Nos quedó chico el infierno; incendio en la Sierra de Arteaga es un castigo de Dios: ejidatario

Saltillo
/ 2 abril 2021

Ejidatario de San Rafael afirma que el fuego fue un castigo de Dios, por las constantes peleas que protagonizan los herederos de las tierras

TEXTO: ANA LUISA CASAS / FOTOS: HÉCTOR GARCÍA

Dios ya lo tenía planeado. Esta fue una sacudida para los hijos de los hijos que pelean las tierras de sus padres.

“Ya se necesitaba una sarandeada porque las peleas por los terrenos ya eran muchas. Que por un centímetro, por un metro.

Dios ha de haber dicho: ‘ahora por cabrones les quemo todo el rancho’”, aseguró don Gerardo Montalvo, originario de San Rafael, uno de los ejidos más afectados por el incendio que cumple 17 días en la Sierra de Arteaga.

Don Gerardo espera que a su muerte, sus cinco hijos no disputen la herencia así, sino que compartan sus tierras de la misma forma que durante infancia.

Que cuiden y construyan su hogar y que como él y la familia de sus 16 hermanos, convivan tranquilos en San Rafael.

“Porque la herencia de los que pelearon hasta hace meses, se convirtió en cenizas”, lamentó.

“Esta fue una justa de Dios”, insistió el ejidatario con las manos puestas en la hebilla de su pantalón.

Del patrimonio que sus ancestros forjaron con años de esfuerzo, no quedó nada.

El fuego arrasó con todo y las estacas que dividían la tierra desaparecieron con las fronteras entre un rancho y otro. 

Con la pupila de sus ojos amarillos, don Gerardo Montalvo también vio arder en llamas la cabaña donde vivía su padre Inés Montalvo, también los corrales de gallinas y los cedros que vestían de verde las veredas a la sierra.

El incendio de La Pinalosa en la Sierra de Arteaga se convirtió en un infierno, dice.

“Es más, el infierno nos quedó chico”, afirma.

Pero el ejidatario nunca abandonó su hogar, se refiere a la Sierra que lo vio nacer.

Al igual que otros propietarios, salvó a “punta de agua”, chozas, cabañas y corrales con animales de granja chamuscándose.

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De esta comunidad quedaron un par de cabañas. El resto se achicharró.

En menos de una hora el fuego consumió sus hogares, herramientas y sus pertenencias más preciadas como la piel de una serpiente o los cuernos de un semental, incluso, cartas de amor.

“Rodeamos las casas con agua de la reserva y sacamos los animales que pudimos, los otros huyeron del fuego”, comentó el sexagenario.

Horas después de combatir el fuego a mano propia, despertó desmayado ante la asfixia de la espiral de humo negro que nubló el ejido.

Había perdido la noción, pero nada hizo que don Gerardo saliera de San Rafael.

“Si me tocaba, ya era hora, pero un capitán jamás abandona su barco ni aunque se esté hundiendo”, comentó.

Hoy, don Gerardo levanta una casa de block y cemento en el lugar donde los troncos de árboles con techos de tejado daban forma a la casa de su padre, todo con apoyo del Gobierno Municipal de Arteaga.

Al menos 55 familia más en San Rafael y El Baratillo, colocan, como hace más de 30 años, la primera piedra de lo que hasta hace 17 días fue su hogar.

Una habitación rústica con las tazas colgando de la oreja en un horno-chimenea. Un refrigerador antiguo y un comedor de troncos.

Cobijas de lana y pisos de mosaico resquebrajado. Ruedas de carreta como ventanas y balcones sobre los árboles que sostenían las cabañas, todo eso ahora es cenizas.

Aún con el fuego de cerca y la muerte a su lado al inicio del incendio, los habitantes dan gracias a Dios.

“Hubo pérdidas y ni modo, hay que empezar de muevo, pero no hay desgracias humanas y eso es lo qué hay que agradecer”, agregó el ejidatario.

Valorar la tierra, reproducir las crías y luchar porque sus nietos vean la sierra verde y no un paisaje gris carbonizado, es el propósito de don Gerardo, a sus 63 años.

“San Rafael se levantará de ésta”, aseguró, dando la espalda con camino hacia la sierra.

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