‘Las drogas no discriminan, soy adicto en recuperación y no me da pena decirlo’, entrevista con Andrés Mendoza
Andrés fue campeón del mundo en futbol infantil, participaba en olimpiadas del conocimiento, recibía diplomas, pero tocó fondo refugiado en una tienda cerca de Tijuana, cuando las alucinaciones le hicieron creer que lo querían matar
Andrés Mendoza Higareda es originario de Saltillo, cursó su educación básica en el Colegio San José y la preparatoria en el Ateneo Fuente. A sus 24 años cuenta en entrevista para VANGUARDIA el viaje que lo llevó a San Pedro Garza García, donde ahora se dedica a dar conferencias de prevención sobre las adicciones.
“Yo no vengo de sufrimientos ni de una familia disfuncional, mis padres no se separaron ni tuvieron alguna enfermedad grave que me orillara a las drogas. No tengo una causa a la cual adjudicar mi inicio en las mismas, simplemente fue decir ‘yo quiero’”.

Andrés cuenta que siempre fue una persona curiosa, no quería quedarse con las ganas de saber algo y eso incluyó la sensación de qué se sentía drogarse.
“Siempre fui un alumno destacado, como los krelboynes (sabelotodo) de Malcolm el de En Medio, participaba en la escolta, el cuadro de honor y en Olimpiadas del Conocimiento. Después jugué en la Tercera División Profesional con Halcones y Titanes de Saltillo”, dijo.
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Muestra todos sus diplomas de aprovechamiento en la primaria, al menos uno por año, sumado a reconocimientos por practicar deportes como karate y futbol americano, además de asistir a encuentros scouts.
A los 11 años, Andrés viajó con la escuela de futbol Guerreros Coahuila a Barcelona, España, donde utilizando el uniforme de la Selección Mexicana, ganaron un torneo organizado por Soccer Kids y proclamándose “campeones del mundo”. A esa edad y regresando de ese viaje, confiesa, comenzó su camino en las sustancias.
“Por querer conocer, por pensar que era algo bueno, simplemente por mi fuerza de voluntad dije “yo quiero consumir” y comencé con el alcohol y el spuk”, contó.
Mendoza mencionó que dentro de las llamadas “drogas ferreteras”, una de las más comunes y baratas es el spuk, una bolsa de plástico rociada con pintura en aerosol que se inhala causando un efecto mareador, pero placentero.
“En primero de secundaria comencé a pistear porque lo veía en las fiestas de mis amigos y en las familiares y era normal escuchar frases como “que mi hijo tome” o “échate una”. Fue en segundo cuando me presentaron la marihuana”.
Si bien a esa edad comenzó como las “patas de chango”, que él y sus amigos fumaban de un tapón de pluma a modo de pipa improvisada que “te quemaba la boca y sabía a plástico”, fue casi llegando a la preparatoria que “terminó siendo una necesidad”.
CAMBIÓ EL PERFIL DEL ADICTO
Tal como reportó VANGUARDIA en enero pasado, la directora del Centro de Integración Juvenil en Coahuila, Norma Pérez Reyes, “el perfil de jóvenes que consumen sustancias tóxicas ya no es el de antes”.
“Hemos observado que algunos de los factores individuales para decidirse por ingerir o probar alguna droga son la baja autoestima, pensar que si consumen alguna droga valdrán como personas, la presión de los padres o amigos y por supuesto su nivel de inteligencia emocional”, comentó.
“Antes el consumidor era un joven sin estudios o con un contexto familiar de violencia, pero en los últimos años se ha presentado el perfil de este tipo, donde a veces son hasta niños genios que lamentablemente no supieron manejar sus emociones y cayeron en las drogas por presión de sus amigos o por no saber cuánto valían como persona y buscaron en dichas sustancias la aprobación de sus amigos”, comentó Pérez Reyes.
CUANDO LA CURIOSIDAD SE TRANSFORMÓ EN NECESIDAD
“Cuando me gradué del Ateneo me preguntaban que cómo le había hecho si casi nunca entraba a clases, pero es que fue entonces cuando me volví un drogadicto funcional”, contó Andrés al explicar que seguía haciendo lo necesario para pasar desapercibido como jugar futbol, hacer algunas tareas y ganar trofeos mientras en sus ratos libres seguía consumiendo sustancias.
