Todos hemos escuchado relatos sobre la Llorona... pero ¿sabes cuál es su origen?

Vida
/ 17 octubre 2018

Los relatos de la mujer que anda por las calles y cerca de los ríos con un grito lastimero que horroriza a quienes la escuchan tiene un origen remoto

Por: Eduardo Matos Moctezuma

El conocido relato de la Llorona tiene su origen, en efecto, en el mundo prehispánico. Relata fray Diego Durán que en los días postreros de su reinado, Moctezuma II andaba pesaroso por una serie de pronósticos que se referían al fin de su mandato. Pidió que se le dijese acerca de sueños y apariciones, y: “Lo mismo encomendó á todos los que tienen por costumbre de andar de noche, y que si topasen á aquella mujer que dicen que anda de noche llorando y gimiendo, que le pregunten qué es lo que llora y gime…” (Durán, 1951, I, p. 525).

La leyenda también le fue transmitida a fray Bernardino de Sahagún por sus informantes indígenas, y además podemos leerla en la Historia de Tlaxcala de Diego Muñoz Camargo. Está asociada a los famosos presagios funestos que se supone sucedieron antes de la conquista española y que vaticinaban el final del imperio mexica de Tenochtitlan. Esos presagios eran: una llama que aparecía en la noche, diez años antes de la conquista, y que provocaba desasosiego en la gente; el templo de Huitzilopochtli ardió sin que hubiera mano de por medio y mientras más agua le echaban para apagarlo, más se enardecía el fuego; un rayo cayó en el templo de Xiuhtecutli, sin que se escuchara trueno alguno; un fuego salió por el poniente y se dividió en tres partes, lo que provocó mucho alboroto; el agua del lago hirvió y anegó las casas; el sexto presagio –que nos interesa particularmente– fue el de una mujer que recorría las calles dando gritos lastimeros; otro más fue la captura de una especie de grulla con un espejo en la cabeza, en el que se podía ver una serie de acontecimientos y, finalmente, la aparición de personas deformes con un solo cuerpo y dos cabezas que luego desaparecían.

¿Cómo relata Sahagún lo referente a la mujer que salía en las noches? Dice así el franciscano (Sahagún, 1956, IV, p. 82):


…muchas veces se oía: una mujer lloraba; iba gritando por la noche; andaba dando grandes gritos:

–¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!

Y a veces decía:

–Hijitos míos ¿a dónde os llevaré?

El mismo fraile la nombra Cihuacóatl (mujer serpiente) o Tonantzin (nuestra madre) y apunta: “Decían que de noche voceaba y bramaba en el aire…” (Sahagún, 1956, I, p. 46).

Agrega la narración que la mujer portaba una cuna que ponía en el mercado y allí la abandonaba. Cuando las mujeres iban a ver qué había dentro de la cuna, sólo encontraban un cuchillo de pedernal de los que se usaban para el sacrificio.

Por su parte, Muñoz Camargo (1982) relata así el acontecimiento:

El sexto prodigio y señal fue que muchas veces y muchas noches, se oía una voz de mujer que a grandes voces lloraba y decía, anegándose con mucho llanto y grandes sollozos y suspiros:

–¡Ay hijos míos! Del todo nos vamos ya a perder.

E otras veces decía:

–¡Oh hijos míos!, ¿a dónde os podré llevar y esconder?

Una de las expresiones relevantes del pensamiento popular son las leyendas que a veces se forjan a partir de hechos importantes. Otras responden a un imaginario colectivo que se va formando con el paso del tiempo pero que no ocurrieron en la realidad, como parece ser el caso de algunos de los “presagios”. Sin embargo, la Llorona trascendió al mundo colonial y aún hoy perdura en boca de las abuelas que nos relataron la historia de aquella mujer que se aparece y gime por sus hijos. Uno de nuestros cronistas destacados, don Luis González Obregón, comenta en su libro Las calles de México (2003) cómo a mediados del siglo XVI los vecinos de la ciudad escucharon agudos y tristísimos gemidos. Quien los profería era una mujer con traje y velo blancos que recorría las calles del centro y llegaba a la Plaza Mayor, donde se hincaba y volteaba hacia el oriente para proferir el último y angustioso lamento. Después continuaba su andar hacia las orillas del lago, en donde desaparecía. Este autor cita a José María Marroquí, quien señala: 

…y no pocos de los conquistadores valerosos y esforzados, que habían sido espanto de la misma muerte, quedaban en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como de mármol. Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer en llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y a dónde iba, se le dio el nombre de “La Llorona”.

Como puede verse, la tradición continúa y es de esperar que perdure, pese a que contemplamos con asombro cómo muchas de nuestras tradiciones van quedando en el olvido ante el paso del tiempo, que todo lo avasalla…

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