Un perfil de citas con mi verdadero yo

Vida
/ 6 abril 2024

Entre las fotografías producidas y los tontos requerimientos de las citas en línea, hay una frase en la que puedo ser mi verdadero yo

Por: Sara Thomas

Bautizo a mis plantas con nombres de personajes cinematográficos que mueren. De esa manera, si no sobreviven, es menos trágico y más como una línea argumental.

Eso dice mi perfil de Hinge.

También es auténtico, a diferencia de muchos perfiles que adulan (“¿Cuál es mi lugar ideal? Junto a ti, hermosa”) o mienten (“Aún estoy tratando de definir para qué tengo citas”).

Mis plantas de verdad tienen nombres de personajes que mueren porque me parece gracioso. La lengua de suegra se llama Dobby (de “Harry Potter”); la zamioculca se llama Fantine; la monstera se llama Goose (de “Top Gun: Pasión y gloria”); el lazo de amor se llama Papá de Tarzán.

No es lo que esperan los hombres de un perfil de citas. Y entre las fotografías y frases que debo usar para presentarme ante la mirada masculina, hay una oración con la que puedo ser yo misma. En ella puedo mostrar mi lado honesto y extraño, y me parece un respiro, como desabotonar mis pantalones ajustados de mezclilla después de un día largo, un descanso de mis fotos producidas, que al final me parecen disfraces.

Porque esas fotos básicamente son disfraces, producto de la sesión de fotos del perfil de citas que hice este verano antes de mudarme de Carolina del Norte a Nashville para reiniciar mi vida. Cinco cambios de ropa, una crisis nerviosa y un carrusel de accesorios más tarde, tenía 147 fotos y un video para documentar que sí soy una persona que existe y tiene cuerpo; sostiene libros, ¡acaricia perros!, toma una copa de vino, toma una taza de café. Se ríe con tanta naturalidad. (Hay cerca de tres fotos utilizables de esa sesión).

Durante todo el verano, después de que mi divorcio terminó, mis amigos esperaban que empezara a tener citas y se apresuraron a aprovechar la oportunidad para ayudarme a volver a salir. No podía salir con nadie mientras estuviera desempleada y durmiera en el cuarto de bebé que no usa mi amiga.

Pero cuando conseguí un nuevo trabajo en una nueva ciudad y firmé el contrato de renta de mi primer departamento sola, me sentí preparada. La amiga que más tiempo he conocido y yo estábamos disfrutando de los últimos momentos del verano en la playa cuando me incliné y le dije: “Creo que estoy lista para salir con alguien”.

Se le iluminaron los ojos.

La sesión de fotos se organizó con la precisión de la Semana de la Moda de Nueva York y el talento de una jirafa recién nacida. Posé con la ropa de mi amiga en espacios de su patio trasero mientras creábamos los cimientos básicos para un perfil.

“No, no, cámbiate el pelo. Tenemos que hacer que parezca que esto no se hizo todo en un día”.

“¿Puedes relajar los hombros? ¿Por qué te los llevas a las orejas?”.

“Deja de poner esa cara. Sonríe de verdad. Sara, tu sonrisa de verdad”.

Las fotos me dieron algo con que trabajar. A medida que a los hombres les gustaba mi perfil, y volvía a hablar con ellos y hacían comentarios sobre mis fotos, me llegaban más parejas.

“¡Clara! ¿Dónde compraste la camiseta de Frida Kahlo?”, grité al otro lado de su casa mientras me lavaba los dientes y miraba distraída una pantalla.

“¿Por qué?”.

“Un hombre cualquiera de internet quiere saberlo”.

“En Target”.

Revisé a los aspirantes e intenté no construir vidas con todos ellos en mi cabeza. Eliminé las frases agresivas para ligar y aprendí a usar una aplicación de citas.

Pensé que sería una buena inyección de autoestima. Pero no fue así. En lugar de eso, aprendí nuevas maneras creativas de odiarme a mí misma.

Las reglas habían cambiado desde la última vez que salí con alguien (en la preparatoria) y me casé con mi amor de la infancia, que se convirtió en mi desamor de la adultez. Pensé que había descubierto un truco para evitarlo todo: cásate con la primera persona que ames, ¡y nunca tendrás que hacer esto! (#ConsejoDeVida! ¡Sígueme para más consejos!) Pero entonces me vi obligada a aprender la importancia de frases como “divorcio”, “duelo” y “regresar al nombre de soltera”.

Los consejos de vida no son tan sencillos.

Pero desde que volví a ese mundo, he sobrevivido con éxito a dos primeras citas. La primera empezó cuando le dije: “Claro que sé escalar”, tras lo cual fingí ser más atlética. Él lo sabía, yo lo sabía, mis manos lo sabían mientras la piel se desollaba en trozos calcáreos y mis hombros se lamentaban.