Explica que dejó de ser funcional y había comenzado a perder la batalla entre los 17 y los 18 años, aunque hasta años después se dio cuenta. “Eso fue cuando dejé la universidad, cuando cambió mi conducta y le faltaba el respeto a mi familia, a mis papás, dejé el deporte por estar pegado en la droga”.
Cuenta en el podcast “¿Quién es Andrés? Un adicto más en recuperación”, que llegó a gritarle a su mamá e incluso estuvo a punto de agarrarse a golpes con su papá, pues le ofrecieron terapia psicológica y su reacción fue agresiva.
Andrés comenzó a estudiar en la Universidad Tecnológica de Coahuila, pero “decía ‘qué hu*va entrar’ (a clases), prefería estar fumando, estar en la casa de un camarada bien ped*tes. Las drogas me estaban gustando muchísimo y ponía en primer plano ap*ndejarme antes de ser funcional”.
No obstante, señaló que en ese momento no le alarmó, quería más. “Yo sentía que la estaba controlando, que mi mente era más fuerte que la droga (...) confié ciegamente en mí de que podía con una sustancia”.
Declaró que fue un golpe para su ego haberse dado cuenta de que no estaba teniendo control de la situación pues “pensaba que trabajar mientras consumía y generar 800 pesos a la quincena era seguir sin depender de la sustancia, hasta que me fui a Canadá”.
“EN CANADÁ LLEGUÉ A GASTAR MIL PESOS A LA SEMANA EN DROGAS”
A los 18 años, Andrés se fue a trabajar en un sistema de riego a Canadá, donde señaló, lejos de la supervisión y la compañía de su familia, sus adicciones se incrementaron.
“Me fui siendo adicto, pero allá fue donde probé pastillas, metanfetaminas y cocaína, además de que mi consumo de alcohol y mota se incrementó al tope”, mencionó Andrés. “Es mucha ching* jalar de siete a siete y necesitas algo que te despierte”.
Cuenta que en Canadá la soledad y el trabajo duro le provocaron una necesidad más grande de consumo, además de que las drogas, específicamente la marihuana, fueron de mejor calidad. “Dejé de gastar 200 y pasé a meterme prácticamente mil pesos a la semana solo en drogas”.
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Aclaró que, si bien hizo una buena cantidad de dinero, pues le pagaban en efectivo y sin impuestos, llegó un punto donde tuvo que decidir si regresar a Saltillo con lo que había ganado o comprar ropa de invierno.
No obstante, a su regreso luego de cuatro meses, señaló que le entregó la mitad de su dinero a su mamá y el resto se lo consumió en drogas.
PRIMER CONTACTO CON EL CRICO
A su regreso de Canadá, Andrés pasó por un momento complicado trabajando en un supermercado en Saltillo, pues las adicciones adquiridas en el extranjero le hicieron probar por primera vez el “crico”.
“Cuando regresé a Saltillo seguí buscándolas, intenté estudiar la universidad abierta y en línea pero fracasé. Se me olvidaba o me daba huev* conectarme”.

Agregó que lo despidieron del supermercado en el que trabajaba porque aunque nunca se lo dijeron, el hecho de que llegara “loco” a trabajar todos los días cree que fue el factor principal. Sin embargo, la empresa le pidió que firmara una renuncia y al rehusarse, ganó una demanda y por lo tanto “una feria”.
“Con esa feria me compré ropa y accesorios, porque había conseguido jale en Rosarito, cerca de Tijuana”.
“ME DESPERTABA EL AGUA DE LA PLAYA O LOS POLICÍAS”
Andrés narró cómo a través de internet consiguió trabajo en una casa de meditación, donde probó por primera vez el “búfalo albarius” o “sapito”, el sudor de un sapo alucinógeno que le hizo caer aún más en la adicción a las sustancias.
“Cuando trabajaba en el supermercado en Saltillo probé el crico y cuando llegué a Rosarito, además del “sapito” busqué otra vez el cristal, por eso ya no me aceptaron en la casa de meditación”, contó Andrés como contexto de cómo terminó trabajando de mesero en un table dance.
“Duré tres meses en Rosarito, pero dos de ellos fueron mi fondo. Como mesero llevaba tragos, recogía la ropa de las trabajadoras y vivía de mis propinas. (...) La renta era muy cara y no me alcanzaba, prácticamente fui un vago, dormía en las calles o a veces en la playa. Si no me levantaba el agua me levantaban los policías para llevarme a los separos junto con otros vagos como yo”, dijo.
