Las tumbas en la Alameda de Saltillo
Historiadores estiman que más de 500 personas pudieron haber sido sepultadas en la zona sur del que hoy es un parque público, ¿cómo sabes que por donde pisas no hay cadáveres?
Hay historias que solo las evidencias pueden contar, y esta es una de ellas.
Cuántas veces no hemos escuchado la frase: “esta escuela fue un panteón”. Si te llegan a decir eso en Saltillo, considera que la idea no está tan alejada de la realidad.
Documentos resguardados en el Archivo Municipal de Saltillo (AMS), indican que por lo menos ocho panteones se ubicaron en el Centro Histórico de la ciudad a lo largo del siglo XIX.
Se localizaron en lugares cercanos a lo que actualmente son: la Catedral; la Escuela Coahuila; la Iglesia de San Francisco; la Escuela Centenario; la colonia González; la parroquia San Esteban; el barrio de Santa Anita y la Alameda Zaragoza.
De este último sitio es del que hablaremos. Un espacio público por el que diariamente transitan miles de personas, quizá sin saber, hasta ahora, que por ahí se enterraron centenas de cadáveres hace 189 años.
A finales de agosto de 1833, en tan solo un mes la población saltillense fue diezmada a causa de la epidemia de cólera.
Con la pandemia de COVID-19 tan reciente, tal vez este hecho te parezca conocido.
Los panteones que se tenían en aquel entonces no fueron suficientes para sepultar todos los cuerpos. Incinerarlos no era opción, las creencias religiosas de la época ni siquiera lo contemplaban.
Hay que recordar que los lugares en los que se enterraban los cadáveres eran considerados sagrados, por eso se les conocía como camposantos.
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¡Urgente, se necesita otro cementerio!
Tal fue el problema de los numerosos muertos, que Manuel Camacho, párroco de la Iglesia San Esteban, habilitó como panteón un terreno que le había obsequiado el padre Juan Inocente Pérez.
A pesar de las diversas investigaciones, es prácticamente imposible conocer las delimitaciones exactas de los antiguos cementerios, así como la cifra precisa de osamentas enterradas.
Esto se debe, especialmente, a que muchos de los espacios solían ser improvisados para cubrir la demanda de mortalidad del momento. Como fue el caso del camposanto de esta historia, al que se le llamó: “Cementerio del Pueblo”.
Sin embargo, historiadores han estimado que el camposanto que se colocó en la actual Alameda pudo haber abarcado partes de las calles Ramos Arizpe, Álvaro Obregón, Guadalupe Victoria, Carlos Salazar y se cree que quizá hasta Cuauhtémoc.
Para dejarlo más claro, era por toda la zona sur de la Alameda Zaragoza, donde hoy está el Lago República, la Casa Alameda, la Secundaria Federico Berrueto Ramón, así como algunos locales y viviendas privadas.
Sobre la cantidad de cuerpos inhumados por ahí, se estima que llegaron a ser centenares, más de 500, según refieren historiadores locales.
Recordando que en Saltillo se vivía una emergencia sanitaria, para el entierro de los difuntos el cabildo ordenó puntualmente dos cosas:
1- Por lo menos 45 centímetros de grueso de tierra para las sepulturas.
2- Se prohibió que se abrieran los sepulcros al menos durante un año, así se quería evitar contagios.
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Una vez que el párroco acondicionó el lugar para ser cementerio, ahí también edificó una capilla dedicada a la imagen de San Caralampio. Se trata de un personaje religioso y mártir griego al que se le atribuyen liberaciones de pestes.
Es importante mencionar que en este camposanto eran inhumados solo pobladores, no así mandos gubernamentales o clérigos. Ellos eran ubicados en otros cementerios como el cercano a la Catedral.
Terminó la emergencia, se cerró el panteón
Con el objetivo de ampliar el Cementerio del Pueblo, el 18 de septiembre de 1833, el párroco Manuel Camacho compró a Juana de la Cruz un solar donde topaba la calle Guadalupe Victoria, en ese entonces nombrada “Del Curato”.
El proyecto no se concretó debido a que al año siguiente la epidemia se terminó.
En 1836 las autoridades municipales adquirieron dos solares contiguos al panteón con el fin de crear la Alameda, que se ubicaría al norte del camposanto.
Ese mismo año hubo una nueva amenaza sanitaria: la epidemia de sarampión. Por ello, el Ayuntamiento de Saltillo le pidió al cura Manuel Camacho que trasladara el cementerio a otro lugar.
Existía el temor de que la contingencia empeorara debido a que el panteón se ubicaba en un sitio muy poblado. Entonces se le dijo al párroco que lo moviera a un terreno destinado por el Gobierno Municipal, más alejado de la comunidad.
Así es como se concibió el actual Panteón Municipal San Esteban, localizado al poniente de Saltillo, vecino del Panteón Santiago. De esos dos cementerios y sus huéspedes hemos de hablar en otra ocasión.
Regresando al Cementerio del Pueblo, el párroco Manuel Camacho intentó que en el lugar que hoy es la Alameda se dejara la capilla que se constituyó para San Caralampio, pero no se lo permitieron.
Hasta pidió licencia para colectar dinero y adornar el pequeño templo y ponerle cerrojos. El Ayuntamiento se lo negó y le ordenó ceder los terrenos completos para seguir con el proyecto de la Alameda.
En este espacio de la historia existe un hueco, una duda que quizá te hiciste conforme avanzó el texto. ¿Aún hay cuerpos enterrados por la zona?
La respuesta no se sabe con certeza. Si bien se mandó trasladar el cementerio en su totalidad, se desconoce cómo se realizó este proceso y si todos y cada uno de los cuerpos fueron removidos.
Lo cierto es que con el paso del tiempo la zona ha pasado por modificaciones, construcciones y demás, y hasta ahora no ha sido de conocimiento público el hallazgo de osamentas, al menos de forma reciente.
Aunque recordando que la Alameda es tan antigua como el cierre de aquel cementerio, cabe especular: ¿habrá sido más fácil dejar ahí los cuerpos que quitarlos para la construcción de la Alameda?
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Como dijimos, hay historias que la evidencia puede contar, otras que dejan los finales abiertos.
Ahora que conoces esta parte de la historia, quizá vayas por ahí preguntándote con más frecuencia, ¿qué tanto esconden los edificios, las calles y los terrenos saltillenses?
*Con información de María Villarreal Rodríguez, Alma Victoria Valdez, Carlos Recio Dávila y Archivo Municipal de Saltillo.
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