Opinión: Debemos cambiar nuestra forma de contar la historia del cambio climático
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La versión que elijamos de nuestra historia del futuro depende de nosotros. Nos corresponde a todos contarla.
Por: Oliver Jeffers
Todo lo que somos como personas es un atado de historias: las que nos cuentan, las que cuentan sobre nosotros, las que nos contamos a nosotros mismos y a los demás. Explican nuestra identidad y expresan nuestros valores, y durante mucho tiempo han moldeado a las sociedades: Esparta como una cultura de guerreros, Estados Unidos como la tierra de la libertad y más. Pero cuando se cuentan varias historias contradictorias, también pueden limitarnos, engañarnos y dividirnos. Con demasiada frecuencia solo le convienen al narrador, no al resto.
Soy narrador profesional, y las historias que me preocupan especialmente son las que nos distraen y dividen sobre el cambio climático —el implacable ‘yo tengo razón y tú no’— por lo que está en juego.
Crecí en Belfast, Irlanda del Norte, una tierra de narradores natos, tanto de los que entretienen como de los que nos rompen el corazón. Una línea invisible divide en dos Irlanda, la isla en la que nací. Al norte de esa línea, la historia particular en torno a la cual hemos construido nuestra identidad fragmentada es la percepción de un enemigo que vive al otro lado —nacionalistas católicos que se identifican como irlandeses y unionistas protestantes que se identifican como británicos— y al que constantemente debemos resistir. Si nuestro enemigo cree que algo está bien, debe, por definición, estar mal.
Durante años, y no solo desde el 7 de octubre de 2023, las áreas católicas de Irlanda del Norte han enarbolado la bandera de Palestina en solidaridad con lo que una vez fue una situación similar de ocupación y opresión. Y siempre que lo hacen, las áreas protestantes responden inevitablemente enarbolando la estrella de David, no tanto por una alineación particular con el sionismo como con la idea de que el enemigo de tu enemigo es tu amigo.
En el gobierno, este escenario ha estado representado (durante la mayor parte del siglo pasado) en los extremos por el Sinn Fein, el partido político del nacionalismo irlandés, y el DUP, el partido político protestante que representa al unionismo británico. El hecho de que sigan siendo los dos partidos mayoritarios más votados, a pesar de que ninguno de los dos tiene un gran historial de soluciones viables para la población en general, demuestra que seguimos tan divididos como siempre.
A quien no sea de Irlanda del Norte, las historias que nos contamos unos sobre otros le parecerán absurdas. (Probablemente también se lo parezcan a la mayoría de quienes son de Irlanda del Norte). Por eso me entristece y me alarma ver que las mismas ideas reduccionistas se han impuesto en Estados Unidos. Y lo que me inquieta especialmente es el modo en que estas divisiones cada vez mayores en Estados Unidos han envenenado nuestra capacidad de actuar como una fuerza unificada para encontrar formas de alcanzar un equilibrio duradero con nuestro mundo natural.
En Irlanda del Norte, somos los únicos que sufrimos por nuestra perspectiva limitada. A menudo se compara nuestra situación con la de Medio Oriente, pero, a diferencia de Palestina e Israel, nosotros no somos un peón en el tablero de ajedrez internacional. Somos lo que ocurre cuando metes a personas en una isla y dejas que se peleen. El mundo apenas se dará cuenta.
Sin embargo, en Estados Unidos, donde resido parcialmente y tengo un estudio, las divisiones paralizan los esfuerzos por frenar las emisiones de uno de los mayores contaminadores climáticos del mundo. Al mismo tiempo, es una de las naciones mejor posicionadas para liderar la lucha contra el cambio climático, tanto política como económicamente.
Volver a empezar, uno de mis libros recientes, analiza lo que ocurre si nos alejamos y nos miramos desde el espacio. Lo que se ve desde allí arriba es tierra, agua, nubes. Se ve lo pequeños que somos. Lo singulares que somos. De pronto ya no importa quién tiene razón en la Tierra. Se hace brutalmente evidente que nuestro clima no se preocupa por nosotros y que las historias que contamos son solo para (y contra) otros.
Un enemigo compartido puede ser una fuerza galvanizadora, pero puedo decirte por la experiencia de donde crecí que esa estrategia no puede crear un mejor futuro para quien la sigue. Piensa en los debates que has tenido en tu vida. ¿Alguna vez has hecho cambiar de opinión a alguien simplemente al insistir que está equivocado?
Muy a menudo, los que estamos preocupados por el cambio climático somos culpables de menospreciar a la otra parte porque estamos preocupados por tener razón sobre la amenaza existencial a la que nos enfrentamos. No nos damos cuenta de que perder tu medio de vida, por ejemplo, a causa de la prohibición de la fracturación hidráulica o del cierre de una planta de carbón, también es una amenaza existencial. Así que protegerlos, proteger ese medio de vida y a las familias y ciudades que sustenta, es una de las causas más nobles que hay que defender.
En mi trabajo como escritor, me he dado cuenta de que tenemos la costumbre subconsciente de subestimar el poder de las historias. Lo sabemos, pero lo olvidamos. Si somos capaces de reconocer que nuestras historias sobre el cambio climático —y sobre que en el otro bando son tontos quienes no están de acuerdo con nosotros— son las que nos han metido en este estado de parálisis, entonces quizá podamos empezar a trabajar juntos en una nueva historia que pueda liberarnos de él.
Para empezar, ¿qué pasaría si sustituyéramos las palabras “bien” y “mal” por “mejor” y “peor”? ¿Quién podría estar en contra de que las cosas fueran mejores? Un simple replanteamiento hace que la historia sea sobre el futuro que queremos. Ahora imaginemos que somos capaces de hacerlo de forma que todo el mundo se sienta incluido en el resultado, en lugar de excluido, pasado por alto u olvidado.
¿Suena demasiado ingenuo? ¿Un poco simplista? Crear nuevos puestos de trabajo que sean respetuosos con el medioambiente, después de todo, no es tan sencillo. Pero para salir de nuestra inacción, tenemos que encontrar un lugar en el que podamos empezar a estar del mismo lado.
La versión que elijamos de nuestra historia del futuro depende de nosotros. Nos corresponde a todos contarla. ¿Pero será una historia en la que la mitad de nosotros tenga razón y la otra mitad esté equivocada? ¿O será una historia que nos deje a todos en una mejor situación?