Andrés contó que el consumo de cristal le hizo comenzar con alucinaciones, veía y escuchaba cosas que en realidad no estaban pasando. Comenzó a creer que lo querían matar.
“Tuve mi punto de quiebre en dos ocasiones. Una vez estaba nadando en la playa e intentando sacar a un güey con el que loqueaba y se estaba ahogando, me jaló y casi me ahogo yo. Batallé para salir del agua, pero lo logré. Me dolió que casi me muero y a las personas con las que estaba no les importó.
“Las drogas casi me hacen morir en la raya, estuve al borde de la locura. El adicto solo piensa en sí mismo, en intentar seguir consumiendo.
“La segunda vez fue cuando llegué al table y estaba seguro que clientes, meseros y hasta los dueños del lugar me querían matar. Le hablé a mi papá a las cuatro de la mañana pidiéndole que fuera por mí. Me preguntó que qué me había metido y le dije que crico. Se asustó y me mandó un boleto de avión para Monterrey.
“De las cuatro a las seis estuve en un OXXO resguardándome, porque estaba seguro de que me querían matar, hasta que fue hora de irme al aeropuerto. El taxista me robó mi maleta y se me perdió mi celular. Ahí me tienes pidiendo teléfonos prestados para hacer una llamada, de a buenas que me acordaba del número de mi hermana.
“Llegué a Monterrey, agarré un camión a Saltillo. Llegué, me metieron a bañar y me dijeron ‘Andrés, te vamos a anexar’”, dijo.
EN EL ANEXO TE DABAN TU “AYUDA ESPIRITUAL”
A sus 20 años, Andrés llegó a un centro de rehabilitación o “anexo” en la ciudad de Durango, donde cuenta lo complicado que fue pelear con su propia mente debido a la abstinencia.
“En otros anexos te van quitando las sustancias de a poco, en este no, desde el día uno estás limpio. La necesidad es un punto muy cabrón, estás tan acostumbrado a estar dopado que no te reconoces limpio. Tu cuerpo te pide, ‘quiero más droga, quiero más droga, quiero más droga’. Batallas con la ansiedad, con querer salirte”.
Andrés narró que en el anexo, el personal utilizaba la violencia física para mantener el orden, pues también fueron personas rehabilitadas a los que muchas veces sus familias nunca fueron a verlos y “quedan resentidos con los nuevos que van llegando”.
“Mis papás me iban a visitar cada tres semanas. Mi abuelo, que en paz descanse, siempre estuvo al pendiente de mí”.
Agregó que le asignaron una cama al lado del “Pistolero”, un hombre de 22 años, pero que parecía de 30 y al que “pend*jeaba” en tono de broma, hasta que le contaron que se había ganado ese apodo porque en el barrio andaba armado y era sicario hasta que lo anexaron.
“Cuando llegas, por la misma abstinencia estás enojado por todo. Te sirven de comer, te enojas. Te mandan a dormir, te enojas. Al que se pone de rejego lo mandan a recibir su ‘ayuda espiritual’ que no era otra cosa que unos buenos verg*zos (...)”
“A mí nunca me tocó, nomas me daban unos zapes. Yo tenía el paro que el padrino era mi familiar y por eso no me hacían nada”, dijo.
Andrés contó que una de las cosas más complicadas del anexo es la comida, pues durante los seis meses que estuvo internado, desayunó, comió y cenó sopa. Además cuenta que a su familia le cobraban 800 pesos semanales por su estancia, hasta que su papá a los dos meses se dio cuenta que al resto de anexados les cobraban solo 500, reclamó y le cambiaron la tarifa.
RECAER Y RENACER EN PIEDRAS NEGRAS
Mendoza Higareda narró que un 13 de diciembre del 2019 salió del anexo y regresó a Saltillo. Dos días después comentó que fumó marihuana con un familiar y volvieron las alucinaciones
“Cuando un adicto deja las sustancias, las alucinaciones desaparecen, cuando fumé mota regresaron, volví a escuchar voces. El cuerpo y la mente tienen memoria, te metes una sustancia y piensan que es la misma, fue entonces que fumaba más para esconder o callar esas voces”, explicó
Después de salir del anexo, Andrés Mendoza se instaló en la ciudad de Piedras Negras para inscribirse en la carrera de Ingeniería en Tecnología Ambiental en la Universidad Politécnica de Piedras Negras, de donde está a punto de graduarse.
