Santa pasea en moto por la ciudad de Saltillo... ¡desde hace treinta años!
COMPARTIR
La práctica de la lucha libre lo encaminó a ser Santa Claus por unas horas y este diciembre suma 30 años de vestirse de rojo para hacer magia
Un diciembre de principios de la década de los 90, Javier Lara, quien entonces practicaba lucha libre con su hermano, haciéndose llamar “Los Saraperos”, fue invitado a una posada en la colonia Lázaro Cárdenas, ubicada al sur poniente de la ciudad.
Luchadores locales quisieron tener un detalle con los niños de ese sector y se organizaron. A Javier le tocó la encomienda de ser Santa Claus y recuerda que no contaba con el atuendo. “Me hice un equipo de Santa, pues feíto”.
Su llegada a la posada encendió una chispa de magia en él. “Ver la cara de asombro de los niños al llegar Santa, es maravilloso”, detalló. “Y ya participé en la posadita, en un detalle que le llamamos en la lucha. Uno de los luchadores hace como que le pega a un niño y yo participo como Santa, luchando en su defensa y desde ahí empecé a ser el personaje”.
Luego, cuando una empresa refresquera realizaba desfiles navideños en la ciudad, una cadena de pizzerías le pedía que acompañara a sus repartidores vestido de Papá Noel y recuerda que un desdén del coordinador de ese evento le hizo mejorar su equipo.
Javier cuenta que cada vez que tenía un atuendo mejorado, observaba los detalles, lo eficaz que era ante el clima, el viento y la velocidad de viajar en moto; comodidad, motricidad, y esa información le permitieron profesionalizar el traje.
“Ahora el cabello, cejas barba y bigote, son una máscara completa”. Aún hay detalles que ajustar. La barba no se queda estática en el trayecto y por mientras que idea algo para fijarla, un “segurito” es la mejor opción.
Sentado delante del pino colocado en la casa de la familia Aldaco, donde acude cada diciembre como desde hace 30 años, los integrantes de esa familia que de niños le entregaron su carta de regalos y hoy son adultos, le siguen viendo con admiración.
“Javier era compañero de trabajo de mi mamá, venía cada año a recoger las cartas de lo que queríamos de regalo. Yo ahora tengo 43 años y ahora viene a recoger la carta de mi nieto”, contó a VANGUARDIA Iván Aldaco.
Allá por 2012, fiel a su tradición, circulaba por la ciudad y se detuvo a esperar su luz verde en el bulevar Venustiano Carranza. El desfile navideño organizado por el Gobierno Estatal estaba por iniciar y ahí fue designado a abrir el desfile. ”Y me dice la coordinadora, -¡váyase adelante!, para mí fue algo emocionante, fue magia, yo abrí el desfile”, recuerda orgulloso.
Ser Santa Claus le ha dejado experiencias al hombre que hoy jubilado, encuentra satisfacción en la ilusión de chicos y grandes. “Desde un niño hasta un abuelo, me abrazan, se toman fotos. Me llena mucho de alegría que una persona grande se acerque a pedir una foto”.
Javier comenta que cuando va circulando por la calle, puede ver por las ventanas de los autos los niños lo miran, sonríen con asombro y lo saludan o hasta besos le avientan. “Para mi es una cosa maravillosa, cuando los niños me ven, abren sus ojos, se iluminan y con sorpresa dicen Santa”.
Pero asegura que en estos 30 años, también se ha topado con Grinch de la sociedad. “Una vez en Guayulera, iba con mi duende en el trineo y nos apedrearon”.
Durante diciembre Javier recorre la ciudad en visitas a domicilios de amigos, familiares y a quien se lo pide; acude a recoger cartas de regalos y a tomarse fotos. No cobra por este servicio. El 25 de diciembre recorre Saltillo en sus 4 puntos cardinales. Frena en algunos lugares para entregar regalos o simplemente saludar y hacer escuchar la icónica carcajada del personaje.
A lo largo de estos años, Javier intentó inculcar en sus tres hijos la tradición de ser Santa, pero solo uno le sigue los pasos. “Nada más el güero que le encanta hacerle al títere”, dice orgulloso. El güero comenzó de duende ayudante cuando era niño, hoy se ha puesto el traje del Grinch y sus hijos son quienes acompañan a su abuelo como duendes.
“Se meten en el personaje. Una nieta me acompañó a un evento y le digo ‘mija, (sic) para que me acercara unas cosas y ella me pidió muy seria que no le dijera mija (sic); soy el duende’, me dijo”.
Javier dice que en este tiempo de personificar a Santa, la pandemia fue un momento difícil, la incertidumbre de que pasaría al día siguiente, el miedo al contagio, el aislamiento y las muertes fueron el motivo para no desistir en llevar aliento a los hogares.
Hoy Javier ve con nostalgia que los niños ya no piden juguetes, han cambiado esos regalos por aparatos electrónicos. “Todos los regalos que piden son computadoras, celulares, tabletas; ya no son aquellos niños que pedían monitos de luchador, carritos. Sí uno que otro pide la bicicleta, pero ya todos los niños son muy tecnológicos”, lamentó.