En el terremoto de 1985 también hubo un "niño fantasma" llamado “Monchito”

Nacional
/ 22 septiembre 2017

El caso atrajo la atención como ahora Frida Sofía, aunque a "Monchito" sí había familiares que lo buscaban.

No sólo en el terremoto del martes pasado hubo un "niño fantasma" en México. Igual que la supuesta niña Frida Sofía, que nunca existió, en el terremoto del 19 de septiembre de 1985 de Ciudad de México se buscó con vida durante más de dos semanas a Luis Ramón "Monchito" Navarrete, de nueve años, de quien se aseguraba que había dado señales de vida.

Ese niño, sin embargo, era un niño real. Había pasado una noche con su familia en la casa de su abuelo materno en una escala de un sólo día en Ciudad de México, cuando fueron sosprendidos por el sismo en el barrio céntrico de La Merced.

El caso atrajo la atención como ahora Frida Sofía, aunque a "Monchito" sí había familiares que lo buscaban. Frida Sofía, en cambio, que era identificada como alumna de una escuela derrumbada en Ciudad de México, no figuraba siquiera en la lista de alumnos del colegio y nadie la reclamaba.

Aunque se decía que "Monchito" había hecho ruidos como muestra de supervivencia, nunca apareció. Una crónica de la época del diario español "El País" titulada "Monchito, un rescate imposible" cita a un psicólogo diciendo que el caso había sido "un fenómeno de neurosis colectiva”.

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Monchito, el rescate imposible

Equipos de rescate, voluntarios y profesionales, mexicanos y extranjeros, han luchado en vano durante toda una semana para salvar la vida de un niño de nueve años, Monchito, de quien se creyó haber recibido señales acústicas emitidas desde debajo de las toneladas de escombros que les sepultaron a él y a su abuelo durante el terremoto del 21 de septiembre. Las tareas de rescate de Monchito han puesto de manifiesto el desbarajuste, la desorganización y la desinformación que han reinado en México desde el día del terremoto. Las escenas junto a la vieja casa colonial alcanzaron en ocasiones altas cotas de superrealismo y podrían haber servido para un melodrama si no estuviesen en juego la vida de un niño y la desesperación de una familia.

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Un zahorí, una santera llegada de Michuacán, una cantante probablemente en busca de publicidad, bomberos argelinos y especialistas llegados de Miami, el embajador de Estados Unidos y señora, dos hijos del presidente de la República mexicana, un presunto hijo de Jorge Negrete que resultó ser un portador de mentiras, un ingeniero brasileño inventor de una sierra especial, un diseñador argentino convertido en rescatista, el jefe de prensa y un fotógrafo de Julio Iglesias, el tenor Plácido Domingo. Todo un sinfín de personajes se dio cita en los últimos días en torno al 148 de la calle de Venustiano Carranza, antes octava calle de Capuchinas, en el barrio de La Merced, de México, exactamente detrás de la plaza del Zócalo. Todos ellos desfilaron por allí a lo largo de la semana pasada, en lo que un psiquiatra calificó de "fenómeno de neurosis colectiva"; y otros, de asesinato.Luis Ramón, Monchito, había llegado con sus padres a la capital la víspera del terremoto. Iban de Cozumel, en la costa del Caribe, a Zihatanejo, en la del Pacífico, y se quedaron a pasar una noche, la fatídica del 18 al 19 de septiembre en la casa del abuelo materno Luis Maldonado. Monchito durmió en la habitación de su abuelo y allí les sorprendieron el terremoto y las toneladas de escombros que les cayeron encima.

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La calle presenta el mismo aspecto que otras zonas afectadas por el seísmo. Las moscas revolotean por encima de restos de animales de peluche y brazos y piernas de muñecas destrozadas, de una estampa de la Virgen con una oración al dorso y de un rey de copas de una baraja española. También hay un cuaderno escolar. "Dictado. Salvador Villegas viene vagando. Viviana y Virginia venden vidrios. Hermosa y humilde es Herlinda”.

De cuando en cuando el viento levanta oleadas de polvo de los escombros y esparce por la zona el olor de la muerte. Aplastados bajo el edificio de ocho plantas, que ya no levanta más que la casa colonial, han quedado el portero y su h¡jo.”

