Rubén Gámez Valero dejó una huella imborrable en el normalismo y la educación de Coahuila. Su familia abrió las puertas a VANGUARDIA para conocer a quien describen como quien “daba cátedra aún fuera de las aulas”
El pasado domingo 30 de abril, el maestro Rubén Gámez Valero dejó el plano terrenal para pasar al eterno, dejando a su paso las enseñanzas que traspasaron los muros de las aulas.
Sus hijos, René Rubén, Luis Arturo, Horacio Ariel y Elena Monserrat, además de su esposa María Elena, abrieron las puertas de su hogar para que VANGUARDIA pudiera conocer el núcleo del que aún después de su muerte, es y será considerado un faro de luz en el normalismo saltillense.
Nació en 1936 en Saltillo proveniente de una familia de clase media baja. Su padre José de la Luz era comerciante y su madre Altagracia se dedicaba al hogar. Juntos lograron que sus hijos, Rubén el menor, lograran tener una formación normalista y dedicaran su vida a la docencia.
De pequeño, Rubén Gámez era apodado “la Wica”, en diminutivo de la palabra “pingüica”, como se le conocía a los chicos más jóvenes de un barrio.
Gámez Valero fue director de la Benemérita Escuela Normal de Coahuila desde 1972 hasta 1981. Su hija menor, Elena, declaró que su padre “nació para ser maestro, definitivamente. Su más alto orgullo, fue haber sido director de su alma mater, sobre todo, después de tan importantes personalidades de la educación coahuilense.”
Horacio Ariel detalló que una de las frases favoritas de su padre resume por completo la forma en la que entregó su vida entera a la educación: “no existe tarea más compleja que la de conocer al ser humano, ni profesión más noble que la de educar”.
Luis Arturo narró cómo su padre “te daba una cátedra sin estar en un aula. Como tenía la especialidad de la psicología, la utilizaba con nosotros para orientarnos. Nunca nos gritó pero tenía las palabras justas para regañarte. A veces decía uno, ‘prefiero que me griten’ a las palabras que utilizaba”.
En ese sentido, Horacio Ariel contó cómo una vez, cómo Doña Tere, la empleada doméstica que laboraba en su casa un día se ofreció a tenderle la cama para que bajara a desayunar con el resto de la familia. “Mi papá vio eso entonces, nomás como dijo mi hermano, él no te gritaba, él nomás me dijo ‘última vez que veo que doña Tere te tiende la cama’ y no me lo tuvo que volver a decir otra vez. Me marcó mucho y ahora lo agradezco”.
“Yo le agradezco a él toda la formación, todos los hábitos, que a lo mejor cuando estábamos en una etapa adolescente y dices ‘ay, como que ¿para qué?’ Pero ahora que, como todos mis hermanos somos padres, para nuestros hijos sí es una cosa de mucho valor”, detalló Horacio.
Por su parte, Elena Monserrat declaró que su padre le enseñó a no conformarse con sus calificaciones. “Mi papá era un hombre muy metódico, muy organizado. Muchas de las cosas que seguimos haciendo hoy en la vida, pues son parte de una práctica cotidiana, del día a día conviviendo con él.”
La única mujer entre sus hijos, mencionó que para su padre, siempre fueron en alta estima rasgos como delicadeza, la belleza o lo materno en la mujer. “Para mi papá también siempre ha sido importante esta parte de que seas autosuficiente como mujer”.
Agregó que en ese sentido, que sus hermanos fueran verones pues no implicaba que su padre no los enseñara “a utilizar una escoba o cómo lavar esto o cómo todos supiéramos lavar coches, porque lo hacíamos con mi papá”.
Luis Arturo declaró que “él decía, hablando de los quehaceres para ayudar en la casa: levántate temprano, haz lo que tienes que hacer para que luego ya tengas todo tu día libre”. Otra enseñanza era, “si no lo hiciste para las 10 de la mañana, ya no lo hiciste”, dijeron los hermanos al unísono, mostrando la profundidad de la instrucción.
También fue Luis Arturo quien declaró que uno de los rasgos que más se ha quedado de su padre es la puntualidad. “Hasta para una carne asada, si lo invitaban y le decían que era a las cinco, a esa hora estaba puntual”.
Además, agregó que la formalidad y la etiqueta también eran parte importante de su cotidianidad.
“Por ahí de cctubre o noviembre tuvieron que renovar su IFE. Pues igual se da uno la peinadita o se levanta la pestaña. Pero papi, fue de traje. Aún a los 86 años el señor, fue de traje porque decía ‘a toda la gente se la voy a enseñar’”, complementó Elena.
Contaron que no importaba de qué evento se tratara, buscaba siempre darle la formalidad necesaria a donde acudiera. Detallaron que por ejemplo, fue de traje y corbata a todas las graduaciones de sus nietos.
Elena narró además que otra de las virtudes que admira de su padre es que sin importar las condiciones materiales o económicas, siempre buscó la manera de apoyar a los demás.
Luis Arturo agregó que otra de sus grandes enseñanzas “es que sabía mezclarte la educación con las cosas cotidianas de la vida, o sea, él te daba un consejo y mezclaba parte de la educación y lo conjuntaba inclusive con filosofía”.
“Hasta el último de los días él se refería ‘mi maestro don Rubén Moreira Cobos’, ‘mi maestro Federico Berrueto, ‘mi maestro Perales Galicia. Para él siempre fueron sus maestros hasta el último de los días, siempre se refirió a ellos de esa manera”, complementó Elena.
Los hermanos también comparten que entre sus experiencias, el docente les repetía: “cuando estés con una persona mayor y con más experiencia que tú, no hables mucho, escúchala. En esa plática vas a aprender en 20 minutos lo que esa persona se tardó 20 años en aprender”.
Elena Monserrat narró cómo, al asimilar la inminente muerte de su padre, buscó las palabras correctas para describirlo ahondando entre anécdotas, escritos, fotografías y recuerdos. Decidió escribirlo y describirlo como esposo, como padre, como abuelo y como maestro.
Contó cómo luego, se dio cuenta con orgullo que los rasgos que destacó de su padre desde el seno familiar, coincidieron con su vida pública cuando al fallecer Rubén Gamez, exalumnos y autoridades educativas le reconocieran las mismas características de haber sido un hombre honrado, trabajador y responsable.
Otra de las anécdotas que cuentan los hijos del profesor Gámez Valero es que en el hogar se sabía que era la hora de la comida cuando se escuchaba el canto “¡A comer, a comer, soldaditos al cuartel!”.
Además, cuentan que el basquetbol y los cacahuates fueron otras de sus más grandes pasiones. “Nunca fumó ni tomó, pero si se le puede contar algún vicio fueron los cacahuates”, detalló Luis Arturo. Mientras que en cuanto al deporte, ganó varios campeonatos con el Ateneo Fuente como jugador y como entrenador, faceta que aún recuerdan sus exalumnos con cariño por haberles enseñado dentro y fuera de la cancha.
La educación y su esposa María Elena, su Güera, son descritas como las dos más grandes pasiones que tuvo Rubén Gámez Valero.
“Nunca pensé tener una casa, un carro ni bienes materiales, todo me lo ha dado Dios que me ha cuidado porque siempre he tratado de ser feliz con lo que me dé”, decía el profesor saltillense.
“Te extrañaremos siempre hasta que nos volvamos a encontrar con el destino que todos viviéramos cuando la trompeta suene en el día final”, fue la frase con la que se despidió la familia de Rubén Gámez Valero.