Simular, ese verbo tan coahuilense
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En Coahuila quienes detentan el poder simulan que gobiernan. Que existen autoridades. Que hay profesionales ocupando los escritorios públicos. Que tienen capacidad. Que trabajan. Que manejan recursos con responsabilidad. Que los aplican a obras y acciones en beneficio de las mayorías. Que deciden con base a necesidades reales. Que rinden cuentas. Que auditan. Que fiscalizan. Que denuncian. Que investigan. Que hacen justicia. Que brindan seguridad. Que nadie está por encima de la ley.
Unos simulan que ganan elecciones, otros que compiten como adversarios, algunos más que arbitran tomando en cuenta los principios generales del derecho, pero casi todos que hay democracia.
Simulan independencia. Que se combate a la corrupción. Que los consejos integrados por ciudadanos legitiman y poseen superioridad moral. Simulan licitaciones. Que contratan de acuerdo a criterios de costo-beneficio. Que hay padrones de proveedores y contratistas transparentes. Que pagan millones en asesorías para mejorar. Que los oficios significan algo más que papeles emborronados o archivos muertos que de un sexenio a otro desaparecen pese a ser digitales. O precisamente por eso.
Simulan que respetan los derechos humanos. Que atienden a las víctimas. Que buscan a los desaparecidos. Que son exhaustivos. Que actúan con probidad y diligencia. Que protegen el medio ambiente. Que las condiciones laborales son óptimas. Que dan solución a las urgencias en los hospitales generales. Que abastecen medicamentos. Que entregan apoyos desinteresadamente. Que las despensas –el centro de la política en Coahuila- sí son un apoyo alimenticio. Que las universidades crean conciencia colectiva. Que educan. Que disminuyen la deuda contraída con documentos falsos. Que renegocian con regularidad para mejorar las condiciones de los convenios y no para difuminar la mano de los culpables primigenios.
Pero también en Coahuila los ciudadanos simulan que les interesa la vida pública. Que votan. Que participan. Que observan. Que exigen. Que dan seguimiento. Que se oponen. Que se indignan. Que recibir un beneficio no les condiciona a entregar algo a cambio. Que harían lo posible por respetar la convivencia social. Que pagan impuestos. Que contribuyen al mantenimiento de los espacios que son de todos.
Otros, en cambio, simulan que hacen periodismo. Que influyen. Que señalan. Que son objetivos. Que sirven de contrapeso. Que están presentes y a veces omnipresentes. Simulan su propia existencia con tal de pegarse a la llave de la publicidad oficial.
Simular en Coahuila es forma de vida. Costumbre. Manía. Pasatiempo. Negocio. Todo a la vez. Hay instituciones, oficinas, un presupuesto que se reparte anualmente, andamiaje legal, orgánico e institucional, burocracia, edificios con emblemas, aparente atención al público, representación, coordinación entre dependencias, jerarquías… parafernalia.
CORTITA Y AL PIE
El preliminar anterior viene a cuento pues en la semana nos enteramos de dos sucesos trascendentales aunque kafkianos: Javier Villarreal –ex secretario ejecutivo del Sistema de Administración Tributaria y responsable del desvío de 18 mil millones de pesos del erario, aunque no se le acuse formalmente por ello- fue exonerado por el Poder Judicial del Estado el 10 de diciembre a través del Juzgado Primero de Primera Instancia en Materia Penal, quien dejó “sin efecto” la orden de “reaprehensión” en su contra, e inmediatamente después clasificó el expediente donde consta la resolución como “secreto”.
Por separado, el auditor general informó que todas las 250 denuncias por responsabilidad administrativa correspondientes a los ejercicios fiscales de 2013 a 2016 han sido congeladas, sistemáticamente, por la Fiscalía General del Estado. Destaca entre ellas el asunto de los 450 millones de pesos malversados mediante las empresas fantasmas en el sexenio que gobernó Rubén Moreira.
Ambos eventos podrían revelar para algunos, y confirmar para otros, que todo es simulación. No hay mucho qué agregar.
LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS
La justicia nos diferencia de los animales y es el vínculo de las sociedades humanas. Y si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, parafraseando a Albert Camus, fracasa en todo. Somos, pues, una sociedad fracasada. Una entidad con leyes, sí, muchas, pero sin justicia. Cuanto más corrupto es el Estado más leyes tiene, ha dicho Tácito.
Por lo demás, ellos simulan que existimos y nosotros mismos simulamos nuestra existencia. De tanto simular, sin embargo, Coahuila se ha convertido en una sociedad distópica como las novelas de José Saramago.
@luiscarlosplata