Señaló que las autoridades de la institución educativa se dieron cuenta de su consumo de marihuana y le dieron un ultimátum: “o la dejas o te corremos”. “Fue ahí donde empezó a bajar mi consumo, eran solo dos churros por semana y ahí agarré la hebra de que si no salía iba a volver a tener consecuencias”.
Mendoza contó que para mayo del 2020 y con 21 años, consumió marihuana por última vez y desde entonces “fue increíble”.
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“Con el futbol ni se diga, luego luego me dieron beca del 80 por ciento para que jugara con ellos y resultó que también soy bueno para el tochito”, dijo
Con la comodidad y la confianza que tuvo en Piedras Negras, además recibió premios por ser activista ambiental, participa en la Red de Jóvenes por México y se ha ganado la confianza del rector de la Universidad, Raúl Vela.
“Una vez nos llevaron a una plática con el ‘Grillo’ Sada, a quien le conté mi historia y terminó encantado. ‘Necesitamos más guerreros como tú’ me dijo, por eso me invitó a trabajar con él y me trajo a San Pedro”.
“MIS PADRES SIGUEN DICIENDO QUE FRACASARON”
Respecto a su familia, Andrés cuenta que nunca lo hicieron a un lado, pero que a la fecha sus padres siguen lamentando que haya caído en las drogas y señalan que “fracasaron” como padres.

“Ellos me decían, “¿para qué te vas?, aquí tienes todo” pero yo pensaba que hacía bien porque no mataba o no robaba, pero en realidad no me podían controlar”.
Andrés señaló que sus papás tomaron como algo malo cuando les dijo que se iba a mudar a Canadá y a Rosarito ”porque no iba a algo seguro, pero yo ya era un adicto, solo veía por mí”.
Agregó que muchas veces lloraron y le intentaron hacer ver que no era lo correcto, pero “el adicto se ciega en su persona, en su ego, en sus sustancias. Fue muy doloroso por ese lado, porque como tres años seguidos no venía a cumpleaños de mi mamá y cuando me llamaban y les contestaba se ponían alegres porque me decían ‘qué bueno escucharte, no sabíamos nada de ti y pensábamos lo peor’”.
Agrega que el fallecimiento de su abuelo ha sido uno de los temas más dolorosos en su vida, pero que en su momento, por los efectos de las sustancias, sabía que era una noticia triste “pero no sentía nada”.
LA ACTUALIDAD DE VIVIR CON EL ESTIGMA
Hoy Andrés Mendoza vive en San Pedro, Nuevo León, y se dedica a dar conferencias de prevención para las adicciones. Señala que busca dar su testimonio de cómo al principio las drogas se sienten bien, “pero nadie te cuenta que después la pasas muy mal”.
“Es un testimonio de vida, es decir que no importa quién seas, si caes en las drogas, te amarran y ya no sales. Ya todos saben qué pedo con las sustancias, pero todos tienen al menos un familiar que tiene un problema con las adicciones.
“Quiero decirles que los locos vivimos siempre las mismas historias. Quiero decirles a los chavos que no fui un buen hijo pero vengo de una buena familia, perdí todas las buenas oportunidades”, refirió
Asegura que no le da pena decir que es “un adicto en recuperación”, pues aunque es constante la tentación de que en fiestas y reuniones le ofrecen alcohol y drogas, se sigue negando y cada vez es más fácil seguir haciéndolo.
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Agrega que no ha sido complicado encontrar trabajo pues por el contrario, se siente afortunado y como un luchador por haber podido salir sobre todo de la adicción al cristal.
“Si pudieras decirle algo al Andrés de 11 años que llegó de España como campeón del mundo infantil y justo después de eso probó el alcohol, ¿qué le dirías?”
“Le diría principalmente: hazle caso a tus padres, ellos nunca van a querer lo peor para ti, te guste o no, siempre van a querer lo mejor para ti. Le diría que no pierda el enfoque, que no deje inconclusas las cosas y obviamente que no hay necesidad de que tome, fume o consuma sustancias, para estar ‘ambientado’ o buscar pertenencia en un círculo social. Ser tú, sin aparentar y transparencia siempre será tu mejor carta de presentación”.
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