Coahuila y Texas, la unión optimista que terminó en traición y desintegración

Una alianza mal planeada, una colonización sin control y diversas guerras, sellaron la separación definitiva

Saltillo
/ 14 junio 2025
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Cuando México acababa de independizarse de España, el Congreso tomó una decisión que cambiaría para siempre el destino de las tierras de Coahuila y Texas: ambos se unirían para formar un solo estado dentro de la naciente federación.

El reto de gobernar esa vasta región se asumió con optimismo, pero pronto quedaron al descubierto los grandes obstáculos. La extensión territorial, las largas distancias y la escasa población hacían casi imposible consolidar una entidad política funcional. En poco tiempo, los sueños y las buenas intenciones chocaron con la realidad y terminaron en desastre.

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La decisión de unir las dos entidades no fue una ocurrencia repentina. Desde 1776, ambas regiones compartían una historia común bajo la Comandancia General de las Provincias Internas de Oriente, junto con Nuevo León y la Nueva Santander, lo que hoy conocemos como Tamaulipas. Era como una gran familia extendida del noreste mexicano, una región regida bajo el mismo techo administrativo.

El 17 de marzo de 1824 se formalizó el nacimiento del Estado de Coahuila y Texas, convirtiéndose en uno de los 19 estados fundadores de los Estados Unidos Mexicanos. Saltillo fue designada como capital, aunque Monclova también fungió como sede administrativa en distintos periodos de la corta vida del gran estado.

GOBERNAR LO INGOBERNABLE

Coahuila y Texas eran regiones extensas y poco pobladas. El nuevo estado abarcaba todo el territorio actual de Coahuila y buena parte de Texas, desde las hoy ciudades de Dallas, Austin y San Antonio, hasta más allá de Houston. Para administrar semejante extensión, se dividió en varios distritos: Saltillo al sur, Monclova en el centro, Río Grande (donde hoy se asienta Piedras Negras) y Béjar al norte, correspondiente a Texas.

Los legisladores coahuiltexanos fueron tan optimistas como pudieron. La Constitución de 1824 incluso contemplaba que la parte texana podría separarse y convertirse en estado independiente una vez que contara con suficiente población y recursos.

$!Mapa de México, antes de que le fueran arrebatados los territorios del norte

COLONIZACIÓN DESCONTROLADA

Durante la época colonial y hasta principios del siglo XIX, la Corona española había permitido la entrada de extranjeros a Texas, bajo condiciones estrictas: jurar lealtad al rey, ser católicos o convertirse al catolicismo, adoptar nombres en español, cumplir con las leyes y demostrar buena conducta. A cambio, se les otorgaban extensiones de tierra para agricultura y ganadería. También se les exigía convivir pacíficamente con los pueblos indígenas y apoyar en la defensa del territorio.

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Una vez independiente México, las políticas de colonización continuaron, pero los problemas se multiplicaron. Inmigrantes estadounidenses llegaron en grandes cantidades. Aunque el gobierno mexicano autorizó a “empresarios” como Stephen F. Austin para atraer colonos —idealmente católicos, preferentemente irlandeses—, en la práctica se ignoraron los requisitos: llegaron angloparlantes protestantes, muchos de ellos acompañados de esclavos, en un país donde la esclavitud ya había sido abolida.

TENSIÓN Y RUPTURA

En 1833, las tensiones crecieron entre los colonos texanos y el gobierno mexicano, encabezado por Antonio López de Santa Anna, quien impuso un régimen centralista y eliminó la Constitución de 1824. También disolvió milicias locales y aplicó restricciones comerciales. El descontento estalló.

El 2 de octubre de 1835, en Gonzales, cerca de San Antonio, un grupo de colonos texanos se enfrentó al ejército mexicano que pretendía recuperar un cañón que les había sido prestado para defensa contra ataques indígenas. Para los texanos, el arma simbolizaba su derecho a la autodefensa; para el gobierno, era propiedad nacional.

El comandante texano John H. Moore afirmaba que no buscaban la independencia, sino el respeto a la Constitución de 1824. El teniente mexicano Gregorio Castañeda tenía órdenes de recuperar el cañón sin provocar conflicto. Sin embargo, al amanecer, los texanos abrieron fuego. Tras un breve enfrentamiento, Castañeda solicitó un diálogo con Moore, donde ambos reconocieron sus posiciones encontradas. Finalmente, Castañeda se retiró a San Antonio sin lograr su misión.

Los texanos improvisaron una bandera con la silueta del cañón y la frase “Come and Take It”. Así comenzó formalmente la guerra de independencia de Texas.

EL FIN DE UN SUEÑO

La guerra culminó el 21 de abril de 1836 con la sorpresiva victoria texana en la batalla de San Jacinto. Santa Anna, prisionero, firmó los tratados de independencia, que nunca fueron ratificados por el Congreso mexicano. Oficialmente, México no reconoció la secesión de Texas.

La pérdida fue resultado de una colonización descontrolada, diferencias culturales y políticas, y una guerra breve. Algunos también culpan a la cobardía de Santa Anna.

$!Antonio López de Santa Anna, sus malas decisiones, tanto políticas como militares, contribuyeron a la pérdida del vasto territorio del norte mexicano.

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En 1840, los estados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, dolidos por la pérdida de Texas y las políticas centralistas, proclamaron la República del Río Grande. El intento separatista duró poco. Coahuila fue reincorporada a México por la fuerza, aunque ya sin su inmensa extensión norteña. Texas, en cambio, continuó su camino hasta ser anexado por Estados Unidos en 1845.

LA GUERRA CON ESTADOS UNIDOS

Tras la anexión de Texas, el gobierno mexicano seguía considerando la región como parte de su territorio. El conflicto escaló por una disputa fronteriza: México defendía el río Nueces como límite; Estados Unidos reclamaba el río Bravo. Bajo la ideología del “Destino Manifiesto”, el presidente James K. Polk ofreció comprar más territorios; México se negó.

En 1846 comenzó la guerra. Tras años de inestabilidad política y con un ejército debilitado, México no pudo contener la invasión. La guerra concluyó en 1848 con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo: México perdió más de la mitad de su territorio.

Algunos políticos estadounidenses, como el senador John C. Calhoun, se opusieron a anexar todo México con argumentos racistas: sostenían que los mexicanos no eran aptos para la democracia ni compatibles con la “raza blanca libre”. Optaron por quedarse con los territorios del norte, menos poblados y más fáciles de dominar. Ignoraron por completo a las comunidades indígenas y despojaron de derechos y tierras a los mexicanos que vivían al norte del río Bravo.

DEL LEGADO

La guerra fue resultado de una ideología expansionista, alimentada por la ambición y el racismo. Aunque el tiempo ha pasado, las cicatrices persisten: fronteras visibles e invisibles, tensiones y prejuicios reciclados en nuevos discursos. Esta historia no ha terminado; solo se repite.

La pérdida territorial fue una herida profunda, pero también una lección. La soberanía no se hereda, se defiende. La unidad no se decreta, se construye. Y la grandeza de un país no se mide por lo que ha perdido, sino por lo que está dispuesto a proteger.

$!John C. Calhoun, senador por Virginia, fue uno de los principales opositores a la anexión total de México, no por ética, sino por considerar que los mexicanos no eran “aptos” para la democracia estadounidense

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A pesar de guerras, intervenciones y malos gobiernos, México sigue de pie. No por la tierra que le arrebataron, sino por la memoria que conserva y el futuro que aún tiene por construir.

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