El largo camino de una madre: así se estancó el caso de la chef saltillense Elisa Loyo entre gobiernos y tribunales (2/2)
Testimonios, documentos y denuncias ignoradas sustentan la versión de homicidio en el caso de Elisa Loyo, cuya muerte en 2008 sigue sin esclarecerse entre inconsistencias internacionales y retrasos judiciales en México
La mamá de la víctima, Rosa de Guadalupe “Tita” Gutiérrez Cabello, da cuenta de cómo recurrió a toda clase de instituciones e instancias que pudieran contribuir a esclarecer el supuesto caso de suicidio y castigar a los responsables de lo que en realidad habría sido un evidente homicidio.
Durante tres sexenios completos el asunto permaneció en stand by, lo que terminó convirtiéndose, desde su tipificación en Latinoamérica, en el primer feminicidio de una mexicana en el extranjero, aún sin resolver.
Comenta que para ella la historia no ha sido fácil de contar, aunque los recuerdos los tiene tan presentes como si hubiesen sucedido hace unas horas.
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Decidió escribir un libro que pronto se hizo popular: “Tres océanos”, un testimonial que parte de su interés en ser “la voz de una madre, por la de las madres sin voz”, de ahí la utilidad de la obra.
El texto concuerda con sus declaraciones a VANGUARDIA y, en general, con lo que ha dicho a un sinfín de autoridades, así como de medios informativos nacionales e internacionales.
Fue el 13 de diciembre de 2008 cuando Elisa partió de Canadá a la provincia de Pampanga, en el archipiélago de Filipinas, para ponerse a trabajar dos días después.
Al llegar a su destino, inmediatamente se dirigió de prisa a las cocinas del Fontana Leisure Park and Casino.
Posteriormente, le diría a su madre: “Qué bueno que no me traje a Tuto —su gato—, porque aquí todo lo que se mueve se lo comen. Hay hambre, mamá, lo que se dice hambre”.
Le fue presentado su primer jefe, el alemán Ronald Fitz, quien de inmediato le inspiró confianza. “Es alto, de mejillas chapeadas, haz de cuenta Santa Claus”, contó la joven a través de una llamada telefónica.
Pronto empezarían para ella los problemas: a mediados de octubre se percató de que había faltantes de carne en la cocina, así que presentó una denuncia por robo.
Derivado de ello, fueron reemplazados varios trabajadores, tras lo cual algunos cocineros recibieron llamadas anónimas a sus teléfonos celulares, con amenazas de muerte.
Muy preocupada, Elisa le comentaría a su madre: “Mamá, ora por mí porque estoy metida en una olla; qué bueno que fueran grillos, es de víboras”. Días después, despidieron a su jefe, Ronald Fitz.
Fue contratado como nuevo chef un cocinero de origen libanés que había trabajado antes ahí; su nombre es Malek Elsafadi. Mientras tanto, las amenazas de muerte continuaban.
“Varias veces me dijo que creía que no iba a aguantar ahí el año del contrato”, señala “Tita” Gutiérrez en su libro, en donde agrega otro testimonio de su hija: “...aquí está la cosa que arde, no me quedo ni de chiste”.
Por lo general, su nuevo jefe se dirigía a los cocineros a punta de gritos e insultos; les lanzaba objetos al dar órdenes. Para él nada estaba bien hecho, jamás llamaba a nadie por su nombre, se refería a los empleados como “pigs” y “monkeys”.
Fue en la primera semana de noviembre cuando la joven se dirigió al departamento de recursos humanos para manifestar su deseo de regresar a Canadá. En respuesta, días después la titular del área, una tal “señora Canlas”, le retuvo el pasaporte para enseguida exigirle: “No puedes irte. Entrégame en este momento el dinero de los boletos de avión”.
Las condiciones que señalaba su contrato laboral no se estaban cumpliendo y, para colmo, las hostilidades de Malek hacia Elisa iban en aumento.
