Ecocidio, arma contra el cambio climático: endureciendo normas para evitar un cataclismo

Si no queremos que este siglo sea definido por los crímenes contra el medio ambiente, es necesario que impongamos las palabras y leyes que puedan contribuir a evitarlo.

Vida
/ 5 septiembre 2021
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TEXTO: JORGE CARRIÓN

Los salvajes incendios y las lluvias bíblicas de los últimos meses no son cíclicos ni normales. Esa es una de las conclusiones de un panel de especialistas en cambio climático vinculado con la Organización de las Naciones Unidas, que nos recuerda que el calentamiento global es un hecho irrefutable. El documento es concluyente sobre la responsabilidad humana.

El cambio climático es “la crisis que define nuestra época”. No solo constituye una realidad física y metereológica, también es cultural y lingüística. Por eso hay que acompañar la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero con una nueva cultura de nuestra relación con el planeta. Si queremos que se produzca un cambio global, necesitamos construir un nuevo lenguaje a la altura de la emergencia planetaria. Un lenguaje que se apoye en textos con poder judicial, es decir, en leyes.

En junio se presentó el resultado del trabajo de otro grupo de expertos internacionales. Su objetivo es tipificar un nuevo delito contra la humanidad: el ecocidio. Aunque el concepto exista desde la guerra de Vietnam, es ahora cuando tiene al fin serias opciones de ser incorporado al Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, junto con los de crímenes de guerra y contra la humanidad o el de genocidio. De esa manera, los ataques ilícitos y arbitrarios contra el medioambiente serían castigados mediante los mismos mecanismos que actualmente juzgan las masacres étnicas o los bombardeos contra población civil.

Entre 1915 —con los asesinatos masivos de ciudadanos armenios perpetrados en el seno del Imperio Otomano— y 1995 —cuando cerca de 8 mil bosnios musulmanes fueron asesinados por los serbios de Bosnia en Srebrenica—, el siglo XX estuvo marcado por sucesivos genocidios, con el gran exterminio nazi en su centro infame. Si no queremos que este siglo que todavía comienza sea el del ecocidio constante, es necesario que impongamos las palabras y las leyes que puedan contribuir a evitarlo.

Eso es lo que impulsa la asociación Stop Ecocide y el equipo de juristas liderado por el británico Philippe Sands y la senegalesa Dior Fall Sow. Para presentar su causa utilizaron una fecha simbólica: noviembre de 2020, el 75 aniversario del inicio de los Juicios de Núremberg, en los que se juzgaron a los criminales de guerra nazi tras la Segunda Guerra Mundial.

El libro Calle Este-Oeste —traducido a veinte idiomas— del propio Sands está siendo fundamental para que conozcamos los cambios profundos del derecho internacional después de las atrocidades cometidas por Alemania a mediados del siglo pasado. El autor, que ha intervenido en juicios del Tribunal de Justicia de la Unión Europea y de la Corte Internacional Penal de La Haya, como el del dictador chileno Augusto Pinochet o el de la guerra de los Balcanes, se remonta a las raíces de su práctica jurídica. Es decir, a la historia de cómo dos profesores judíos de derecho, Rafael Lemkin y Hersch Lauterpacht, cuyas familias fueron asesinadas por los nazis, lograron —respectivamente— que a partir de 1945 existieran dos nuevos delitos: el de genocidio y el de crímenes contra la humanidad.

Sands cita a Lemkin: “Los nuevos conceptos requieren términos nuevos”. Las palabras engendran realidad. Y lo hacen con mayor contundencia si cuentan con el respaldo de la ley.

MÁS ALLÁ DE SERES HUMANOS

Pero los nuevos términos y los nuevos conceptos no solo afectan a seres humanos. En la parte final de la exposición Ciencia fricción —que se puede visitar en estos momentos en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona—, encontramos un gran mural que recoge cómo se avanza en todo el mundo hacia la protección jurídica de “especies animales y vegetales, así como ríos, montañas, valles o ecosistemas”, no por su utilidad para los humanos, sino “por su valor intrínseco”.

Así, la orangutana Sandra fue reconocida “persona no humana” en 2015 por la justicia argentina y de este modo adquirió derechos fundamentales y pudo abandonar el zoológico de Buenos Aires y mudarse a una reserva natural; y el río Whanganui, un par de años más tarde, fue declarado persona jurídica en Nueva Zelanda.

