Doña Agustina nunca tuvo juguetes porque eran muy pobres. De adulta sus familiares y amigos la han llenado de ellos. Hoy tiene una colección de 3,800 jarritos y ollitas colgadas en su pared
Doña Agustina Rodríguez perdió a su mamá cuando tenía 6 años. Se fue dando a luz a su hijo número 11 y su vida cambió. De niña estuvo llena de tantas responsabilidades de adulto y con tan poco dinero que nunca tuvo juguetes. De adulta, un día les dijo a sus hijos “para mi cumpleaños no quiero ropa, ni regalos. Denme jarritos”. Hoy tiene poco más de 3,800. Te contamos su historia.
La tarde del sábado 9 de septiembre, VANGUARDIA visitó a Doña Agustina, y a través de los miles de jarritos y ollas que tiene colgados en las paredes de su cocina hicimos un recorrido de más de 40 años.
Decir que Doña Agustina colecciona jarritos sólo porque no tuvo juguetes sería tan inexacto, como decir que solo los guarda porque son regalos. Ella los conserva por estas dos razones. Una no pesa más que otra. Son sus juguetes. Y al cuestionarle cuál es su favorito de inmediato se negó a señalar uno.
“Me gustan todos, porque todos mis hijos y mis nietos me los han traído”, contestó mientras hacía una pausa en el recorrido por la primera pared de su cocina. “Pienso que cómo piensan en mí cuando andan por allá, que en vez de comprarse ellos un juguete o comprarse algo de comer, porque andan fuera, piensan en mí y me traen una cosita. Por eso los quiero mucho a todos y los cuido”.
Pero no solo familiares se los regalan, también los conocidos, los maestros, las enfermeras y los médicos que son enviados para hacer sus prácticas en el ejido. Todos han pasado por su cocina. Han degustado los platillos, probado su café y admirado sus jarritos. Cuando regresan le llevan regalos y aumentan la colección.
El cariño por estos juguetitos es producto del cariño con que se los regalan, y el cariño con que se los regalan es producto del cariño que ella da a todo aquel que visita su hogar, porque en su casa nunca falta el café y así fue como nos recibió.
“Dicen que el café es malo, pero yo siempre tomo. Cuando me levanto lo pongo. Y no ando tomando Nescafé, yo tomo de grano”.
LAS MEMORIAS LEJANAS
Antes de que existiera la producción en masas de muebles y su abaratamiento, los jarritos y ollas se colgaban en la pared. Luego, las vitrinas fueron accesibles económicamente y las madres de familia colocaron ahí los juegos de vajillas más preciados para deleite visual de los invitados.
No se sabe si Doña Agustina heredó este gusto de su madre, porque ella murió cuando tenía seis años. Entonces su hermana mayor, de 14 años ocupó el lugar materno por poco tiempo, pues 15 días después se fue con el novio.
Es lugar fue reemplazado por las dos mujeres restantes de la familia. Agustina de 6 años y su hermana de 9.
“Cuando yo era niña nunca tuvimos juguetes, porque éramos once de familia y mi papá nomás nos mantenía. Andábamos descalzos, fachosos y con hambre. Nos criticaban. Nosotras, las dos mujeres, le dábamos preferencia a los muchachos para que estudiaran, porque a ellos les iba a tocar trabajar”, contó.
Vivían en la estación de San Juan de la Vaquería, a 35 kilómetros de Saltillo. Como no tenían juguetes, ni dinero para comprar muñecas, simulaban unas. “Agarrábamos botellas de refresco y las cobijábamos con una garrita y con eso jugábamos”.
Al cumplir los 14 años se casó. A esa edad se la robaron, así se decía en esa época. Mauro Banda se la llevó a Derramadero y compartieron 72 años.
Ahí le construyó una casa y un establo para tener los animales con que se alimentaban: gallos, gallinas, pavos y marranos. En Derramadero tuvieron a sus hijos. Ahí conocieron amigos. Ahí hicieron su vida.
La historia de amor de Doña Agustina estuvo llena de costumbres y dificultades de la época, y eso merece su propio espacio para contarse. Ahora nos centraremos en las paredes de su cocina como un reflejo del amor y cariño que ha recibido en su vida.
Agustina tuvo su primera hija a los 17 años, pero fue el más chico, Carlos, quien le regaló el primer jarrito cuando estaba en el kínder.
Este se encuentra colgado sobre la primera pared que se ve, a la izquierda, cuando se entra a la cocina. No mide más de 3 centímetros, pero destaca por su color azul cielo.
