Mausoleos de Saltillo, mensaje de poderío económico

Coahuila
/ 1 noviembre 2022

Los estilos arquitectónicos de las tumbas revelan la clase social a la que perteneció quien ahora es solo polvo

Recorrer “La ciudad de los muertos” es recordar a hombres y mujeres, cuyo trabajo, obras y riqueza ayudó a construir el Saltillo de hoy. También permite conocer las costumbres, anhelos y estilos arquitectónicos de una época reflejada en edificios de la ciudad, pero que influyeron en la construcción de tumbas y mausoleos que asemejan pequeños palacios.

“La ciudad de los muertos”, así llama el historiador Carlos Recio a los panteones, como el de Santiago, donde es posible tener una idea de la riqueza y ostentación de antiguas familias, que hasta en la muerte decidieron dejar marcado su nombre, su abolengo y poder económico.

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Orígenes de los panteones en Saltillo

Cuando se funda Saltillo (1577) a los muertos los enterraban al frente de las iglesias, a los costados o en el interior. El primer panteón estaba donde ahora es la Catedral, que era la parroquia de Santiago, una pequeña nave de adobe que funcionó hasta la década de 1830.

Los tlaxcaltecas, que llegaron en 1591, enterraban a sus muertos en el interior del templo de San Esteban y sus alrededores, en las ahora calles de Victoria, Padre Flores, Ocampo y Abott. Por 1833 abren otro camposanto en la Alameda Zaragoza, entre el Lago República y la escultura de Ignacio Zaragoza, y al mismo tiempo, se habilitó otro para españoles en la colonia Centenario, entre las calles de Matamoros, Abasolo, De la Fuente y Juárez, que duró cerca de 40 años.

En 1873 abrió el cementerio de San Esteban y el de Santiago en 1899, entonces fuera de la ciudad, por higiene.

“Es la ciudad de los muertos y hay una estratificación social, es decir, la gente más rica está más cerca de la puerta y a medida que se va alejando está la gente que no tiene recursos y que no es de la clase media baja o baja, como el panteón que está atrás, el de San Esteban, que corresponde a esa clase históricamente”.

Antes de que llegaran los españoles, los Chichimecas, Rayados, Borrados y Huachichiles de la región incineraban a sus muertos. Arrojaban las cenizas al viento, pero conservaban en un saquito que llevaban sobre el cuello parte de las cenizas de sus difuntos más cercanos.

Mausoleos de lujo

En el panteón de Santiago sobresalen las tumbas de familias muy reconocidas en Saltillo. La de la familia Harlan, que era comerciante y tenía una fábrica de jabón. Una hija, Carmelita Harlan Laroche fue una gran pintora y música. Murió en enero de 1986.

“Vemos en la tumba algunos símbolos cristianos: una estrella que representa el cielo, la luminosidad del paraíso, y la cruz con el ancla, que significa la certeza de la vida eterna, la posibilidad de mantenerse en la eternidad”, explica el historiador.

A su costado sur se encuentra la tumba de la familia Martínez Morton, que explotaba minas en Zacatecas. Destaca la cruz celta, que es neogótica, con el número 3 y el trébol que hacen referencia a la Divina Trinidad y a la fecundidad de la vida eterna.

Algunas tumbas tienen figuras de palma, que en la iconografía religiosa católica representa el sacrificio. Posiblemente las personas difuntas padecieron una larga enfermedad o llevaron una vida de sufrimiento y entrega heroica a los demás.

Destaca la tumba de la familia Purcell, una de las más ricas de Coahuila durante el Porfiriato, poseía ranchos ganaderos, de algodón y minas. Guillermo Purcell era de origen irlándes, llegó a Saltillo en busca de fortuna.

En el sepulcro descansan varios miembros de la familia, como la hija Elenita, fallecida a los 11 años por un ataque de fiebre de origen desconocido. El doctor prohibió darle agua y falleció por deshidratación. En la tumba, a base de mármol, posiblemente de Carrara, se aprecia una especie de escultura o torre, con un ángel asexuado, porque los ángeles no tienen sexo, que deposita flores, como símbolo de la fugacidad de la vida y el aroma se vincula a la eternidad.

“La mayor parte de las esculturas de la época están signadas por artistas de San Luis Potosí, a donde mandaban a hacer las tumbas de las personas más adineradas”. Otro material de lujo es la cantera café, utilizada para construir el Teatro García Carrillo y la Casa Purcell.

La suntuosidad de los mausoleos tenía un fin: “Transmitir a lo largo de las generaciones el poderío económico que habían tenido en vida y llamar la atención de la Divinidad, por eso la altura, como las iglesias góticas que pretendían, ilusamente, estar más cerca del cielo, en el siglo 10 y 11”, agrega el historiador.

“En este caso, cuando se construye el panteón y se empieza a hacer el Santuario de Guadalupe simultáneamente, la corriente artística que está de moda en Europa y en México es el neogótico, con edificios altos, torres altas”. En otras capillas funerarias destacan los vitrales, típico en las catedrales góticas medievales y en las iglesias neogóticas, como el Santuario de Guadalupe.

Sobresale el mausoleo de la familia de Antonio Dávila Ramos, el constructor del Teatro García Carillo en 1910. Los vitrales color azul remiten a la Virgen, en su advocación a la Inmaculada Concepción y resalta el candelabro, típica del porfiriato, que cuelga de la cúpula. “Refleja el estilo de lo que llamaron La Bella Epoca, una época luminosa, al mismo tiempo neogótica, abundante y religiosa”, finaliza Carlos Recio.

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