No hubo segunda cita.

La segunda fue un partido de minigolf, que acabó conmigo acompañándolo a su auto y luego él llevándome a mí, seguido de una incómoda despedida en el estacionamiento (en la que hicimos gestos de pistolas con nuestras manos).

No hubo segunda cita.

Desde aquellos fracasos, he borrado la aplicación y la he vuelto a descargar unas 39 veces, intentando armarme de valor para tratar de nuevo.

Este no me gusta, este tampoco, este menos, y... bueno, este es guapo.

Y de repente estoy en Trader Joe’s intentando decidir si es raro comprarle una planta a un chico en la primera cita. Le gustó mi idea de las plantas y, durante varios días, intercambiamos ideas sobre una tienda que vendiera plantas y libros. (Lo siento, ¿nos estamos enamorando ahora mismo?) Cada mensaje me tocaba el corazón y yo salivaba como el perro de Pavlov.

“Hemos hablado mucho de plantas”, pienso. “Esta es una suculenta de 2 dólares”.

La dejo en el suelo, doy la vuelta y vuelvo a tomarla.

La planta se ríe de mí desde el carrito.

La vuelvo a dejar.

Si compro esta planta, será un regalo premeditado. No puedes echarte atrás por regalarle a alguien una planta (“Ah, es solo un detallito que tenía en el auto”). ¡Va a saber que estaba pensando en él! ¡En el supermercado! ¡El día anterior!

Compro la planta porque soy alguien que le compra plantas a la gente.

Estoy harta de preguntarme qué debo hacer, de intentar averiguar cuánto es demasiado o qué pensarán los demás. Mi mente está constantemente corriendo, midiendo, evaluando, gritando. ¿Es esto lo que hacemos todos?

No, no creo que todas estemos comprando plantas en Trader Joe’s para el chico con el que tenemos una primera cita. Y sí, eso demuestra que estaba pensando en él. Pero es que sí estoy pensando en él. ¿Y por qué tengo que tener tanto miedo de que lo sepa?

Quiero comprar esta planta. Porque creo que es divertida, y creo que yo soy divertida. Porque creo que él es amable, y creo que yo soy amable. Porque creo que es algo juguetón, y creo que soy algo juguetona.

Y todo esto es la construcción y la fabricación y el conocimiento de mí.

Y quién sabe, tal vez nos enamoremos locamente y tengamos mini suculentas como recuerdos en nuestra boda. O tal vez esto será solo un miércoles muy divertido. O puede que sea algo intermedio.

No hay mucho en juego. Eso está bien.

Consigo sobrevivir a una noche de sueño agitado, atormentada por las plantas y su significado. Me preparo para el día, aplicándome máscara de pestañas a prueba de agua como una guerrera, porque soy una mujer. ¡Puedo hacer cosas difíciles! ¡Puedo hablar con chicos!

Me olvido de que la planta está en mi auto y me reúno con él en el local de tacos que eligió. La conversación transcurre con fluidez mientras hablamos de todo, desde la familia hasta “¿Qué comida crees que te representa mejor?”.

Cruzamos la calle para tomar un helado y retomamos la conversación en una mesa pegajosa. No puedo evitar preguntarme si así habría sido una cita si lo hubiera conocido en la preparatoria. ¿Habríamos salido corriendo de la séptima clase hacia su camioneta y pasado horas riéndonos y coqueteando? ¿Me habría mirado siquiera? Nuestros apellidos están casi al final del abecedario; nuestros casilleros habrían estado muy cerca.

Somos los últimos clientes que quedan en la heladería, me acompaña a mi auto, donde la existencia de la planta vuelve a mí con toda su fuerza.

“Oye, te compré algo”, le digo. “No es nada raro. Solo quise hacer algo gracioso”.

Tiene una expresión medio preocupada y medio curiosa. Siento tensión desde los hombros hasta las orejas mientras me preparo para ser la versión más rara y posiblemente más auténtica de mí misma. El nerviosismo florece en mi cuello y se manifiesta en manchas rosas brillantes mientras transfiero la planta de mis manos a las suyas.

Su sonrisa es tan brillante que quiero volver y comprar toda la caja de suculentas de dos dólares para verla de nuevo.

Me recuerdo que debo controlar mis expectativas. Me digo que debo recordar que es solo una primera cita, y solo una planta que lleva el nombre de un personaje que murió, así que, si no funciona, es solo una línea argumental.

Conduzco hasta casa y entro en el mausoleo de plantas con nombres de personajes muertos. Mi teléfono suena.

“¡Lil’ Sebastian y yo llegamos a casa sanos y salvos!”, dice su mensaje. “Gracias por esta gran noche”.

Sonrío iluminada por el resplandor de mi celular. Junto a su nombre, añado el emoticono de una planta.

Habrá una segunda cita.

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