Ni para el transporte, saca vendedor ambulante de Saltillo
La economía informal tiene muchas caras: comerciantes, trabajadoras del hogar, meseros, músicos… Lo cierto es que comparten la misma carencia de prestaciones y derechos laborales. Y no son casos aislados
Desde hace varias semanas el país se detuvo ante la emergencia sanitaria por el coronavirus, advierten los tres niveles de Gobierno y medios de comunicación. Pero cuando no tienes un sueldo fijo, un contrato, prestaciones ni derechos laborales, hacer cuarentena es un lujo. Las deudas no esperan, el hambre menos. “Solo somos mi esposa y yo y está difícil, imagínate los que tienen más familia y dependen del comercio”, dice José Luis Montenegro, un vendedor ambulante de algodones de azúcar.
“Desde que empezó que quitaron las escuelas bajó bastante la venta, he vendido solo cuatro o cinco algodones en todo el día, y mi esposa a veces me ayuda, y nomás también tres o cuatro algodones”, dice José Luis.
Y mientras sus ventas caen, como las de la mayoría de los comerciantes ambulantes o fijos, los precios de la canasta básica se disparan: “Todo está para abajo, muy apenas ni para comer”.
José Luis carga el palo de madera que sostiene los algodones de azúcar azules y rosas. A falta de escuelas abiertas, camina por las principales calles del Centro Histórico de Saltillo. No tiene de otra: tiene que trabajar en lo que ha hecho por 20 años.
En días de clases llegaba a vender de 40 a 50 algodones por día, lo que le garantizaba sacar para la comida, los gastos de la casa y saldar deudas. Ahora vende si acaso 4 algodones.
“Ayer no vendí ni un algodón. Un compañero vendió tres, cuatro papas con salsa… Ahorita ni pa las combis”, dice. El comercio ambulante está tan muerto que “ni inspectores hay, siempre nos andaban corriendo”.
Entonces pasan dos, tres, cuatro vendedores con sus canastas en las manos: ofrecen papitas, frituras, empanadas. “Así andamos todos, ¿qué más hacemos? El Gobierno no nos va a mantener”, sentencia antes de seguir su camino por la calle Aldama.
José Luis tiene 51 años y no cree en el coronavirus, pero teme que los soldados y policías quiten a la gente que anda en las calles, paseantes y trabajadores. Dice que eso es lo que se rumora entre los vendedores ambulantes. Hay miedo e incertidumbre.
Pero un día a la vez: primero acabará su jornada laboral que empezó a las 11:00 horas, quizás no coma nada porque no hay con qué comprar y es mejor llevar dinero a la casa, ahí sí podrá cenar algo. “A ver si mejora al rato, sino pos lo que caiga ya es bueno”.