Chido 440
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La prosa de lo humanoChido # 440
La capital de Coahuila llega a sus 440 años. Muchas aguas han pasado desde que el capitán Alberto del Canto llegó a estas tierras. En los años de fundación, había un clima benigno, por los arroyos corría agua cristalina, los varones eran recios, etcétera…
En el tercer milenio, la ciudad crece de forma desordenada; constructores y desarrolladores inmobiliarios depredan la sierra de Zapalinamé —serranía de belleza china, que algunos jóvenes obscenos han rebautizado como “El tinaco de Saltillo”—, para construir en ella banquetas y calles de asfalto y casas de muñecas… perdón, de concreto.
Las faldas de la sierra están ahora rebosantes de desechos humanos, de torrentes invadidos por toda clase de despojos, humanos e inhumanos.
Si llega usted a Saltillo por la carretera que viene de Monterrey, lo recibe la enorme chimenea, con figura de falo freudiano, único vestigio de lo que antaño fuera Zincamex. (Usted recordará que para el eminente vienés, fundador del psicoanálisis, cualquier cosa más larga que ancha evocaba al falo patriarcal y judeo cristiano).
En pleno centro de Saltillo, se puede disfrutar de una cómoda y entrañable zona roja, sobre las calles de Acuña y Lerdo. Antaño los proxenetas, mujercitos y damiselas se ubicaban en la calle de General Terán, a un lado de la oficina de la Tesorería del Estado, luego pasaron a la colonia González, al oriente; años después a las faldas de la sierra de Zapalinamé, donde muchas generaciones de saltillenses disfrutaron de los fuertes y armónicos danzones que se reventaban en sitios de postín como el Huarachazo y el Foco Rojo.
¡Oh, aquél Saltillo!, con su Casino quemado a principios de siglo pasado y su Casino Leonístico del bulevar Carranza, derruido para dar paso a una plaza comercial. Saltillo es famoso por sus bailes de azul y rosa, por sus fiestas de blanco y negro donde conviven sin ningún tufo partidista socios de todas las ideologías políticas. Nuevos ricos del PRI y nuevos pobres del PAN se abrazan, se saludan, se besan, brindan. Entre semana se pelean y sacan a relucir sus fobias políticas.
EL MALL DE LAS REFACCIONARIAS
Saltillo con su calle de Presidente Cárdenas y el llamado mall de las refaccionarias y cantinas, de las menuderías y las taquerías de pollo, que abarcan sus buenas 10 calles. Va caminando usted por ese rumbo buscando una banda, una bujía, un retén, un cigüeñal, una balata y va alternando con las distintas cantinas de ese barrio, con frías cervezas y caballitos de tequila. Por ese rumbo hay una cantina que tiene por nombre “El Retén”. Las refaccionarias cierran a la 01:00 y abren a las 03:00. Las cantinas abren a las 12:00 para ofrecer los sagrados alimentos.
Saltillo se convirtió en una ciudad de colonias amuralladas, por razones de seguridad, pero también para hacer patente la separación de las clases sociales; la ciudad vieja se recorre a pie por esas calles del centro, calles de vecindades añejas, de una sola letrina para todos los inquilinos, de viejos cuartos de adobe, de paredes que recuerdan las bíblicas construcciones de Mesopotamia, de las que salió Abraham hace cinco milenios, en busca de la ciudad sagrada de Salem.
Saltillo es una ciudad de banquetas ruinosas e invadidas por toda clase de obstáculos, desde abusivos automovilistas, hasta puestos de comida callejera. Ciudad de caciques trasportistas, de camiones de pasajeros humeantes y destartalados. De taxistas noctámbulos que van de aquí para allá con sus pasajeros borrachos y sus entregas de carne venal, de coca y de mota.
Saltillo alberga casas donde un tiempo crecieron niños y niñas, muchas de esas residencias sin dueño, ahora venden en sus cocheras, gorditas de diversos guisados por las mañanas.
Saltillo tiene su Ojo de Agua fundacional, donde se vende de todo y matan en la madrugada (a un lado está la Bella Colombia, como también le dicen a la Bellavista, a la Inimitable, a la competencia local de Monclova…).
carranzainforma@gmail.com
Jesús carranza