A ocho años de la masacre de Allende, el reportaje de la periodista Ginger Thompson aún es relevante para entender la atrocidad

Piedras Negras
/ 18 marzo 2019

La agencia cometió el error de compartir la información con una unidad de la policía mexicana. No pasó mucho para que los capos se enteraran de la traición. Allí nació la venganza.

Según la investigación periodística “Anatomía de una Masacre”, escrita por la periodista Ginger Thompson, un agente de la DEA persuadió a un miembro de los Zetas de entregarle los número de identificación rastreables de los teléfonos celulares de los capos Miguel Ángel y Omar Treviño, líderes de los Zetas

La agencia cometió el error de compartir la información con una unidad de la policía mexicana. No pasó mucho para que los capos se enteraran de la traición. Allí nació la venganza.

Ginger Thompson escribió que Mario Alfonso “Poncho’ Cuéllar” tenía la responsabilidad de conseguir para sus jefes “celulares nuevos cada tres o cuatro semanas”. Y Cuéllar había asignado esa tarea “a su mano derecha”, Héctor Moreno Villanueva, “El Negro”.

Añade Thompson que  a diferencia de la mayoría de los lugares en México destrozados por la guerra contra las drogas, lo que pasó en Allende no se originó en México. Comenzó en Estados Unidos, cuando la Administración para el Control de Drogas (DEA) logró un triunfo inesperado. Un agente persuadió a un importante miembro de los Zetas para que le entregara los números de identificación rastreables de los teléfonos celulares que pertenecían a dos de los capos más buscados del cartel, Miguel Ángel Treviño y su hermano Omar

La DEA  compartió la información con una unidad de la policía mexicana que, por mucho tiempo, ha tenido problemas con filtraciones de información, aunque sus miembros habían sido entrenados y aprobados por la DEA. Casi de inmediato, los Treviño se enteraron de que habían sido traicionados. Los hermanos planearon vengarse de los presuntos delatores, de sus familias y de cualquiera que tuviera un vínculo remoto con ellos.

La atrocidad en Allende fue particularmente sorprendente, porque los Treviño no solo habían basado algunas de sus operaciones en las cercanías — con movimientos de decenas de millones de dólares en drogas y armas por la zona cada mes — sino que también habían hecho del pueblo su casa.

Durante años después de la matanza, las autoridades mexicanas solamente hicieron esfuerzos inconsistentes para investigar. Erigieron un monumento en Allende para honrar a las víctimas, sin determinar por completo lo que había sido de ellas ni castigar a los responsables. Al final, autoridades estadounidenses ayudaron a México a capturar a los Treviño, pero nunca reconocieron el costo devastador de ello. En Allende, la gente sufrió, sobre todo en silencio, porque estaban demasiado asustados para hablar públicamente.

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