Felipe Rodríguez, el editor que adoptó un tigre
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Reconocido como un periodista apasionado y ético, inspiró a muchos reporteros y editores a ser honestos con los demás y exigentes consigo mismos. Hoy Vanguardia le rinde homenaje a su trayectoria.
Un tigre se presentó en la redacción del periódico. Buscaba a Felipe Rodríguez Maldonado, editor en jefe de la portada. Era 2008 y la bestia le mordió delicadamente el dedo índice. Nunca más lo abandonó. “El Párkinson es un tigre que me saqué en una rifa para la que no compré boleto”, me cuenta el domador que considera que lo más divertido del oficio de periodista es hacer enojar a los poderosos.
Felipe dice que nació en Estados Unidos por un “accidente obstétrico” mientras su padre estudiaba allá una maestría en sociología rural con catedráticos de la talla de David K Berlo.
Yo sostengo que se adelantó, para coincidir con el teórico que leería décadas más tarde en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAdeC. El postulado de Berlo, quien era jefe del departamento de Michigan State University cuando Felipe llegó al mundo, es que la comunicación permite al ser humano negociar su posición en el entorno en el que vive.
De este modo, la comunicación es un valor de interlocución, de poder, de influencia y de control. Hay un antes y un después en las personas que trabajaron en redacciones con Felipe Rodríguez Maldonado. Todas coinciden en que les enseñó no sólo a escribir bien, sino a hacer las cosas bien, en toda la extensión de la palabra.
Aunque su tigre es un animal salvaje y peligroso, las batallas favoritas de Felipe son contra él mismo: “Escogí mi profesión porque quería algo que dependiera solo de mí”.
Destruyó sus primeros reportajes, publicados hace 37 años, por no considerarlos buenos. Y dice que, si bien trazó sus primeras letras desde los siete años en la primaria Anexa a la Normal del Estado, “todavía no acabo de aprender a escribir. Siempre estoy viendo los detallitos del idioma, buscando escritores y aprendiendo de otros periodistas”.
Un recuerdo viene a Felipe: “Mi papá hubiera sido comunicólogo, en aquel tiempo se encargaba de la redacción de folletos, de libros, de materiales audiovisuales, tenía programas de radio”.
Su padre, era un sociólogo al que recuerda leyendo el periódico, completo. Y de él aprendió a “Trabajar derecho, sin buscar atajos falsos, sin hacer trampas. A entregar cosas honestas. Y con honestidad no me refiero solo a no robar, sino a hacer bien tu trabajo, sin buscar concesiones o puestos”.
Su papá probablemente no entró a comunicación porque entonces era una carrera que apenas iniciaba a popularizarse en las universidades.
A propósito de eso, Felipe estuvo en la tercera generación de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila. Tenía muy claro que no quería ser doctor, ni maestro: para no echarle la culpa de sus fallas a nadie más. Aunque la vida más tarde le enseñó que para ser editor: “Debes tener talento y talante de maestro de periodismo”.
El maestro Javier Villareal revisaba los trabajos con tinta roja y marcaba tanto errores como aplausos. El ojo de esta leyenda no fallaba y fue él quien invitó a Felipe a colaborar con algunos medios desde que cursaba el cuarto año de la licenciatura.
“Los medios trabajaban con personas que habían aprendido sobre la marcha. Las redacciones eran en ese entonces las aulas de comunicación”, suelta.
Bajo ese contexto, a Felipe sus materias lo respaldan. Además de haber nacido en una familia sumamente culta, había llevado clases en la facultad con Armando Fuentes Aguirre “Catón” de apreciación artística, que incluían música, escultura y pintura. Sus catedráticos tenían claro que: “un comunicólogo debería entender y tener la posibilidad de hablar de diferentes temas sin decir barbaridades”.
Aunque publicaba en algunos diarios desde entonces, Felipe habla con humildad de esa época. Corrección: más que humildad, es una autocrítica feroz, propia de un perfeccionista como él. “Leí mis primeros trabajos y me dio pena, los destruí, no sé cómo me los publicaron. Mi reto es que la información siempre sea clara y esté bien escrita”.
Felipe, no rompas este humilde texto, por favor.
Una Olivetti enorme y el oficio artesanal
“Empecé a escribir con una máquina Olivetti enorme, todo era muy artesanal. Salía para ganar la nota de otros medios locales. Eso ya quedó en el pasado. Ya competimos con todos. Hoy quien te lee, puede decidir entre leerte a ti, el Universal o El País”, dice Felipe.
Tras hacer un balance de los cambios que se han generado en el periodismo, este editor impecable señala que: “no estamos viviendo una época de cambios, sino un cambio de época. Quizá, estemos dando un salto tan grande como el que fue la invención de la imprenta, incluso nuestro cerebro procesa lo que leemos de manera distinta. Ahora hay que trabajar con rapidez y en tiempo real para generar contenidos, para hacer la diferencia”.
