforme íbamos pasando filtro por filtro, otro miedo iba desapareciendo, nadie había clonado mi boleto.
Adentro había mucha gente y no me sentía capaz. ¿Cómo iba a intercambiar 80 pulseras? ¿De dónde iba a sacar el valor para interactuar con 80 personas diferentes? No podía. Compré agua y una bolsa de Takis Fuego, porque los Takis siempre me ayudan a calmarme, así que quería tener unos, por si era necesario. Mis compañeras de cuarto se acomodaron muy en medio de la multitud en General B y yo no podía, bajo ninguna circunstancia, estar rodeada de tanta gente, así que les dije que cuando llegara mi amiga Janet, me iba a ir con ella hasta atrás.
Veía a todos intercambiar pulseras y yo sabía que a eso había venido, que por eso había hecho tantas, pero, ¿cómo? ¿Sólo iba a hablarles? No. No puedo. No soy capaz. Ayuda. María, una de mis compañeras de cuarto, se ofreció a ir a intercambiar conmigo, ella iba a cambiar stickers. Así que lo hicimos. Después de las primeras personas sentía el estómago hecho un nudo, náuseas, estaba mareada, quería llorar, hacer stimming ya era inevitable, necesitaba encontrar una manera de autorregularme, María fue muy buena, intentó calmarme y decirme que sí podía, creo que eso fue lo que ayudó. Sororidad, ante todo, siempre.
“ALL YOUR CLOSETS OF BACKLOGGED DREAMS / AND HOW YOU LEFT THEM ALL TO ME”
Creo que no hace falta que diga el gran show que maneja Taylor, tiene más de 10 cambios de vestuario y de escenografía, números de baile, espectáculos de luces y pirotecnia. Tampoco hace falta que diga que lo da todo en el escenario, que nos dice lo mucho que aprecia que pasemos el tiempo con ella, que canta las canciones como si tuviera el dolor fresco que la orillo a escribirlas. Taylor Swift da todo por dar un buen show para su público.
Y ni siquiera hablemos de Sabrina Carpenter, que por primera vez en su vida dio un espectáculo para más de 60 mil personas y ni se inmutó. Lo dejó todo en el escenario, nos dio una rima especial para la Ciudad de México al final de “Nonsense” y puso a bailar a todos.
No, no hace falta que hablemos de la calidad de espectáculo que vinieron a darnos, porque creo que ya lo sabemos. Este texto no es sobre eso. Pero sí es sobre cómo se sintió, como lo sentí yo.
ESTOS SON LOS MOMENTOS QUE ME VAN A ACOMPAÑAR EL RESTO DE MI VIDA:
Escuchar a Taylor decir “Vamos a regresar a la prepa” y que luego empiece a cantar “You belong with me”, transportándome inmediatamente a mi época de secundaria.
Gritar, con toda mis fuerzas, “CAUSE SHADE NEVER MADE ANYBODY LESS GAY”
Escuchar The Archer en vivo, llorar toda la canción, y sentirme entendida.
Marjorie. Mi tata Ricardo (mi abuelo) falleció en 2016. Él y yo siempre tuvimos una conexión muy importante, estoy segura de que también era neurodivergente, aunque nadie lo diagnosticó. Además, los dos amábamos los libros y la poesía. Mi tata soñaba con escribir, llevaba diarios. Y ese sueño lo compartimos también. Mi tata que me dejó sus sueños. Escuchar Marjorie, mientras Taylor canta sobre su abuela, quien también le dejó sus sueños, con todas las luces de celulares prendidas, mientras yo vestía un chaleco de mi abuelo y llevaba una pulsera con su nombre, es una de las experiencias más mágicas que he tenido. No sé cómo, pero él estaba ahí. Marjorie estaba ahí. Nos estaban acompañando.
Cuando Taylor dijo, a mitad de concierto, que podía ver como la gente de hasta atrás estaba bailando y disfrutando el concierto como nadie.
