‘No le entra ni el hacha’

Politicón
/ 10 febrero 2021

“¿Yo arriba y tú abajo, o yo abajo y tú arriba?”. Eso le preguntó Candidito, el indeciso novio, a Loretela, su tímida dulcinea. Contestó ella, ruborosa: “Tú arriba y yo abajo”. Entonces Candidito grabó con su navaja un corazón en el tronco de un árbol, y puso arriba la letra C de Cándido y abajo la L de Loretela… Un señor cumplió un siglo de edad. Lo entrevistó un reportero: “¿A qué atribuye usted haber llegado a los 100 años?”. Respondió el provecto cumpleañero: “A que siempre he sido absolutamente abstemio. Jamás en mi vida he probado una gota de alcohol”. En eso se oyó un grito destemplado en el interior de la vivienda: “¡Viva México, cabrones!”. El periodista se sorprendió. “No pasa nada –lo tranquilizó el anciano. Es mi abuelo. Le da por gritar eso cada vez que se emborracha”… Don Algón, ejecutivo de empresa, hizo publicar un anuncio en el periódico en el cual solicitaba secretaria. Se presentaron tres aspirantes. “No sé a cuál de ellas elegir” –le dijo don Algón al encargado de recursos humanos. “Yo escogería a la de en medio, jefe –le sugirió el hombre. En su solicitud de empleo, en el renglón correspondiente a ‘Sexo’, puso: ‘No tengo objeción’”… “Nada me han enseñado los años; siempre caigo en los mismos errores”. La dolorida canción de José Alfredo debería ser el himno personal de López Obrador. Al hecho de enfermar de COVID, y sanar luego, se le atribuye una cierta virtud pedagógica o didáctica. Quienes han sufrido esa experiencia, se dice, salen de ella fortalecidos espiritualmente por la reflexión acerca de su pasada vida. Muchos hacen severo examen de conciencia y propósito firmísimo de enmienda. No así AMLO. En él se cumple la expresión que usan mis convecinos del Potrero. Al referirse a alguien terco, tozudo, empecinado, dicen: “No le entra ni el hacha”. Con eso quieren significar que es duro de cabeza. El Presidente contrajo la enfermedad posiblemente por no haber usado cubrebocas, y salió de ella negándose de nueva cuenta a usarlo. Su obstinación en no emplear ese medio preventivo seguirá siendo mal ejemplo, y causará que tampoco lo usen muchos de quienes pertenecen al pueblo bueno y sabio, y que quizá por eso enfermarán también, sólo que sin contar, como AMLO, con el auxilio de un grupo de médicos dedicados exclusivamente a su cuidado. En todo el mundo se recomienda el uso de cubrebocas para no contagiar y no ser contagiado. Pero López Obrador tiene otros datos. Sus otros datos son los que lo enfermaron. Sus otros datos son los que están llevando a México a la ruina… Don Valetu di Nario, señor de edad muy avanzada, casó con Nalgarina, mujer en flor de edad. A fin de estar en condiciones de cumplir con el debido débito el añoso galán se hizo inyectar previamente glándulas de mono. Al parecer dio resultado el tratamiento, pues a los nueve meses justos Nalgarina dio a luz un bebé. Alguien le preguntó a don Valetu: “¿Fue niño o niña?”. “No lo sabemos aún –confesó él. Todavía estamos esperando a que se baje del candil”… Lord Feebledick hojeaba el Times de Londres en un sillón de la sala de lectura de su club, al tiempo que fumaba su pipa y bebía su acostumbrado whiskey. Alcanzó a oír a otro socio que en una mesa cercana le decía a un amigo: “No inscribas a tu hija en el colegio de Miss Highass. Lo único que aprenden ahí las alumnas es a follar”. Al oír eso lord Feebledick se puso en pie, indignado, y le reclamó al sujeto: “¡Señor mío! ¡En ese colegio estudió mi esposa!”. Le preguntó el sujeto, imperturbable: “¿Quién es su esposa?”. Respondió el lord: “Lady Loosebloomers”. “La conozco –dijo con la misma flema el otro. Y créame: le hace falta un curso de actualización”… FIN.

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