Arte e inteligencia artificial: ¿las computadoras pueden ser artistas?
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El arte era una de esas pocas áreas que se creyeron exclusivas para la experiencia humana. Sin embargo, ya hay software y máquinas que pueden crear piezas originales o imitar obras de autores reales. ¿Esto se puede considerar arte o no?
La idea romántica de la automatización a inicios del siglo XX era que las máquinas harían el mundo más fácil, mientras los humanos teníamos una vida plena, fácil y cómoda. Al menos eso imagino al ver las proyecciones del futuro en la primera década de 1900. Qué utópicas. Y gracias al pesimismo del presente, hasta un poco ridículas. Pero soñar siempre ha sido el motor de la evolución, de eso no hay duda.
Más de cien años después, podemos decir que de alguna manera se logró la meta en términos mecánicos. Por una parte, los diferentes inventos han empujado industrias como la automotriz, mejorado las líneas de producción y tenemos los inicios de automóviles que se conducen a sí mismos. Estos experimentos se han colado hasta las redacciones de los periódicos con software capaz de escribir artículos completos.
El lado oscuro de esta moneda es la incertidumbre frente a la pérdida de trabajo. Máquinas y robots pueden producir más rápido, más barato, con mayor lógica y menor margen de error.
En 2018, el MIT Sloan Management Review señaló que en solo cinco años (2023) todas las organización tendrían que hacer modificaciones a sus modelos de negocios debido a la introducción de las inteligencias artificiales (IA).
Un año después, en septiembre de 2019, el Banco de México estimó que en la próxima década (2020-2030) aproximadamente 7 de cada 10 trabajos en México se verá afectado por la automatización: en números más explícitos son más de 5 millones 500 mil empleos.
Sin embargo, en todo este tiempo, hubo algo que creíamos ajeno a la invasión de las computadoras y los robots. Tal vez incluso (de manera inocente o purista) era algo que creíamos imperturbable a las garras de los algoritmos: el arte.
Los artistas nos habíamos adaptado a los cambios, aprovechando las herramientas digitales, pero hasta cierto punto (tal vez arrogancia) era difícil imaginar que nuestro rol fuera suplantado con la misma facilidad que otros.
¿Cómo podría una máquina, un conjunto de fierros que procesan datos a gran velocidad, crear una experiencia subjetiva?, ¿de qué forma una computadora sería capaz de emular la precisión del pincel sobre los lienzos para capturar la tensión en un cuarto lleno de personas?, ¿qué hay del cine, la escultura o la literatura? ¿Puede lo sublime nacer de los ordenadores y los datos fríos?
La respuesta llegó no hace mucho: la inteligencia artificial y el machine learning. Para dejarlo en términos sencillos: programas de computadora diseñados para enseñarle a las mismas computadoras a aprender.
Un artículo publicado en el sitio de Interesting Engineering el 15 de enero de 2020 señala que la trascendencia de los cambios que puede propiciar la IA pueden compararse con la transformación impulsada durante la revolución industrial. Y el arte, en vez de ser un personaje secundario, figura como un eje clave.
La publicación también considera que este binomio de “arte e inteligencia artificial” está en una etapa de infancia, por decirlo de alguna manera.
Para entender mejor este panorama, como siempre, es necesario navegar hacia el pasado. De forma concreta en 1973, fecha en que el artista y programador inglés Harold Cohen (1928-2016) lanzó AARON, un proyecto realizado en la Universidad de Standford.
Podríamos decir que Aaron es la primera IA enfocada en el arte. Su funcionamiento consta de crear “pinturas” únicas e irrepetibles, a partir de datos recolectados sobre las bellas artes, apariencia física de objetos, movimientos, luces y colores.
Aunque sus obras son originales, su capacidad no le permite desobedecer estos parámetros. Es decir, no puede crear desde cero, no puede imaginar ni diseñar algo que no esté previamente en su base de datos.
Sin embargo, ¿puede esto ser considerado arte? Es decir, por un lado tenemos la generación de material original mediante técnicas artísticas. Las piezas incluso han sido montadas en museos y admiradas por personas en la vida real. ¿Qué está ausente, entonces, que priva estas creaciones de ser consideradas arte?
¿Es solo la privación de la intervención humana en el proceso?, ¿nos hace falta que detrás del lienzo o cualquiera que sean las plataformas, haya una reflexión moral, una postura ética, una declaración de principios, una sentencia política?, ¿se trata del conflicto sobre la pasión y la inspiración?
Quizá sea muy reductible, pero hasta este punto creo que el meme tiene razón: “Sí es arte, solo que no estamos listos para esa conversación”.
