Arte y naturaleza entre lluvia

Vida
/ 25 septiembre 2018

    Un hilo de agua se convirtió en un breve arroyo pasajero. Había qué pasarlo, así que unas manos tendían a otras manos, otras más tomaban rocas grandes para colocarlas sobre esos numerosos hilos líquidos. Sonidos del agua respondían al caer las rocas. Pies que pisan o ya caen en el agua y se mojan. Risas. El cielo liberando gotas todavía, luego de haber caído fuertemente horas atrás. 

    Veníamos caminando, de regreso, por el camino que cuando hay huracanes se convierte en profundo río. 

    Por allí avanzamos al camión que nos llevaría a la ciudad. Horas antes estuvimos en el corazón del cañón de San Lorenzo, donde más de veinte personas acudimos a vivir experiencias de arte en la naturaleza con integrantes del Colectivo de Arte Urbano Yo Soy Zapalinamé. 

    Allí, en el centro de educación ambiental de PROFAUNA nos refugiamos de la llovizna. Los grupos fueron a caminar, bajaban o subían elevaciones para reconocer plantas, animales, piedras, nubes, agua. Muchos de ellos no habían estado en este lugar, casi todos desconocían la importancia de este espacio como proveedor de agua para la ciudad. Lagartijas, flores, raíces, aves, hongos, la silueta del cañón mismo, fueron elementos que integraron a sus ejercicios.

    Beberse el paisaje fue necesario para representarlo posteriormente en las opciones de:  pintura sobre piedra, cartonería, técnicas de mural, bordado sobre naturaleza, escritura, creatividad, land art y dibujo en achurado.

    Durante el descanso se compartieron viandas, sándwiches, tacos, fruta, tamales y gorditas que llevaron todos los asistentes. Que es parte de vivir en comunidad, de darse y a través de la comida, conocerse.

    Todo fue transcurriendo en una armonía que Alejandro Arizpe y yo agradecemos. Pero sin duda, lo que más atesoro, fue haber reunido de nuevo, a casi todos los integrantes del colectivo, que desde el inicio aportaron y siguen aportando, junto a los nuevos: aquí estaban Conchita Arias, Eduardo Ortiz, Natalia Blanco, César Rodríguez, Dina Gaona, Ismael Cárdenas, Patricia Galindo y David Plata. Extrañamos a Saúl Torres que ahora vive al sur del país y a Angélica Arias, Fabiola Reyes y Susana Mata que tuvieron actividades inamovibles.

    Así estuvimos, en la vida buena. Cada grupo conversaba con texturas y elevaciones, compartía sus asombros y sus procesos, ya destejía, volvía a tejer, o trazaba o recortaba. Y mientras estaban en sus procesos creativos, a media tarde, César escuchó un ruido sordo y constante, miró hacia la elevación y nos avisó del nacimiento: la más emblemática cascada del cañón de San Lorenzo sacó sus lenguas, esa caída de agua que se nutre de la lluvia y de vez en vez aparece ante el asombro de todos. Dejamos cualquier cosa que estuviéramos haciendo, apresurados como si no hubiera nada más importante -que parece ser en el ritmo de la vida, no lo hay- comenzamos la mejor película, este acontecimiento prodigioso: agua del cielo, agua de la que nos nutrimos, agua que somos, el elemento fundamental de la vida.

    El trayecto de regreso, además de brincos para esquivar arroyos efímeros, nos llevó a subirnos a las cajas de dos camionetas para pasar espejos de agua que más tarde terminarían de llevarse parte del camino. Fue tal la alegría y el gusto de esta experiencia, que algunos prometieron regresar. Y así será cada vez: distinta y única porque la naturaleza no es una oficina con clima estable; es movimiento, es asombro y obliga a estar despierto, a adaptarse. Así que para el siguiente fin de semana iremos preparados. No sabremos si habrá en un solo día lluvia, niebla, frío y sombra de nubes como en esta ocasión. Lo que sea, será también motivo de representación, de aceptación y de gozo. Las inscripciones y la información sobre estas experiencias, para quienes estén interesados, son en la página de Facebook: Yo Soy Zapalinamé. 

    claudiadesierto@gmail.com

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