‘El cine puede cambiar al humano’: László Nemes

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/ 24 enero 2016

El realizador de ‘El Hijo de Saúl’ ha logrado conciliar tanto a detractores como a quienes apoyan filmar el Holocausto

Madrid. A un lado, las palabras de Adorno: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, y el solemne peso moral de Claude Lanzmann repudiando la representación de los campos de exterminio. Al otro, Georges Didi-Huberman, con su fascinante Imágenes pese a todo: memoria visual del Holocausto, y las cuatro fotografías tomadas a escondidas por un sonderkommando en agosto de 1944 en Auschwitz II-Birkenau. Y en medio aparece un húngaro de 38 años, criado y educado en París, hijo de otro director de cine y asistente durante dos años de Béla Tarr, un tal László Nemes que se presenta en Cannes con “El Hijo de Saúl”, un artefacto fílmico inconmensurable, la odisea de un sonderkommando, un judío que trabaja en un horno crematorio, por enterrar según el rito hebreo el cadáver de un niño. Eso, en mitad de la rebelión de esos sonderkommandos en Auschwitz de octubre del 44. Rodada con la cámara pegada al protagonista (por eso el terror se oye más que se ve), la película ha recibido los aplausos de Lanzmann, de Didi-Huberman, el Gran Premio del Jurado de Cannes, el Globo de Oro y es favorita indiscutible para el Oscar. Nemes a todo ello responde tranquilo y pausado.

-En sus profundidades, “El Hijo de Saúl” apuesta porque el cine hable del Holocausto.-

“El cine es un medio increíble, que puede mostrar tanto como esconder. Lo que depende es cómo lo uses. Hoy, cada vez más el cine se aparta de la experiencia humana para poner al espectador en un punto de vista omnisciente. Es un error. Porque el cine es el arte de la elección: hay muchas posibilidades como creador de afrontar una historia, y yo creo en preservar ese punto de vista humano, que la experiencia nos sirva como individuos. Es frustrante ver las películas sobre el Holocausto porque lo utilizan como tema, sin embargo nunca se aproximan al corazón del terror. Y en ese corazón está la muerte”.

-¿Como su protagonista?-

“Exacto. Es un ser vivo-muerto, que se mueve en la muerte. La tragedia y la reflexión giraba sobre cómo representar eso. ¿Cómo ruedo los campos de exterminio, la brutalidad de aquel hecho? El individuo ya está muerto, pero aún camina. Lo importante es luchar por mantener el tamaño humano del cine. Y por preservar esa humanidad filmé con celuloide y no con digital”.

-Por el tamaño, ¿se refiere a los planos con grúa de “La Lista de Schindler”?-

“Debemos volver a la percepción humana, que es muy limitada. En un campo de concentración no sabías qué ocurría a la vuelta de la esquina. Por eso no me gusta la película de Spielberg. La desesperación nace de la falta de opciones”.

-Su corto “The Matter with Baby Shoes” (2006) ya se aproximaba al tema.-

“La familia de mi madre fue exterminada durante el Holocausto, y, te parecerá una pregunta tonta, siempre me cuestioné: ¿por qué les pasó eso? ¿Por qué ellos?”

-No es un pregunta tonta.-

“No, en realidad es la pregunta capital. ¿Por qué ellos y no otros? La barbaridad del Holocausto reside en que separó a la gente en dos, en muertos y supervivientes, sin ninguna lógica. En El hijo de Saúl pensé mucho cómo mostrar lo aleatorio de la muerte desde el interior de la experiencia. Me influyeron mucho los textos que leí escritos por los presos, que no sabían qué podía pasar con ellos la siguiente hora”.

-¿Cree que nunca aprenderemos de nuestro pasado?-

“Parece efectivamente que no mejoramos, y actualmente hay países donde ha vuelto la extrema derecha. El cine es una de las poquísimas artes capaces de cambiar al ser humano. Con sus silencios, sus imágenes, su experiencia orgánica. Queda esa esperanza. Y es cierto: la ficción llega más lejos que los documentales”.

-Cuando uno debuta con una película así, ¿qué se deja para la siguiente?-

“Estoy muy interesado en cómo estamos acabando con la civilización, así que mi próximo guion, más pegado en su fondo a la realidad actual, será un thriller protagonizado por una mujer en Budapest en 1920, una época de esplendor antes de la destrucción. He sufrido tantas limitaciones y frustraciones con ‘El Hijo de Saúl’, que necesito algo de aire fresco, que no ligereza”. 

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