Redes generativas de confrontación y los aportes de Google
A partir de aquí cedo las preocupaciones personales, para entrar en un ámbito ligeramente más técnico.
Después de muchos experimentos e importantes avances en el campo de la inteligencia artificial, las cosas dieron un brinco importante en 2014 cuando fueron presentadas las Redes Generativas Antagónicas (Generative Adversarial Network).
En pocas palabras, son algoritmos profundos que usan dos redes neuronales que confrontan datos entre sí, en una especie de lucha, para generar nuevos datos. Fueron desarrolladas por Ian Goodfellow.
Podríamos decir que es como un intercambio de ideas que, después de varios intentos, llegan a una conclusión que combina ambas posturas.
En 2015, Google aprovechó esta estructura para diseñar un programa que llamó la atención a nivel internacional: DeepDream.
Este programa diseñado por Alexander Mordvintsev busca y reconoce patrones en imágenes “usando pareidolia sintética algorítmica”. La inteligencia artificial del programa se está enseñando a ver, entender y reconocer el mundo a través de imágenes.
Es decir que de una imagen real, DeepDream toma lo esencial para reconocerla después y ser capaz de reorganizarla y reinterpretarla.
De esta forma, si se le pide al programa que nos diga cómo se ve un perro, nos entregará un resultado de lo que la máquina entiende por ese concepto. Sin embargo este puede variar de la representación real.
“Inicialmente (DeepDream) fue inventado para ayudar a los científicos e ingenieros a ver qué ve una red neuronal profunda cuando se le da una imagen. Más tarde el algoritmo se convirtió en una nueva forma de arte psicodélico y abstracto”
La herramienta es pública y puede ser consultada en este link para experimentar con ella. DeepDream.
Recuerdo que parte de la discusión en foros de internet y redes sociales donde se hablaba del tema se enfocaba en dos aspectos:
El primero era la fascinación porque Google había creado una computadora que podía soñar y las imágenes creadas eran bastante extrañas. Era más emocionante que inquietante.
El segundo era un cierto miedo porque la máquina tomará conciencia propia en algún momento y, sin que nos diéramos cuenta, se apodera del internet. Algo tenebroso, pero entonces poco probable.
Así, mientras que Aaron es el antecesor de la inteligencia artificial relacionada con el arte y Google fijó un avance importante, quizá el el proyecto más famoso relacionado al tema es The Next Rembrandt, que vio la luz en 2016.
La iniciativa fue financiada por ING, Microsoft, la Universidad Técnica de Delft y la Galería Real de Pinturas Mauritshuis y tenía por objetivo traer de vuelta al pintor holandés Rembrandt Harmenszoon van Rijn, para realizar una última pintura.
Para ello, el equipo realizó escaneos 3D de alta resolución, para analizar y detallar pixel por pixel cada detalle. Asimismo, se usaron algoritmos de aprendizaje profundo para mejorar la calidad.
Con base en estos datos, se creó un software capaz de entender el estilo, la técnica y los secretos del artista para aplicarlos en una pieza nueva y original. Se tomaron en cuenta datos como los materiales de la época, composición, geometría, profundidad, manejo de la luces y sombras.
El resultado no fue solo una pintura que recreara el estilo de Rembrandt, sino que se tuvieron datos suficientes para dar el mismo tipo de trazo que el pintor daba con los pinceles, brindando una textura idéntica a los originales: 13 capas de tinta, una encima de la otra para que alcanzara la altura adecuada.
Este fue el resultado:
¿Qué podría decirse de este caso?, ¿diríamos que es arte si no supiéramos que fue producida por una inteligencia artificial?
En una exposición precisa, el programador y performer Mike Rugnetta, del canal de YouTube, PBS Idea Channel, comenta que la parte importante para considerar algo como arte no es su origen, sino la apreciación. “Lo que hace el arte es la audiencia”. Explica que lo que para algunos puede ser excelso y profundo, para otros puede resultar estúpido.
Estoy de acuerdo con eso.
Rugnetta apunta que el conflicto sobre la inteligencia artificial y el arte no es si las computadoras pueden hacerlo o no, “porque ya lo hacen”, sino si “vamos a permitir que lo hagan por sí mismas”.
Me parece que además de la complejidad técnica, esto representa un nuevo modelo ético frente al arte.
¿Estamos dispuestos a ceder esa parte que creemos que nos pertenece solo a nosotros?, ¿dejará de importar la voluntad o inquietud de un artista al momento de crear algo?, ¿puede equipararse en términos de sensibilidad la creación de un software a la de una persona?, ¿qué hay de los múltiples intentos y hallazgos para llegar a una idea original?