Felipe, el sabio, me deja una profecía: “Va a ganar quien sea más confiable, quien proporcione mayor contexto y quien pueda fundamentar más y mejor la información”.
Además de Vanguardia, dejó huella en Palabra, El Sol del Norte, El Diario de Coahuila, El Financiero y fue miembro fundador de los catorcenarios Espacio 4 y Punto y Coma.
Su honestidad empezó a incomodar desde que trabajaba en Espacio 4, un periódico que, tras lanzar apenas dos números, nada complacientes con PEMEX, se “ganó” una auditoría exhaustiva vía Secretaría de Hacienda. Años más tarde, una funcionaria (la directora de Comunicación Social de un sexenio del que no quiero acordarme) fue a reclamar a la dirección de El Financiero por las notas de Felipe.
–Nos está pegando mucho– le dijo al jefe.
La orden fue tajante.
–Dales con todo, ¿cómo creen que pueden venir a decirnos qué publicar y qué no?
Maestro con mentalidad de aprendiz
A mediados del dos mil, empezó a hablarle de tú a la portada. Confiesa que editar esa parte del periódico se vuelve una labor completamente industrial.
“Es un proceso que lleva sus pasos, sus tiempos, te retrasas tú y retrasas a todos. Es un trabajo que no termina hasta que ves impreso el tiraje y de tiempo... siempre sales perdiendo”, platica como reviviendo esos momentos.
Antes de eso, recuerda una anécdota donde trabajaba como reportero y editorialista. Para conservar la neutralidad y objetividad que debe tener un reportero de calle, prefería firmar con un seudónimo su columna. Entonces llegó a Saltillo un medio nuevo e independiente que fue muy riguroso en la selección de personal. De todo el medio, solo estaban interesados en dos personas. ¡Sorpresa! Se trataba de Felipe y... su seudónimo.
Su época de reportero la recuerda como “lo más padre, dónde están sucediendo las cosas”. Y considera que la mejor cualidad que puede tener alguien en este oficio es “la humildad, tener los pies en la tierra, entender que la gente no te tiene miedo a ti, sino al medio. Hay que saber dónde estás y no marearte”.
También advierte que, con la edad, el reportero debe convertirse en editor. Y esa transición implica muchos ajustes: “Tu trabajo no se debe de ver. Hay que tener talento y talante de maestro de periodismo. Aunque no te guste la nota, la corriges y ayudas a resaltar el contenido, la información, la carnita. Debes tener claro que tu obligación es enseñar y mejorar el trabajo de otros”.
Para esto, la generosidad es una cualidad indispensable. Y Felipe, es el más gentil de todos.
A mi editor, César Gaytán, le daba miedo llevarle sus notas a Felipe, a quien califica como “un editor legendario”, pues leía las piezas completas y no había punto y coma mal puesto que se le escapara.
El miedo contrastaba con la paz que emana de Felipe. “Me acuerdo clarito que ver que el escritorio de Felipe con juguetes y figuritas de Star Wars me hacía sentir muy cómodo”, comparte.
Y no es el único, Priscila Chavarría escribe que “Felipe es una de las personas más nobles, inteligentes y audaces que he conocido. Fue el primer amigo que tuve cuando llegué a la redacción de Vanguardia. Recuerdo que después de una junta matutina en mi primera semana en Saltillo, se acercó a mi lugar y me dijo “ya es hora de almorzar, vamos”.
Como buena foránea recién llegada, solo tenía lo del camión, y con mucha pena le dije que no tenía dinero. Felipe respondió: “vamos, no importa”. Le pichó unas gorditas de la extinta Placita y platicaron mucho como si tuvieran largo tiempo de conocerse.
Pero como se anunció al inicio de esta entrevista esta es una historia con claroscuros.
Cuando llega la información, está solo contra la portada, la entrevista, el reportaje o la hoja en blanco. Pero su tigre no sabe de soledades. “El párkinson es una enfermedad que le da a una persona, pero los efectos los sufren todos en su entorno. Hay cosas que no puedes torear solo”, recalca.
Además de un temblor que lo habita permanentemente, el párkinson demuestra un abanico de más de 60 síntomas. Y aunque experimentó algunos graves, no le “cayó el veinte” de su enfermedad, hasta que sus amigos comenzaron a verlo diferente, a decir: “El que está ahí no es Felipe, es otro. Son diferentes personas”. Y desde entonces, “siempre sé que ya no soy yo, que hago cosas que no haría si no estuviera enfermo, a mis seres queridos sólo les pido paciencia. Tengo que estar muy al pendiente de lo que pienso. Pueden aparecer disparates y paranoias que no puedo controlar”.
Los olvidos, los temblores y consultas médicas se fueron incrementando a la par de la violencia en México. Ser periodista era cada vez más peligroso. Uno de sus colegas fue asesinado. Entonces se instaló el silencio: “Ya no era el regaño del político, ni la queja de los funcionarios, era temerles a los narcos, por allá del 2011. Me quedaba claro que ninguna nota valía la vida de nadie”.
