Del tiempo, de la siesta reparadora perdida en Saltillo y del vértigo moderno

Saltillo
/ 28 septiembre 2024
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Un signo de los tiempos que corren es la velocidad de los hechos, aún no termina uno y ya otro nos pide su atención

Para los jóvenes de hoy, resulta difícil de imaginar que hasta no hace mucho, gran cantidad de los comercios del centro de Saltillo cerraban a la hora de comer. A la una en punto, las cortinas se bajaban y algunos comerciantes se daban el lujo de reabrir hasta las cuatro de la tarde, tiempo de sobra para una comida tranquila y una reparadora siesta. Hoy en día, estas costumbres parecen no tener lugar, aunque todavía hay quienes se resisten y continúan con estas antiguas prácticas de cerrar en horarios tan estrictos.

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Sin darme cuenta de la hora, hace unos días fui a la clásica tiendita de la esquina. ¡Oh, sorpresa!, estaba cerrada. En la puerta colgaba un letrero que decía: “Haz tus compras con tiempo”. Parece que el tendero decidió convertirse en maestro de vida y darnos una lección de puntualidad y manejo del tiempo. El tendajo, además de vender tortillas, también enseña a planificar mejor tu día.

ENTENDER EL TIEMPO

En su libro Historias del Tiempo, el pensador francés Jacques Attali reflexiona sobre la forma en la que el ser humano ha percibido y organizado el tiempo a lo largo de su historia.

En su primer capítulo, “El Tiempo de los Dioses”, Attali describe cómo en los primeros tiempos de la humanidad, el tiempo no era lineal, sino cíclico, marcado por los ciclos naturales del sol y la luna. La vida humana giraba en torno a esos ritmos, y la existencia misma se comprendía como una repetición constante del pasado.

Cada nuevo comienzo, cada ciclo, estaba marcado por un acto violento o un sacrificio redentor, que aseguraba la regeneración del mundo. Era el tiempo mítico, donde los dioses, a menudo representaciones de los espíritus de los antepasados, ejercían su control sobre los ciclos naturales y las normas sociales, velando por su cumplimiento.

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$!Verdaderos guardianes del tiempo, con pausas intermitentes, los relojes, solar y mecánico de la Capilla del Santo Cristo, han sido el latido y la sombra constante que marca el compás de la vida en Saltillo.

A medida que las sociedades evolucionaron, también lo hizo la noción de tiempo. El orden social y las actividades productivas comenzaron a definir el ritmo de la vida. En la Edad Media eran las campanas de las iglesias las que dictaban el flujo del día, señalando momentos de oración, trabajo y descanso. El tiempo se transformaba en un reflejo de la vida comunitaria, pero siempre con un sentido profundo, marcado por la conexión con lo sagrado y lo trascendente. Con la llegada de la modernidad, esa conexión se diluyó, y el tiempo pasó a estar regido por la productividad, por el trabajo, por la necesidad de organizar cada instante para maximizar el esfuerzo humano.

Pero más allá de esta evolución histórica, Attali nos invita a reflexionar sobre el papel que juega el tiempo en nuestras vidas personales.

EL RITMO DE OTROS TIEMPOS

Imaginemos un tiempo, en el que cada ciudad vivía bajo su propio reloj, regida por los movimientos del sol. Antes de que los husos horarios se impusieran como la norma, el mediodía de una ciudad no era el mismo que el de su vecina, aunque estuvieran a pocos kilómetros de distancia. Cuando el sol alcanzaba su punto más alto en el cielo, los relojes de cada localidad marcaban las 12:00 PM, y así, cada ciudad ajustaba su horario según la posición exacta sobre su geografía. Era un sistema sencillo, pero a la vez caótico, donde el tiempo no pertenecía a nadie más que al sol.

El mediodía era el momento en que el sol se colocaba en su zenit sobre cada ciudad, haciendo que el tiempo fuese algo profundamente local, definido por la longitud geográfica y el ritmo solar de cada región.

Pero había otros factores que permitían que este sistema subsistiera. Las distancias entre ciudades eran grandes y sin los avances en la comunicación y el transporte, no había una necesidad real de unificar el tiempo.

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Las personas trabajaban y viajaban sin tomar en cuenta las horas y mucho menos los minutos. Los viajes y las jornadas laborables eran con base en la duración de la luz solar. La falta de uniformidad no generaba grandes inconvenientes en esos entonces. Pongamos el ejemplo del reloj de una sola manecilla, en verdad existió, este reloj nos recuerda un tiempo más relajado, donde los ritmos diarios estaban dictados más por los ciclos naturales que por la necesidad de cumplir horarios precisos.

EL FERROCARRIL Y EL TELÉGRAFO LO CAMBIARON TODO

Todo comenzó a cambiar con la llegada del ferrocarril y el telégrafo en el siglo 19. La velocidad del tren trajo consigo la necesidad de un orden temporal. Las rutas ferroviarias, que cubrían largas distancias, necesitaban coordinarse para evitar colisiones y para que los pasajeros supieran a qué hora partirían y llegarían. Sin un sistema estandarizado, la vida se convertía en un caos.

