Trato de que mis libros escapen del tiempo cotidiano, dice Mario Bellatin

Vida
/ 31 julio 2017

Es filósofo, experto en cine, comunicación, religiones, monje sufí, maestro, artista de vanguardia pero, sobre todo, y fundamentalmente, escritor: "Todo lo que he hecho en mi vida es para escribir.

Todo lo que he hecho en mi vida es para escribir. No puedo ser amo de dos reinos. Me entrego a escribir y todo lo demás está vinculado"...

Mario Bellatin tiene "20 vidas" y todas asoman por sus novelas. Acaba de reeditar "Salón de belleza", un texto, como él, de culto, y de publicar "Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver". Las separan 21 años pero dice que son las bases a partir de las que se puede leer el resto de su obra.

Es filósofo, experto en cine, comunicación, religiones, monje sufí, maestro, artista de vanguardia pero, sobre todo, y fundamentalmente, escritor: "Todo lo que he hecho en mi vida es para escribir. No puedo ser amo de dos reinos. Me entrego a escribir y todo lo demás está vinculado", asegura en una entrevista con Efe el mexicano (1960).

Sus novelas, como las dos que ahora publica Alfaguara, son "máquinas de incertidumbre", "espacios de dolor que magnetizan", "rarezas que destilan humor ácido y que angustian al lector", según dicen los críticos, pero a él cualquier etiqueta le va pequeña porque se sale siempre por los bordes de la realidad.

"Lo que trato en mis libros es que escapen del tiempo cotidiano", defiende sobre su voluntad decidida en no caer en la descripción naturalista, "la que entendería la tía Juana”.

Por eso "la peste" que mata a quienes acuden al "moridero" que es "Salón de belleza" no tiene nombre, aunque sea muy parecida al sida: "los jóvenes la leen en virtud de la relación entre la vida y la muerte no de lo que pasó en una época determinada”.

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Ahora ha decidido sentar a toda su obra en "el diván", en un proceso "lacaniano" en el que cuenta con la ayuda de una "psiquiatra" (correctora) que le ayuda a "dejar en los huesos" sus imágenes, a limpiar de impurezas el léxico, a hacer más transparente el contenido por el curioso -"y productivo"- método de leer en voz alta los textos.

Ha empezado por "Salón de belleza" (80 páginas) porque le pidieron la reedición en el 20 aniversario del texto. "Quería probar si estaba vigente. Era una apuesta y también tenía el temor de qué pasaría", revela.

Cuando la escribió tenía 30 años y sentía que era "un fracaso". Una amiga le animó a ir a una mezquita sufí y encontró "un universo paralelo que iba más allá, con reglas contra los valores mercantilistas.

"Fue fascinante. Cuando ellos hablaban de lo místico yo lo transformaba en artístico: Bach, 'En busca del tiempo perdido'", recuerda sobre su iniciación en el sufismo.

En "Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver" (90 páginas) todo lo que plantea nace de realidades, que él ha mezclado, y que parecen artefactos inconcebibles, "fuera de orden”.

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"El lector piensa que son ejercicios extremos, pero existen. Hay una Colonia de Alienados Etchepare -a 70 kilómetros de Montevideo- en la que perros salvajes se comieron a pacientes; conocí a dos hermanos sordo ciegos que se relacionaban entre ellos con una máquina y a un invidente que era profesor de fotografía", relata sobre los elementos sustanciales de su último libro.

Cree que un texto "gana" si crea una realidad en la que habla al lector sin darle información "que ya conoce”.

"No siento que tenga que caer en lo de escritor comprometido pero sí siento que las formas tradicionales en las que se aborda la violencia en México, por ejemplo, son insuficientes", afirma.

La descripción del horror cotidiano, "donde la vida no es el último valor", "donde hay cientos de muertos desollados vivos, se cortan las orejas para pedir rescate, donde se mata a los estudiantes...", se ha puesto "de moda" en la novela y eso le parece “inmoral".

"Uno puede dar cuenta de una guerra con armas más eficaces. Trato de reflejar los mecanismos que hay debajo del dolor, el sufrimiento, el padecimiento... Cuando el horror es tan grande, ya no se puede escribir más sobre eso”.

"Escribo tachando", decía Juan Rulfo, "escribo borrando", decía Augusto Monterroso. Él es capaz de escribir una novela de 2,500 páginas y dejarla en 70, porque su forma de contar una historia es "des-escribiéndola", tanto que en la Escuela Dinámica de Escritores de Ciudad de México que fundó en 2000 la primera regla era que allí estaba "prohibido escribir".

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