¿Por qué los gatos son un enigma médico?

Vida
/ 13 marzo 2025

Los gatos saben enmascarar sus síntomas, los cuales también pueden manifestarse de manera distinta a los de los perros.

Por: Emily Anthes

Cuando mi marido y yo llevamos a nuestra gata al veterinario a principios del año pasado, esperábamos que nos dijeran que no teníamos nada de qué preocuparnos. Olive, una gatita carey de pelo largo que había sido la más pequeña de su camada, era callada y asustadiza por naturaleza, propensa a esconderse en armarios y tomar siestas detrás de la cortina de la ducha. Por eso era difícil saber cómo se sentía y, a veces, encontrarla.

Pero días antes habíamos empezado a preguntarnos si estaba enferma. ¿Parecía más reservada de lo normal? Era difícil saberlo, pero decidimos preguntarle a su veterinario para estar seguros. El veterinario se dio cuenta enseguida de que Olive tenía las encías pálidas y el corazón acelerado. Un rápido análisis de sangre reveló que sufría un grave nivel de anemia, con un volumen de células sanguíneas tan bajo que, según el veterinario, era “incompatible con la vida”.

Así empezó un calvario de varios meses con repetidas visitas a cuidados intensivos veterinarios, más de una docena de transfusiones de sangre y pocas respuestas certeras.

“Los gatos han sido muy poco estudiados”, afirmó Elinor Karlsson, genetista de la Facultad de Medicina Chan de la Universidad de Massachusetts y del Instituto Broad. “Seguirán siendo un enigma a menos que algo cambie en el ámbito de la investigación”.

Perros por defecto

En las últimas décadas, la medicina veterinaria ha tenido enormes avances, lo que ha permitido que mascotas como Olive reciban cuidados muy avanzados. Pero la medicina felina se ha quedado rezagada con respecto a la canina, y no siempre es fácil ofrecer a los gatos medicamentos respaldados por la evidencia. “Todavía se considera un interés de nicho”, comentó Karen Perry, cirujana ortopédica veterinaria especializada en salud felina en la Universidad Estatal de Míchigan.

Históricamente, muchos veterinarios han tratado a los gatos como si fueran perros pequeños, tomando pruebas y tratamientos desarrollados para pacientes caninos con el fin de atender a los felinos. Incluso en las facultades de veterinaria, donde los estudiantes se forman en todo tipo de especialidades, los perros han sido durante mucho tiempo la norma.

“Mi libro de anatomía era ‘La anatomía del perro’”, explicó Maggie Placer, responsable de programas de ciencias veterinarias en la EveryCat Health Foundation. “Para los gatos, teníamos presentaciones de PowerPoint y suplementos”.

Sin embargo, con el tiempo ha quedado cada vez más claro que lo que funciona para Firulais puede ser inútil, o peor, para Garfield. Por ejemplo, los perros y los gatos metabolizan los fármacos de maneras diferentes, y algunos medicamentos comunes para perros son tóxicos en los gatos. “No es razonable suponer que todo lo que funciona en un perro funcionará en un gato”, advirtió Bruce Kornreich, director del Centro de Salud Felina de la Universidad Cornell. “Todavía nos queda mucho por aprender”.

De cierto modo, el enfoque de tanto tiempo en los perros fue práctico. Hay estudios que demuestran que los dueños de mascotas llevan a los perros al veterinario con más frecuencia que a los gatos.

¿Se deberá simplemente a que la sociedad da menos valor a la vida de los gatos que a la de los perros? Después de todo, es mucho menos probable que los gatos sean animales de trabajo y, en general, se les considera más independientes y menos sociables que los perros. “Quizá haya prejuicios contra los gatos”, especuló Kornreich.

Los gatos saben enmascarar sus síntomas, los cuales también pueden manifestarse de manera distinta a los de los perros, según los expertos. Los perros artríticos suelen desarrollar cojeras notables, que se detectan fácilmente en los paseos, mientras que muchos gatos artríticos no muestran signos evidentes de cojera, explicó Perry. Puede que solo salten al sofá con menos frecuencia o que parezcan más irritables cuando se les manipula.

