Virginia Woolf es homenajeada por Google en su 136 aniversario

Vida
/ 25 enero 2018

Un doodle rememora la figura de quien fuera uno de los rostros más reconocibles de la literatura moderna, que hoy cumpliría años

No hay manera de sacarse de encima a Virginia Woolf (Londres, 1882-1941). Cuando no está presente en las páginas de todos los periódicos por la publicación de sus diarios personales –a cargo de la editorial Tres Hermanas, traducido por Olivia de Miguel y prologado por Inés Martín Rodrigo–, lo está por alguna efeméride, como sucede ahora con el 136º aniversario de su nacimiento, que ha animado a Google a dedicarle uno de sus Doodle's. Cuando no, el nombre de la escritora británica aflora de sopetón: tanto vale una columna, las páginas de Cultura o una conversación de bar. No por nada hablamos de una de las grandes firmas de la literatura moderna.

Tanto sirve Woolf para erigir la renovada bandera del feminismo como para ponderar su valía como fabricante de conciencias, una de las suertes creativas que más elogios le mereció. Hasta el punto de que se podría decir que la suya, una vez leídos (disfrutados) sus «Diarios», no es sino una de cuantas descansan en su particular tabernáculo, compartiendo escena con Clarissa Dalloway, entre otros.

Y no habría manera de comprender su figura de no ponerse en relieve su bipolaridad, enfermedad que marcó con sangre el devenir de su vida, hasta el punto de ser la única eventualidad capaz de sacar del puño de la escritora la tinta con la que daba forma a sus miles de páginas. El Círculo de Bloomsbury, el remanso de paz que encontraba en una sociedad que nunca terminó de comprenderla, y de la que le fascinaba el glamur social erigido en torno a las grandes fiestas –en las que a buen seguro Woolf forjó la identidad de más de uno de sus personajes–.

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Una vez recolectados los mimbres para sus historias, la londinense gustaba de encerrarse durante días en la casa que compartió con su inseparable Leonard, con quien compartía amor recíproco y por los libros. De ambos surge Hogarth Press, la pequeña imprenta que termina adquiriendo relieve al calor de la pasión con que la pareja la mimaba. Las tardes de té discutiendo sobre literatura, preparando críticas para prestigiosos diarios como «The Times» y sólo interrempidas para refrescar los pensamientos con paseos en los que a menudo Woolf se ensimismaba por completo en el abrazo a la naturaleza constituían los pilares de su plan de vida en común.

Si en algo se esmeró Woolf fue en poner de manifiesto que la vida no tiene tanta importancia como se le suele dar. Ella, que vivió sus últimos años aturdida por los continuos bombardeos que asolaban Londres y su periferia, donde ella vivía con Leonard, consideraba que la meteorología era un factor trascendental en lo referente al suicidio, una opción que, como trasluce en «Fin de viaje», siempre tuvo presente.

Nunca se sabrá si pesó más el crujir de los cristales o la lluvia londinense, pero la célebre literata pondría fin a sus días en el río Ouse el 28 de marzo de 1941, tras 59 años en los que, entre otras cosas, dejó escritas ocho novelas y decenas de libros de diversos géneros. Se fue sin avisar: llenó los bolsillos de su abrigo de piedras y arrojó su cuerpo, su vida, a las profundidades del afluente.

Tras ella, una estela de dimensiones inabarcables por cuanto sumó a la construcción de lo que hoy se concibe como literatura y, a título póstumo, el recuerdo en forma de carta de una de las declaraciones de amor más monumentales de la modernidad: «Si alguien podía haberme salvado habrías sido tú. Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos personas pudieran ser más felices que lo que hemos sido tú y yo». 136 años después, Virginia Woolf.

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