De ahí vieron más. Los fue colocando en la pared, por color o tamaño. Luego los reorganizó, porque de ahí vinieron más.
Un día les dijo a sus hijos que no quería de regalos como ropa o accesorios. Pidió jarritos y platitos, o figuras de cerditos, su animal preferido.
LA CASA DE DERRAMADERO
La casa de Doña Agustina está en la calle principal de Derramadero. A 20 minutos de la carretera que lleva a la zona industrial del mismo nombre.
La cocina se encuentra al fondo de la casa. Primero hay que pasar por la sala, y un pasillo que separa las recámaras.
Al llegar a la cocina es inevitable darse un giro de 360 grados. Pintada de blanco lleno de jarritos, platitos y vasijas en este cuarto de casi 24 metros cuadrados. Al fondo una ventana y una puerta que da al jardín.
JARRITOS ESPECIALES
Aunque no quiso contarnos cuál era su favorito, sí nos contó cuáles eran especiales para ella.
“Éste que está allá arriba con una pelotita”, dijo mientras apunta a la parte más alta de la pared. Abajo están su estufa y fregadero. Esa se la regaló Joaquín Solís, un niño que falleció hace dos meses a causa del cáncer.
El tío de Joaquín le gustaba jugar futbol y cuando regresaba a casa le traía regalos. Le gustaban las pelotas.
Cuando Joaquín ya estaba muy enfermo le dijo a su mamá “le encargo mucho que le dé a mamá Agustina mi pelotita, con una carita feliz dibujada, porque nadie la va a cuidar como ella”.
EL REGALO
Otra de las anécdotas especiales, es el regalo de vajillas de barro, esos que son elaborados a través de la alfarería. Platos y cazuelas típicas de México.
Un 28 de agosto de un año que no recuerda, entró a su cocina y encontró un juego de platos y cazuelas en la mesa. Su esposo parado frente a ella le dijo “mira lo que te compré. Es el regalo de tu cumpleaños”.
Agustina recuerda con asombro y sonrisa ese momento. “Yo ni me acordaba que era mi cumpleaños”, dijo. Tras unos segundos de silencio agregó “nunca me había regalado nada”.
El resto de los jarritos vienen de amistades y familiares que han viajado a Perú, Panamá, Francia, Estados Unidos y más de 20 estados mexicanos.
LA LIMPIEZA
El cariño que tienen sus nietas e hijas a esta colección no solo proviene del asombro, sino de ese cariño que nace de rutina de limpiarlos dos veces año.
El arduo trabajo de bajarlos, lavarlos, secarlos y colgarlos hasta la parte más alta de la cocina no desgastó el cariño y gusto por los jarritos, sino que lo acentuó.
Aunque los niños han llegado a romperlos, asegura que nunca los regañó de manera severa.
A sus 89 años Doña Agustina está satisfecha con la vida que ha tenido.
Y aunque su infancia y el inicio de su matrimonio fue difícil, sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos la han llenado de amor y regalos.
“Dios me ha dado mucho. Dios me dio vida de sepultar a mi mamá, papá y hermanos... y de tener unos hijos que no me dejan”.
No se puede decir que Agustina tuvo una vida difícil, ni fácil, pero sí rodeada de personas que la que en todo momento pendientes de que esté bien. Cuando la vida se tornaba difícil por la muerte repentina de su madre, la reconformó el cariño de su padre. Siempre presente en su niñez, procuró que la comida y una mesa con sillas nunca faltara.
A lo largo de sus relatos, ya sean tristes o alegres, es notable el amor.
Para Agustina sus juguetes forman una pared de amor. Tras convivir con ella alrededor de tres horas no se observan tendencias de acumulación y control.
Ella cuida sus juguetes, los aprecia y admira, pero no le preocupa qué pasará con su colección cuando ella ya no esté. No hace peticiones especiales a sus hijos. Está agradecida por la vida que ha tenido.
Agustina tiene casi 90 años y no padece de alta presión, diabetes o enfermedades crónicas. Su andar es fluido como su plática. Es consciente de lo afortunada que es.
Su esposo sí le hizo peticiones, hace tres años, antes de fallecer. “Un favor sí te voy a pedir: no te vayas con nadie, ni con hijos, ni nietos. No quiero que andes pidiendo un litro de leche, un kilo de tortillas. Aquí tú te levantas y haces lo que tú quieres. Tienes muy buenos hijos y no te van a dejar”.
Para el futuro lo único que desea es tener una muerte tranquila. En el presente seguir sumando jarritos, sus juguetes.