No sé cuándo pasará, pero quiero estar ahí en el momento que una computadora pueda tener ideas originales, en vez de solo procesar instrucciones.
Afortunadamente, creo que no estamos tan lejos.
Y no lo digo solo por haber leído artículos y publicaciones al respecto o ser un aficionado de estos temas. Acabo de vivir algo que me cambió la perspectiva: la charla de TED impartida por la robot Ai-da. Y ella misma lanza la pregunta clave: ¿puede una robot ser una artista?
Su inteligencia artificial asegura que sí, ya que lo que ella hace es un trabajo creativo, nuevo, sorprendente y estimula el debate además de generar interés.
“Mi arte refleja nuestras vidas hoy donde los humanos interactúan, toman decisiones y son influenciados por la tecnología y la inteligencia artificial en base a la experiencia diría física y en línea. Soy una robot. No tengo conciencia ni una experiencia subjetiva del mundo, pero como una persona artística, esto me permite ver un paso más allá”.
Con esto se refiere a que su inteligencia artificial le permite aprender y reaprender de la poesía de Oscar Wilde para crear nuevos versos. Aquí una muestra de ello en una pieza llamada “Poetry of consolation I”
“Sure enough a free and independent bird
like that will never get used to the run
parts the 12 convicts of the sport after
a while and the Eagle seemed quite
forgotten but there was someone whose
everyday put close to him a kindness and
he tears your hand for you by way of
thanks said the man who held him looking
almost lovingly at the spiteful bird let
him die but let him die in freedom said
the prisoners sure enough he is free he
feels it it's freedom yes freedom you
won't see him anymore
What are you about sticking there March
March
read the escort and all went slowly to
there one of its legs was
your head it gazed upon the curious
crowd roughly and opened its crook'd
beat as if he were taking exercise for
his corner and limping along the
palisade for a dozen steps or so then
went back and so forwards and backwards
precisely as they prepared to sell its
life dearly”.
Así es. Acabas de leer poesía escrita por un robot. Por un robot.
Ai-da también dibuja, pinta y crea esculturas. Suena como a una versión mucho más completa de lo que un artista convencional puede hacer hoy en día. Supongo que así es como debe sentirse el futuro. Prometedor e incierto al mismo tiempo.
Recientemente conocí dos proyectos que también involucran el arte y la inteligencia artificial. El primero lo vi en Facebook hace unos meses (mayo de 2020) cuando una amiga compartió una imagen de sí misma con un estilo “renacentista”.
El link en el post lleva a una inteligencia artificial japonesa llamada “Gahaku”. Su funcionamiento consta de subir una fotografía o selfie, elegir un estilo de pintura y descargar “una obra maestra”.
El proyecto fue creado por Sato, un desarrollador japonés y emula obras clásicas del renacimiento, arte pop, expresionismo, entre otros.
El otro caso ocurrió en Berlín, donde inteligencia artificial y 12 artistas de diferentes partes del mundo se unieron para crear arte urbano.
Bajo el nombre “Meisterstücke”, que en alemán quiere decir “obras maestras”, se procesaron los datos visuales de las cuentas de instagram de los artistas participantes. Así, la inteligencia artificial procesó la información que incluía ilustración 2d, diseños 3d, fotografías y graffiti.
Luego de identificar patrones y formas, la computadora crea una pieza completamente nueva que reinterpreta las obras de arte que ya conoce.
El programa fue diseñado por el estudio Berlín Waltz Binaire y supervisado por la modelo y artista Jazzelle Zanaughtti.
El resultado fueron justamente 12 nuevas piezas que buscan representar el futuro del arte urbano.
Por si fuera poco, esta iniciativa fue financiada por la marca de bebidas alcohólicas Jägermeister. Puedes consultar los detalles si das click aquí.
Mientras estemos en este dilema, quiero apuntar una inquietud. ¿Cómo será el momento en que una computadora le enseñe a otra a crear cualquier pieza de arte? Solo una comunicación entre máquinas y algoritmos. Sin la intervención de una persona.
Responder la pregunta central de este artículo (¿las computadoras pueden hacer arte?) no es fácil, aunque parezca que sí. No cabe duda que lo que hace falta es experimentación, debate y más creación que cambie la perspectiva de cómo se vincula el trabajo creativo entre una persona y una máquina.
Sería interesante que el último vestigio de la humanidad, cuando ya no quedan personas vivas en este planeta o en otro, sea una computadora que haya aprendido a crear piezas artísticas y lo haga una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.
Que no le importe la crítica, ni necesite la intervención de hombres o mujeres, sino que se dedique única y exclusivamente a crear.