Una chica, a mitad de concierto, se sentó en el piso y se puso a llorar, y las demás que estaban a su alrededor, que no sé si la conocían o no, pero parecía que no, se sentaron con ella y la abrazaron y le dieron pulseras y no la dejaron sola. Sororidad, ante todo, siempre.
Gritar con todas mis fuerzas: AND BABY, FOR YOU, I WOULD FALL FROM GRACE, JUST TO TOUCH YOUR FACE.
Cantar a todo pulmón el puente de Illicit Affairs y My tears ricochet
Bailar como si nadie me estuviera viendo durante Shake it off y Karma.
Ver como mi amiga Janet pudo cumplir su sueño de escuchar “Snow on the beach” en vivo y escuchar a Taylor decir su nombre: “Now I’m all for you like Janet”.
Muchas otras cosas, la lista es muy larga, no tenemos tiempo para tanto.
“LONG LIVE ALL THE MAGIC WE MADE”
El concierto se sentía en armonía, en paz, como si todas (y hablo en femenino a propósito) estuviéramos sanando algo. No podía dejar de pensar en todos esos videos de Tiktok, hablando de que este era el verano en el que nos estábamos sanando, en el que estábamos reparando nuestra relación con nuestra feminidad (lo que sea que eso signifique para cada quien) y nos estábamos reconciliando con nuestra niña interior, gracias a Barbie y los conciertos de Taylor.
Creo que, al menos mi generación, y yo específicamente, pasamos mucho tiempo intentando no ser como las otras, tratando de ser “diferentes”, hasta que un día nos dimos cuenta de que ser como las otras es increíble. Se siente un gozo indescriptible ser como las otras mujeres. Saber que no estoy sola, que no importa dónde esté, si me conoces o no, si hay una mujer cerca y yo necesito una toalla sanitaria, me van a dar una.
(Este pedacito es para agradecer: gracias a todas las personas que me acompañaron en este viaje, gracias por no dejarme sola, por tomarme de la mano, por escucharme hablar del concierto hasta el cansancio, por escuchar mis miedos, mis planes para organizar todo y así sentirme un poco más en control, porque, aunque no me conocieran, me hicieron sentir incluida, gracias por ser conmigo).
Al final, Janet y yo rompimos una regla, no nos salimos a la mitad de Karma, esperamos a que acabara y tuvimos que subir el puente del Palacio de los Deportes. Ah. He tenido sesiones enteras de terapia en las que sólo soy yo llorando sobre lo mucho que odio los puentes peatonales, es uno de esos miedos irracionales que tengo arraigado en los huesos y nomás no sé cómo dejar. Janet ayudó, se lo dije en ese momento, ella no sabía, y avanzamos. Caminamos entre la multitud, agarrando todas nuestras pertenencias, sin dejar de hablar un segundo para mantener la mente ocupada.
Me despedí de ella, no sé cuándo la voy a volver a ver, espero que pronto. Y sin decir nada, aunque sé que ella lo sabe, le agradecí todo, el traerme a Taylor, el conseguir el boleto, el acompañarme, el entender la ansiedad y el pánico. Le agradecí no estar sola en la neurodiversidad.
Volví a Monterrey agotada, saturada, hambrienta, harta. No quería volver a escuchar una risa más. Necesitaba ver a mi gata. Creo que para cuando me bajé del autobús, la gente de mi alrededor ya estaba harta de escucharme hablar de lo mucho que extrañaba a Doctor (mi gata).
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Bajé y una amiga ya me estaba esperando, entonces pude descansar, pude soltar todo el peso que traía encima, pude respirar, ya no estaba sola.
Después de todo el pánico que he vivido desde el primero de noviembre del año pasado, de la ansiedad, las náuseas, los dolores de cabeza, las noches en vela, de las veces que casi me rendí porque estaba segura, no lo podría manejar, ¿lo volvería a hacer? Si supiera todo lo que sé ahora, ¿volvería a pasar por todo el proceso que significó ir al concierto? Sí, sin pensarlo dos veces, porque la sensación de sentir a mi abuelo conmigo mientras escuchaba “Marjorie” me va a dar fuerzas para no rendirme el resto de mi vida.
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