Así fue como las compañías ferroviarias, especialmente en Estados Unidos, impulsaron la creación de los husos horarios en la década de 1880. Fue un cambio que revolucionó el mundo, no solo el transporte, sino también el comercio y la comunicación. Los husos horarios permitieron un sistema unificado en el que grandes regiones comprendidas entre cierto número de meridianos compartían la misma hora.

$!Fijar el tiempo es muy útil, ya que permite ponerle orden a las cosas.

INICIOS DEL HORARIO ESTÁNDAR

La expansión del sistema ferroviario a mediados del siglo 19 fue clave, ya que los trenes se convirtieron en el principal medio de transporte de larga distancia. Establecer horarios exactos era fundamental para evitar accidentes y asegurar viajes eficientes. La implementación de un horario estándar fue la solución a este problema.

El 18 de noviembre de 1883, las principales compañías ferroviarias norteamericanas adoptaron un sistema de husos horarios estandarizados en todo el continente. Este sistema dividía a los Estados Unidos en cuatro husos horarios: Este, Central, Montaña y Pacífico. Si bien no se aplicó de manera inmediata, la mayoría de las ciudades y pueblos adoptaron el nuevo estándar debido a lo práctico que resultaba la medida.

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El creciente uso de telégrafos también exigía un sistema de cronometraje más uniforme. Al igual que con los trenes, los operadores de telégrafos necesitaban saber cuándo se enviaban y recibían mensajes en las diferentes regiones. El horario estándar facilitó una mejor coordinación entre las redes cada vez más interconectadas tanto de Estados Unidos como en México.

Además, los ferrocarriles pusieron en marcha su propio sistema de husos horarios en 1883, sin embargo, no fue hasta 1918 que el Congreso de Estados Unidos adoptó oficialmente los husos horarios estándar en la ley federal con la aprobación de la Ley de Horario Estándar. Esta ley no sólo formalizó los husos, sino que también introdujo el horario de verano.

Durante la Primera Guerra Mundial, el gobierno de los Estados Unidos introdujo el horario de verano como una estrategia para ahorrar energía y así, extender las horas de luz durante la noche. La medida fue temporal y se retomó durante la Segunda Guerra Mundial, posteriormente se convirtió en una práctica permanente, con ciertos ajustes a lo largo de los años.

EN MÉXICO YA ES HISTORIA

Con el objetivo de optimizar el consumo de energía, adelantando los relojes una hora durante los meses cálidos, el gobierno mexicano intentó establecer el horario de verano en 1988 pero fracasó, aunque en forma definitiva fue implementado en México en 1996. Esta medida buscaba aprovechar al máximo la luz natural, reduciendo el uso de electricidad y dinamizando la economía. Cada año, desde abril hasta octubre, los días parecían más largos y luminosos, ajustando la vida cotidiana de millones.

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Sin embargo, a pesar de sus beneficios, siempre surgieron críticas por los efectos en la salud y los desajustes en las rutinas diarias. A lo largo de más de 25 años, el horario de verano se mantuvo a pesar de las controversias, hasta que, en 2022, el presidente de México decidió abolirlo sin mayores explicaciones. Así, lo que fue un símbolo de modernidad y ahorro energético pasó a ser un recuerdo de una época en la que se intentaba sincronizar el tiempo con la luz del sol.

REFLEXIONES SOBRE EL TIEMPO

El tiempo, en su forma más simple, es la manera en que medimos el flujo de los eventos. Como dijo Albert Einstein: “El tiempo es lo que mide el reloj”. Nos ayuda a organizar nuestras vidas, siguiendo el cambio constante entre el pasado, presente y futuro. Es como un río que fluye siempre en una dirección, avanzando sin detenerse.

En un nivel más profundo, el tiempo está conectado al espacio, formando una cuarta dimensión, como lo demuestra la teoría de la relatividad de Einstein. Aunque en la vida cotidiana sentimos el tiempo de manera constante y predecible, en realidad, puede moverse más rápido o más lento dependiendo del lugar en que te encuentres. Sin embargo, lo vivimos como una constante que marca cada instante de nuestra existencia.

El tiempo, con su paso implacable, es capaz de borrar las heridas, pero también tiene el poder de recordarnos que existieron. Nos enseña que lo más valioso no es lo que acumulamos en el transcurso de nuestra vida, sino aquello que logramos mantener. Y solo cuando el tiempo pasa y la distancia se vuelve palpable, comprendemos el verdadero valor de lo que tuvimos y lo que perdimos. Entonces, al mirar atrás, cuando el tiempo revela su sabiduría: nos enseña que, aunque efímero, es en su transcurso donde encontramos el significado de nuestras vivencias. saltillo1900@gmail.com

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