“Como los gatos duermen tantas horas al día y los dueños suelen estar cerca de ellos solo unas pocas de esas horas, es mucho más fácil que no se den cuenta de que el gato está cambiando poco a poco con el tiempo”, señaló Perry.

En retrospectiva, parecía probable que la salud de Olive hubiera estado decayendo en silencio durante semanas.

Al final, los veterinarios llegaron a la conclusión de que su sistema inmunitario estaba destruyendo sus glóbulos rojos. Pero no podían descifrar qué lo había causado ni encontrar un medicamento que lo remediara. Finalmente, como último recurso, un internista sugirió que podíamos considerar la posibilidad de extirpar el enorme bazo de Olive, que quizá era donde se estaban destruyendo sus glóbulos rojos.

Envié un correo electrónico a otra veterinaria para pedirle una segunda opinión. “La esplenectomía no es la peor opción”, me respondió, señalando que era un tratamiento establecido para pacientes humanos con afecciones similares. “Solo que no tenemos datos en medicina veterinaria”, añadió, “sobre todo en gatos”.

Sentir curiosidad por los gatos

Al parecer la situación está mejorando, aunque lentamente, según los expertos. Algunas facultades de veterinaria están invirtiendo más en la salud felina, y los médicos clínicos intentan crear prácticas que reduzcan el estrés y tomen en cuenta a los felinos. Y cada vez más científicos investigan las causas genéticas y ambientales de las enfermedades felinas.

Karlsson es conocida por sus investigaciones sobre el genoma canino, pero siempre ha sido amante de los gatos. El año pasado, presentó Darwin’s Cats, un proyecto científico para la comunidad internacional cuyo objetivo es conocer mejor los fundamentos genéticos de la salud y el comportamiento felinos.

Centrarse en los gatos sí requiere que se hagan algunos ajustes en el proceso para tomar muestras de ADN: a diferencia de los perros, los gatos suelen ser muy reacios a donar saliva. Karlsson y sus colegas han estado investigando si se podría secuenciar el genoma de un gato utilizando solo unas pocas hebras de pelo recogidas con un peine. Hasta ahora, Karlsson detalló en un correo electrónico que “la secuenciación del pelaje funciona de maravilla, ¡y tanto los dueños como los gatos sin duda la prefieren!”. Los datos resultantes podrían allanar el camino para comprender mejor cómo funciona el organismo de los gatos y qué hacer cuando algo sale mal.

Karlsson tenía experiencia de primera mano con los misterios médicos de los gatos. Hace casi una década, tuvo un gatito que murió tras desarrollar una rara enfermedad autoinmune que le provocó anemia. Karlsson aún tiene a la compañera de camada del gatito, Lacey, que padece alergias ambientales graves.

“Siempre me he preguntado si ambos podrían haber heredado una predisposición a los trastornos inmunitarios”, expresó Karlsson. “Los veterinarios no pueden deducir mucho porque hay muy poca información”.

Su historia resultó ser inquietantemente similar a la nuestra. Olive también murió pocos meses después de enfermarse. Nunca tuvimos la oportunidad de sopesar los pros y contras de una operación no probada. Y no teníamos ninguna explicación real para el declive de Olive.

Pero sí teníamos a la compañera de camada de Olive, Juniper, que lucía sana y vigorosa, aunque también parecía tener alergias ambientales. Aprovechamos la oportunidad para inscribirla en Darwin’s Cats.

También teníamos un trocito de pelaje de Olive. Un veterinario lo había metido en un botecito de cristal después de que Olive murió y nos lo había dado como recuerdo. En aquel momento, no sabía qué hacer con él o si quería quedármelo. Pero estaba demasiado agotada emocionalmente para protestar y lo guardé en un cajón.

Meses más tarde, me enteré de que el equipo de Karlsson estaba intentando extraer ADN de muestras de pelaje felino, y supe dónde pertenecía el frasco. En octubre, se lo entregué a los investigadores. Era muy posible que el pelaje de Olive no aportara nada interesante o, tal vez, ni siquiera utilizable. Pero también era posible que allí hubiera respuestas, si alguien las buscaba.

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