A pesar de todo, Felipe es feliz. “Me quedé trabajando en lo que quería, pude mantener y formar una familia”.
No sé si lo sabe, pero al mencionar su nombre a distintos reporteros y editores, todos sonríen. No solo lo respetamos. Lo queremos.
El papá más guapo del mundo
Él dice que quiere ser recordado por haber hecho el bien. Y lo está logrando. Luchó por enseñarle a sus hijos “A trabajar para cumplir sus metas, que los éxitos se consiguen trabajando” Y tiene la certeza de que es así. Formó profesionistas y buenas personas. Ellos quizá no lo recuerden, pero Felipe se debatía entre tres trabajos y cuatro hijos, dos gemelas que nacieron cuando había más trabajo.
“Era una botana darles pecho, le acomodábamos a mi esposa una bebé de un lado y la otra de otro”. Esto después de empezar a las seis de la mañana en un trabajo en INFONOR, posteriormente cubrir para El Financiero y reportear para Espacio 4 sin descanso.
–¿Valió la pena? –le pregunto.
–¡Claro que valió la pena!
Su respuesta viene con la sonrisa más amplia de toda la tarde que llevamos platicando en el Pour La France.
El cariño que sentía por sus hijos lo extendió a sus compañeros de trabajo. Presume a los editores de la mesa central del Periódico Vanguardia, que ahora lleva su nombre. Cuando le pregunto cómo sería su mesa central ideal, dice que “Es la que tenemos ya”. No se puede imaginar un equipo mejor.
“No todos los periódicos pueden presumir de una mesa tan preparada, todos están especializados en evaluar la validez de la información que traen los reporteros de locales. Creo que el equipo que tenemos ahorita, entendió muy bien cómo entrar a esta competencia digital.”
Acertadamente, en su columna del martes 5 de abril de 2022, el periodista Enrique Abasolo, alumno, amigo y colega de Felipe escribió: “La verdadera pasión en la vida de Felipe; por encima de las letras, del periodismo, de la ciencia ficción o de cualquier otra vocación que se me escape, estaba su familia. Siempre decorando su entorno, la infaltable fotografía de su amada Socorro con su hermosa prole ablandaba hasta al más cínico (yo, por ejemplo)”.
Fernanda, Jimena, Mariela y Felipe tienen que compartir a su papá con un séquito de periodistas que lo consideran parte de su familia, pues sabe liderar una portada entre la prisa y la certeza. Pero con calma y paciencia.
Tienen un papá que siempre ha sido honesto y que, aunque el tigre haga travesuras, siempre será el hombre que los ama. Todos sus hijos están orgullosos de él y una de ellas, en un momento muy breve, me confesó que aún en los momentos más pesados de la enfermedad, Felipe sigue pensando en el trabajo del periódico, que si está bien puesta la coma o si el título es el indicado.
Con tan solo googlear su nombre en el buscador de Vanguardia usted encontrará, no solo textos excepcionales, sino el corazón de Felipe. Y, esperemos que el tigre nos deje seguir leyendo más de él.
“Mientras te tenga a ti voy a seguir adelante”
A Felipe, pocas noticias le impactan, ¡este hombre ha cerrado portadas históricas! Pero la del paciente con párkinson que abandonaron en un supermercado, la cuenta distinto.
Su esposa, Coco Flores, le acaricia con dulzura. Y aunque dice que no ha sido fácil, le dice a Felipe “Mientras te tenga a ti y esta fé que nos sostiene voy a seguir adelante”.
Se conocieron en la asamblea de estudiantes de la Universidad. Ambos son un par de intelectuales locamente enamorados.
Socorro confiesa que la conquistó con su sentido del humor, su brillante capacidad de memoria fotográfica, su sentido de la historia, y claro, su impresionante gala del dominio del lenguaje y la precisión del uso de puntos en sus cartas descriptivas.
Dicen que duraron un año y siete meses de novios, pero yo no los veo muy distintos de unos muchachos en la Alameda. Por ellos el tiempo no pasa. Quizá ya no son abrazos ni caricias, ahora es Coco acompañándolo, protegiéndolo y haciendo más sencillo todo lo el tigre alcanza con sus garras.
“Ahora tenemos que apostarle a que Felipe tenga una mayor calidad de vida, cambiamos nuestra alimentación, incluimos mayor actividad mental, risoterapia, fisioterapia, salir y pasar siempre que podamos”. Son las palabras de Coco.
No nos queda de otra, tenemos que vivir la vida, ¡Más nos vale! La enfermedad los ha obligado a cambiar sus hábitos y encontraron en el tango, una terapia para el Párkinson, y una nueva forma de enamorarse. El tigre se apacigua con el tango, o con el amor. ¿Quién sabe?