Llegó el 21 de diciembre de 2008, en que sonó el teléfono de Gutiérrez Cabello. Era ella y el tono de su voz no era el habitual. Extrañamente, le dijo a su madre que después le daría la fecha exacta de su retorno: “ahora no puedo”, le expresó.
“Podría asegurar que había una o más personas muy cerca, no solamente porque ella hablara con prisa —una madre conoce bien a sus hijos—, sino porque no contestó a mi pregunta como solemos hacer en casa y solamente dijo: ‘Después hablamos’”, cuenta Tita.
La noche del 22 de diciembre, tiempo de Filipinas, se había celebrado una degustación, lo que significaba para Elisa un examen, mismo que aprobó hasta con ovaciones.
Después de eso, llena de júbilo, su hija pronunciaría una de sus últimas frases: “Ya nos vamos a ver, ¡yupi!, a más tardar para mi cumpleaños...”.
El 22 de diciembre, tiempo de Canadá, 23 en Filipinas, es una fecha que su familia no quisiera recordar. Desde el corazón, su madre se pregunta: “¿Quién descolgó el teléfono de Elisa?”.
La respuesta no tardaría en llegar: “Mami, encontraron el cuerpo de Elisa”, le notificó una de sus hijas, quienes habían ido a Filipinas para saber qué pasaba con su hermana.
A partir de ahí inició una historia de terror, en la que el gobierno filipino terminó por salirse con la suya hasta ahora, al declarar la muerte de la chef como “suicidio”, en medio de un sinnúmero de inconsistencias, trampas y absurdos en el desarrollo de las investigaciones.
El entonces diputado Javier García Guerrero presentó en la Cámara de Diputados una proposición con punto de acuerdo, en la que planteó lo siguiente:
Que esta soberanía exija al gobierno de Filipinas el esclarecimiento de los hechos y manifieste su apoyo irrestricto a la tarea de nuestra cancillería en este tema.
Que esta soberanía envíe al Parlamento Canadiense una exhortación para actuar juntos en el esclarecimiento de estos hechos.
Que de no tener esta soberanía resultados aceptables y creíbles en un plazo perentorio, se valore, en coordinación con nuestra cancillería, el despliegue de acciones adicionales y contundentes que ayuden en el propósito de lograr el pleno esclarecimiento del caso.
Que la Comisión de Relaciones Exteriores dé seguimiento puntual al mandato de este pleno y mantenga informada a esta soberanía.
La entrevistada también presentó, el 28 de julio de 2009, una denuncia formal ante la Procuraduría General de la República (PGR), dirigida al Ministerio Público competente para conocer de delitos en contra de mexicanos en el extranjero, a fin de que se practicara una “investigación seria, profesional, profunda y conforme a derecho”.
El 25 de enero de 2010 dirigió también una misiva a Margarita Zavala, esposa del entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa, en la que pide su intervención, pero el caso siguió sin prosperar, como se señala en la primera parte de este artículo.
Los únicos resultados que se tienen hasta ahora son documentos del 26 de diciembre de 2008 que avalan la conclusión de la investigación sobre el caso de Elisa, a quien las autoridades filipinas se refieren como “una mexicana-canadiense, quien fue encontrada muerta en Fontana Leisure Park, Clark Freeport Zone, Angeles City...”.
El caso reside actualmente en el Tribunal Colegiado del Octavo Circuito —cuyo presidente es el magistrado Carlos Guillermo Fernández Gallardo—, con sede en Saltillo, en donde, “inexplicablemente”, una y otra vez se niegan a finiquitar el asunto, argumentando “exceso de trabajo” y culpando de ello a la reforma judicial, según reporta la madre de la víctima.
Concluye que le queda al menos una carta más que jugar: esperar a que la presidente Claudia Sheinbaum Pardo responda a una carta que recientemente le hizo llegar, haciéndole saber el estado que guarda el caso, con objeto de que por fin sea destrabado.