Trabajando con la muerte

Saltillo
/ 2 noviembre 2017

    Alguna vez, no sé cuándo, les voy a dedicar un perfil a unos compas empleados de funeraria, que traté, por vez primera cuando hicimos un reportaje sobre el trabajo de los forenses en la morgue.

    El primero es don Andrés, un señor moreno, chaparrito, delgado, pelo canosos y como de 50 y pocos años, con el que una mañana neblinosa de octubre me fui a levantar a un muerto de la carretera.

    Don Andrés me contaba de cuando comenzó a trabajar en la funeraria, que era novato y lo mandaron a recoger un cadáver del Seguro Social.

    El hombre relataba, todavía con espanto, cómo sentía que la muerta, una señora que había fallecido a causa de la diabetes, le venía soplando por el oído en los momentos que él bajaba las escaleras del hospital con ella cargada al hombro.

    Sentía que le sopaba en el oído, pero claro era que con el movimiento le iba sacando el aire por la boca a la difunta.  

    Pero hasta a mí me dio escalofrío cuando me lo platicó.

    Al otro compa le dicen “El Borrado”, y es un muchacho, cómo le diré, bajito, él, blanco, llenito, con el cabello crespo y, por supuesto, los ojos borrados.

    “El Borrado” me narraba cierta vez que le ayudé a bajar un muerto de la carroza para ponerlo en la plancha del depósito de cadáveres, que siendo un mocoso de 10 años, comenzó a trabajar, en su natal Zacatecas, con un señor que se dedicaba a preparar los cuerpos para su último adiós,  

    “El Borrado” aprendió a abrir los cadáveres para sacarles las municiones, luego a rellenarlos con aserrín y a coserlos.

    Y no le daba miedo.  

    Lo que más me sorprendía era que “El Borrado” lo contaba como si tal cosa, como el niño que está contado una aventura de recreo.

    Y hay otro cuate que se llama Arturo Gaona y que, según me cuentan, y yo lo comprobé cuando tuve el gusto de saludarlo un día que nos topamos afuera del Semefo, es todo un caso.

    Imagínese a un señor, gordito, moreno, y que aparte de laborar en una funeraria colectado cadáveres en las calles de la ciudad, es reportero policiaco.
    Para Ripley.

    Ya nomás le falta vender menudo los domingos, ¿o vende?

    ¿Se figura lo que es convivir todos los días de cerquita con la muerte?  

    No, mis respetos para esos tres compas a los que, no sé cuándo, pero les voy a dedicar un perfil.

    Lo prometo.

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