La historia detrás de Robert, el muñeco que inspiró las múltiples películas de Chuky

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/ 31 octubre 2018

Robert fue un muñeco que compró una familia pudiente Florida, y que fue fabricado por una mujer con conocimientos en el vudú. Los padres del dueño escuchaban una voz más grave responder cuando su hijo jugaba con el juguete, dando por hecho que era el mismo niño. Comenzaron a pasar cosas extrañas en ese hogar y las historias acerca de Robert cobraron popularidad

Desde que Chucky se nos presentara en pantalla en Child’s play (1988), el muñeco se ha convertido en una referencia habitual de los personajes de terror.

Su creador, Dan Mancini, ideó un muñeco que por un rito vudú recibía el alma de un asesino en serie. Y de ahí salieron siete películas, a las que se suma un remake y una posible serie que ahora está en producción.

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Sin embargo, el muñeco diabólico tiene una inspiración clara dentro de una de las muchas historias de juguetes que dan algo de cosa. Hablamos de Robert, un muñeco hoy expuesto en un museo de Florida cuya historia se remonta a principios del siglo pasado. Su historia se ha recuperado en redes esta semana gracias al usuario @RafaelPoulin.

Al parecer, Robert fue un muñeco que compró una familia pudiente de Key West, una isla al sur de Florida, y que fue fabricada por una criada de Bahamas, de donde proceden las tradiciones del vudú. El destinatario del juguete, Robert Eugene Otto, acabó siendo un pintor conocido en la zona, pero de niño sus padres le escuchaban a menudo hablar con el juguete y una voz más grave responder, dando por hecho que era el mismo niño.

 

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Sin embargo con el paso del tiempo comenzaron a suceder cosas raras, por lo que el juguete acabó en el desván. A partir de ahí, los hechos conocidos se detienen, dando lugar a la leyenda. Algunos dicen que durante años se vio a Robertsaludando desde una ventana invitando a otros niños a entrar. También se dice que unos futuros moradores de la casa tuvieron problemas con él.

De un modo u otro, el muñeco acabó ganando notoriedad hasta acabar como pieza del museo, donde algunos visitantes aún cuentan que les guiña el ojo de vez en cuando.

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