Por Paula López Flores, María y Mateo Kuijt Sandoval, Nicolás y Emiliano Villarreal Villarreal, Pedro Rivera Valdez, Valentina Villarreal Silva, Ana Sofía Lerma Oranday, Mariángela y Emma Sofía Almaraz García, Miranda Pérez Gutiérrez, Roberto López Oviedo
En un punto secreto del valle de Saltillo, rodeado por altas montañas, cada verano, cuando la imaginación se mezcla con la magia, florece el enorme jardín de Chibidú, en donde niños, niñas y animales de todo tipo juegan hasta que la risa los vence de cansancio. Quienes han visitado Chibidú, cuentan que por ahí rondan dragones, duendes y hadas; leones, jirafas y osos; amigos imaginarios, olas de mar que ahí pasan sus vacaciones y hasta helados de 104 sabores. Pero el ser más increíble de este lugar es su guardián. Su nombre es Perrito y es... bueno, un perrito.
Él se puso su propio nombre luego de verse en un espejo y notar que era simplemente adorable. Ahí supo que era un french poodle de pelaje blanco, suave y esponjoso, que lo hace parecer una nube en movimiento.
Al convivir con tantos niños y niñas que juegan a salvar el mundo y ser héroes y heroínas, estos le ayudaron a confeccionar su propio traje. Le regalaron una capa roja que le da el poder de volar; le otorgaron unos lentes de sol que le permiten lanzar rayos láser de los ojos; y también le dieron una mochila, en donde Perrito lleva todo tipo de herramientas para mantener el jardín a salvo. Con estos tres tesoros, Perrito cuida a todos quienes visitan Chibidú durante las vacaciones.
Hace poco, 12 niños llegaron al jardín. Pedro y Emma platicaron con los insectos en el pasto; Miranda y Roberto hicieron figuras de pájaros con barro que luego volaban a las copas de los árboles; Mateo jugó escondidas con Ana y sus propias sombras; Paula y Nicolás corrieron contra dos berenjenas atletas; Valentina y Emiliano dibujaron en las paredes varias historias que se movían solas como películas; María y Mariángela levantaron un castillo con lava de dragón, en donde escribieron las leyes de la diversión.
Perrito paseaba por los alrededores para que todos estuvieran felices. A ratos los perseguía con sus lengüetazos. En otros vigilaba todo desde el cielo. Y a veces se escondía para hacerles alguna broma, como robarles los bombones, que eran su golosina favorita.
Cerca del mediodía, cuando Perrito tomaba una siesta, el cielo se nubló como si una feroz tormenta estuviera a punto de caer. Ruidos fortísimos se escucharon como tambores. Todos pensaron que eran truenos y se refugiaron bajo una enorme palapa en medio del jardín. Y del cielo, en efecto, comenzaron a caer cosas, pero no era agua, sino basura. Latas de refresco, envolturas de galletas vacías, bolsas de plástico, comida echada a perder, papel de baño usado.
El ruido y el olor despertaron a Perrito, quien vio a los niños y niñas asustados por el extraño fenómeno natural. Justo en eso, el muro noreste que protegía el jardín fue destruido. El causante fue un enorme monstruo de basura que medía casi cinco metros de altura. Su cuerpo era negro y asquerosos, y su paso dejaba un rastro de mugrero y suciedad.
–Necesito devorar toda la naturaleza –dijo el monstruo con unos gruñidos terribles que olían a podrido.
–Perrito, Perrito –le dijeron los niños y niñas–, tú eres el único que puede derrotarlo. ¡Por favor, ayúdanos!
Perrito asintió con la cabeza. Sacó la capa de su mochila, también los lentes de sol y se preparó para la batalla.
Mientras tanto, las plagas y putrefacción que salían del monstruo de basura estaban destruyendo las flores y las plantas. También ahuyentaron a los animales. El color, la armonía y la felicidad de Chibidú estaban muriendo.
Perrito sabía que debía actuar rápido para evitar más destrucción. Corrió tan veloz que los niños apenas podían verlo. Lanzó rayos láser para eliminar el cochambre del entorno y, con sus ágiles patitas, de su mochila sacó bolsas de basura para echar los residuos y ponerlos en el bote correspondiente. Con su capa roja ondeando al viento, voló alto en el cielo y empezó a dar vueltas en círculos alrededor del monstruo hasta alcanzar la fuerza de un huracán.
Pedazos de basura se desprendieron del monstruo y cayeron cerca de los niños, quienes inspirados por la valentía de Perrito también comenzaron a recoger toda la basura y a colocarla en algunas cajas. Además de eso, Pedro y Emma hablaron con los insectos, quienes rápidamente formaron un ejército para recoger los desechos. Miranda y Roberto moldearon más pájaros de barro, que volaron y arrancaron trozos del monstruo. Mateo y Ana usaron sus sombras para distraerlo, haciendo que atacara en direcciones equivocadas.
Desesperado, el monstruo alcanzó a golpear a Perrito, lanzándolo contra el suelo. El impacto fue fuerte y Perrito quedó aturdido por un momento. Los niños y niñas gritaron –Levántate Super Perrito–. El can, con su espíritu indomable, se levantó como si nada. Sabía que no podía rendirse.
Perrito recordó la varita mágica que le habían regalado las hadas. Sacándola de su mochila, la agitó en el aire y, al instante, un resplandor brillante cubrió todo el jardín. La varita tenía el poder de transformar la basura en algo útil y hermoso.
Perrito apuntó hacia el monstruo de basura y, con un movimiento decidido, empezó a transformar los desechos que lo componían en árboles, flores y animales. Los niños y niñas se unieron al esfuerzo, dándose ideas y apoyándose mutuamente.
Paula y Nicolás construyeron un puente de reciclaje con las bolsas de plástico, permitiendo que los animales regresaran al jardín. Valentina y Emiliano utilizaron los restos de comida para crear una gran composta, enriqueciendo la tierra y provocando que nuevas plantas crecieran. María y Mariángela, transformaron el papel de baño usado en pergaminos, en donde escribieron esta increíble historia.
El monstruo de basura, viendo cómo su poder disminuía, trató de resistirse, pero la magia de la varita y la colaboración de todos eran demasiado fuertes. Perrito dio un último ladrido que hizo crecer todavía más el poder de la magia y así el monstruo se desvaneció por completo.
Perrito los salvó a todos.
Al caer la noche, los niños, niñas y Perrito decidieron celebrar su gran victoria con una fogata en el corazón del jardín de Chibidú. La encendieron y pronto las llamas comenzaron a bailar alegremente. Los niños se sentaron en círculo y Perrito, con su capa roja guardada, se acurrucó junto a ellos.
Los niños aplaudieron y prometieron cuidar siempre del jardín y de su querido guardián, Perrito, y después sacaron una bolsa de bombones. que asaron sobre el fuego.
–Saben mejor crujientes –dijo Perrito y se río con todos. Los niños se sorprendieron de que su amigo pudiera hablar, pero después de verlo volar, lanzar rayos y destruir un monstruo de basura, le dieron poca importancia y siguieron con la fiesta.
Agradecemos a las misses Marinés De Valle Castilla, María José Cepeda Berlanga y Maru Zertuche Medina por permitirnos divertirnos, además de desafiar la imaginación. También apreciamos la colaboración de los scouts Olga Guadalupe Reyes Ontiveros, Fernanda Guajardo García, Erick Daniel Cabello Cuevas y Francisco Alejandro Álvarez Cerda.