La artista española Clara Montoya ha explicado que el río Whanganui forma parte de la familia de la comunidad maorí que lo habita en la instalación Tú, del Centre del Carme de Cultura Contemporània de Valencia. A 250 kilómetros de allí, el Mar Menor de Murcia está viendo cómo la contaminación masacra a sus peces y crustáceos. Antes de que sea demasiado tarde, se están recogiendo firmas para convertir el ecosistema en persona jurídica. Tanto sus defensores como la prensa se están refiriendo a la catástrofe como ecocidio.

Incorporar ese delito al derecho internacional, al tiempo que se protegen jurídicamente a las criaturas y los espacios naturales, es una estrategia prometedora para intentar calmar la violencia del nuevo orden climático y para catalizar la conciencia global respecto a nuestra responsabilidad sobre esos deshielos e incendios que se han vuelto cotidianos.

MÁS QUE LA NORMA, EL CUMPLIMIENTO...

Pero tan o más importante que la existencia de las leyes es su cumplimiento. Los Juicios de Núremberg no evitaron el genocidio en Camboya de los años setenta, en Ruanda durante los noventa ni en Birmania hace solo cinco años. Muchas constituciones nacionales hablan de la importancia del medioambiente, pero sigue predominando en todos los países del mundo la idea de que la naturaleza es una fuente de recursos industriales. Por eso urge incluir la ecología en esos documentos esenciales, como ya se ha hecho en los programas escolares.

Las nuevas palabras y las nuevas leyes solo tendrán sentido si provocan tiempos realmente nuevos. Necesitamos cambios acelerados y radicales.

EXTRA: ¿CÓMO ‘FORTALECE’ EL CAMBIO CLIMÁTICO A LOS HURACANES?

El cambio climático esta incidiendo de esta forma en los ciclones que se han reportado recientemente:

1. Vientos más fuertes

Existe un consenso científico sólido de que los huracanes son cada vez más poderosos.

Los huracanes son complejos, pero uno de los factores clave que determinan la fuerza que adquiere al final una tormenta determinada es la temperatura de la superficie del océano, porque el agua más caliente proporciona una mayor energía que alimenta las tormentas.

“La intensidad potencial está aumentando”, aseveró Kerry Emanuel, profesor de ciencias atmosféricas del Instituto Tecnológico de Massachusetts. “Pronosticamos que subiría hace 30 años, y las observaciones muestran que está aumentando”.

2. Más lluvia

El calentamiento también aumenta la cantidad de vapor de agua que puede contener la atmósfera. De hecho, cada grado centígrado de calentamiento permite que el aire contenga un 7 por ciento más de agua.

Eso significa que podemos esperar que las tormentas futuras desencadenen mayores cantidades de lluvia.

3. Tormentas más lentas

Los investigadores aún no saben por qué las tormentas se mueven con más lentitud, pero así es. Algunos dicen que una ralentización de la circulación atmosférica global, o de los vientos globales, podría tener parte de la culpa.

En un artículo de 2018, Kossin descubrió que los huracanes que pasaron por Estados Unidos se habían ralentizado un 17 por ciento desde 1947. Señaló que, aunado al aumento de los índices de lluvia, las tormentas están causando un aumento del 25 por ciento en las precipitaciones locales en Estados Unidos.

4. Tormentas de mayor alcance

Dado que la presencia de agua más caliente ayuda a alimentar a los huracanes, el cambio climático está ampliando la zona en la que estos pueden formarse.

Hay una “migración de los ciclones tropicales que los aleja de los trópicos y los acerca a los subtrópicos y las latitudes medias”, comentó Kossin. Eso podría significar que más tormentas toquen tierra en latitudes más altas, como en Estados Unidos o Japón.

5. Mayor volatilidad

A medida que el clima se calienta, los investigadores también señalan que esperan que las tormentas se intensifiquen con mayor rapidez. Los investigadores aún no están seguros de por qué sucede, pero la tendencia parece ser clara.

En un artículo de 2017 basado en modelos climáticos y de huracanes, Emanuel descubrió que las tormentas que se intensifican con rapidez (las que aumentan la velocidad de sus vientos 112 km/h o más en las 24 horas previas a tocar tierra) fueron escasas en el período comprendido entre 1976 y 2005. Calculó que, en promedio, la probabilidad de que ocurrieran en esos años era de una vez por siglo.

Descubrió que, a finales del siglo XXI, esas tormentas podrían formarse una vez cada cinco o diez años.

c.2021 The New York Times Company

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