La certeza de la vida

Fue precisamente la ausencia de moscas y de olor a muerto lo que llamó la atención en la casa de Venustiano Carranza, 148, al ingeniero argentino Carlos Marbran. Es un voluntario que trabajó varios días como intérprete con los rescatistas italianos y luego siguió por su cuenta. "No teníamos la certeza de la vida y no teníamos la certeza de la muerte. Para la certeza de la muerte harían falta datos tales como olor o moscas, que no hubo en ningún momento. Ahora tenemos la certeza de la vida, pero el problema es que no sabemos si llegaremos a tiempo", decía Marbrán el pasado jueves.

El padre de Monchito, Mauricio Nafarrate, trabaja en la industria hotelera, tiene 31 años y tres hijos: Monchito (nueve años), Sonia, de 11, y Mauricio, de tres. La madre de Monchito es pequeña, morena, delgada y bella, de aire adolescente, pero a sus 28 años ya tuvo tres hijos, la mayor de 11. Con sus pantalones vaqueros y un chupa-chups en la boca, parece más bien una hermana mayor del niño sepultado bajo los escombros. Mauricio, el padre, explica: "Desde el día del temblor aquí vinieron brigadas y cuadrillas y todos opinaban que no había vida, por más que les decíamos que escarbaran”.

Un golpe psicológico

Después de que equipos de rescate italianos, israelíes y de la Marina mexicana dictaminaran que allí no había vida, llegaron los jóvenes de la sección 5 del Voluntariado Nacional. Con su aparato creyeron detectar signos de vida, y durante una semana desencadenaron en México la esperanza de rescatar vivo al último superviviente atrapado bajo los escombros desde hacía ya 15 días. Era la oportunídad de arrebatar una vida, la última, al terremoto y con un equipo mexicano, allí donde los expertos internacionales habían dicho que no quedaba nadie vivo. Un golpe psicológico importante para la decaída moral del país.

El padre de Monchito explicaba que al día siguiente de la llegada de los voluntarios informaron a sus familiares. "Los voluntarios no sabían nada de Monchito, ni de mi suegro. Mi cuñado les dijo que estaban enterrados mi suegro y mi hijo. Entonces estos muchachos se metieron y le preguntaron con el aparato: '¿Quién es?'. Se oyeron ruidos, pero no había voz. Ellos supusieron que no podía hablar o no se oía la voz. Entonces dijeron: 'Si no puedes hablar, danos dos golpes', y los dio. Se armó un revuelo. Después le pidieron: 'Si eres un adulto, da un golpe. Si eres un niño, da dos golpes', y dio dos golpes. A partir de ahí se empezó a trabajar para rescatarlo”.

El viernes llegaron cuatro bomberos altamente especializados desde Miami, pero el sábado se retiraron también con quejas sobre el desastre organizativo. El sábado, un técnico comunicó que los túneles excavados por los voluntarios, mineros de Tasco, y los topos sólo habían llegado a los escombros de la casa caída en la habitación de Monchito. Quizá por eso el padre de Monchito se desesperaba al comprobar que entre los objetos que aparecían en la excavación no había ninguno de la casa familiar.

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El sábado por la mañana decenas de policías acordonaron la zona y llegaron grúas y máquinas pesadas, que empezaron a remover los escombros. En un balcón salió una pancarta: "No derrumben sin antes sacar a Monchito". Los voluntarios estaban desesperados. Uno dijo: "Hay grupos de vida y escuadrones de muerte. Éstos son los de la inuerte". Un pariente del niño gritó histérico. Dos policías le retiraron detrás de un esquina y lo devolvieron tranquílízado.

El sábado por la noche, un ingeniero nombrado *por la jefatura del distrito federal, Julián Abed, declaró que estaba prácticamente descartado que hubiera vida bajo los escombros. El ingeniero anunció que seguirán las tareas de desescombro a mano y sin maquinaría pesada. Un psiquiatra había declarado la misma mañana del sábado que los reunidos en el rescate habían sido víctimas de un caso de "psicosis colectiva". A pesar de que ya habían pasado 16 días, el abuelo paterno de Monchito todavía conservaba la esperanza, pero el sábado decía que, "lamentablemente, el chico es un trofeo que todos quieren ganar”.

En la madrugada del domingo los equipos pesados dejaron de trabajar y abandonaron la zona. Voluntarios y vecinos ocuparon inmediatamente los escombros y proseguían con picos, palas y una indomable esperanza las tareas del rescate.

* Este artículo apareció en la edición impresa del El País el Lunes, 7 de octubre de 1985

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