Por: Nazul Aramayo
Fotos: Roberto Armocida
Edición: Kowanin Silva
Diseño: Edgar de la Garza
¡Bienvenidos a Ciudad Cumbia, Torreón, Coahuila! El oficial de tránsito que nos detiene no lo dice de esa manera. Simplemente nos bautiza con una mordida frente a la Clínica de Especialidades 71 del IMSS. La cumbia lo vale, pienso. Y es como si el brillo en el límite del horizonte bailara suavemente al ritmo de un sonido fraguado en la demencia colombiana. Porque la cumbia en Torreón tiene el don de la ubicuidad, le explico a mi compañero fotógrafo. Puedes andar de oriente a poniente, zigzaguear por clases sociales, ir al mercado o al mall, escuchar un jingle del ayuntamiento o un comercial local y lo que vas a encontrar es una cumbia. No cualquier cumbia, complemento. Lo que aquí se escucha es la cumbia lagunera. Y más que escucharla, se vive. El cumbión es vida y sueño. Y no hablo en sentido metafísico o esotérico. Desde finales de los años 70 la cumbia en La Laguna se volvió un ritmo de vida, un oficio, un trabajo y, más importante, una comunión con la gente. Ésta es Ciudad Cumbia. Y esta noche celebra su primer festival de cumbias laguneras a cargo del promotor Enrique Fabian y un equipo de músicos y colaboradores. Y nosotros viajaremos al fondo de ese corazón de la noche cumbiambera de Torreón donde siete grupos marcarán el ritmo con el que la región Lagunera se conoce en todo México, Estados Unidos y Latinoamérica.
Kumbiero Fest 2016
Sam Shepard escribió, sobre una gira con Bob Dylan: “Los fans son un misterio. Pueden ser más peligrosos que un arma… Los fans no te siguen por lo que eres, te aman por lo que significas”.
La noche del 2 de septiembre es la noche del gran cumbión o, como lo anunciaron, el Kumbiero Fest, el primer festival de cumbia lagunera. Es decir, la primera vez que los grupos con mayor trayectoria e influencia en el género tocarían juntos: El Orkestón Loko, Mi Barrio Colombiano, Primeritos de Colombia, Los Capi, Tropicalísimo Lobo, Chicos de Barrio y Tropicalísimo Apache; en ese orden salieron al escenario.
Con este baile en la Explanada inicia la ExpoFeria de Torreón. Entrada gratis. Es viernes. "Night time is the right time to be with the one you love". Por eso el periférico y los estacionamientos de la Feria y de Plaza Galerías lucen aperrados. El puente peatonal que atraviesa el periférico y une a los dos establecimientos también es invadido por multitudes de jóvenes. Claro, la gran mayoría avanza bajo el puente peatonal, bajo la noche y al amparo de los tránsitos que cuidan la circulación junto al puente abandonado de Villa Florida –el desnivel que une el oriente con el centro de la ciudad y que desde el 17 de mayo sufrió una falla por lo que la circulación se encuentra clausurada; cuatro meses después el cruce no ha sido reparado–. Es por ese puente destruido que tenemos que rodear y nos tardamos en entrar a la Feria. Y quizá es un signo, pienso dentro del carro que no supera los 40 kilómetros por hora: jurídicamente nos gobierna el abandono, pero en el corazón nos domina la costumbre, la nostalgia o el aferrarse al escombro. Oh, Torreón, vibro con el cumbión que suena a cien metros de distancia.
El baile estaba anunciado para las seis. La cumbia puede ser omnipresente pero el espectáculo nunca es puntual. A las nueve sale el Orkestón Loko, de Iván Jaramillo, timbalero y director musical de la agrupación y además uno de los organizadores del festival. Me sorprende que a esa hora el lugar, al aire libre, no esté lleno. Incluso me desconcierta que quienes más se mueven son los bailarines del Orke en vez del público. Porque el Orkestón Loko es música festiva y frenética, lleva un ritmo acelerado, ideal para saltar como lo hacen los bailarines sobre el stage. ¿Qué sucede entonces dentro de esos corazones que no se entonan machín con la cumbia? Días después Enrique Fabian, cerebro del Kumbiero Fest, me dirá que el viernes no es el mejor día para trabajar; la gente en La Laguna no está acostumbrada a los festivales, espera un baile normal, de esos que empiezan a las nueve o diez de la noche y cuyo plato fuerte sale poco antes de las doce. Sus palabras son confirmadas: para después de las diez, cuando en el escenario toca Mi Barrio Colombiano –grupo de Matamoros liderado por los hermanos Elí y Neftalí Aguiñaga, y reconocido por la voz de Alicia Sifuentes, que mezcla cumbia con merengue, salsa y balada– el público se había multiplicado hasta casi llegar a la barda de bloc que marca el límite. Y entonces sucede la magia.
Everybody cumbia
El área de prensa tiene buena vista al escenario pero sabemos que el verdadero arte de la cumbia no sucede sobre la tarima sino a ras de suelo, en medio del enrejado improvisado que separa a los músicos de los fans.
Frente a las luces y las bocinas, sobre la grava y la tierra caliente, mujeres en tacones y minifaldas, jeans y accesorios brillosos se aprietan contra la reja, levantan las manos, no bailan todavía –es poco el espacio y mucho el deseo, y para bailar se necesita un poco de distancia– pero cantan cuando Alicia Sifuentes pronuncia “¿Dónde estabas, qué rincón de este planeta sin saber lo ocupabas demorándome los besos que faltaban?”, las mujeres lo recitan como un mantra: con sus ojos entrecerrados, con un movimiento de brazos, de pies y de cadera. Y estoy seguro que en la línea de la maquila es así: suena la cumbia y los trabajadores llegan a ese trance casi espiritual o casi mecánico en que la boca pronuncia esa letra llegadora mientras las manos manejan los utensilios o las substancias que dan forma a los pantalones de mezclilla o maquinaria diversa. Y lo afirmo porque, como me platicó Iván Jaramillo: las maquilas eran el público de los cumbiamberos a finales de los 90 y principios del 2000. En 1998, en Torreón la maquila representaba el 50 por ciento de la manufactura con 14 mil 597 trabajos. La maquila impulsó a la cumbia lagunera. ¿O fue al revés? Lo cierto es que Iván me dice que trabajaron en todas las maquilas y que los bailes de esos años se atiborraban de trabajadores y que la radio local o interna de las empresas entonaba cumbitas del Orkestón, Chicos, Apache y compañía. Everybody las manitas arriba, dice el cantante de Los Capi cuando ya la pista de tierra y grava ha sido tapizada de latas vacías, ¡everybody cumbia!
El viaje de la cumbia
El gran misterio de la Laguna es ¿por qué la cumbia de Colombia anidó en este rincón del desierto de Coahuila y Durango?
Es la pregunta recurrente que hago a los músicos. No hay respuesta unánime. En La Laguna llevamos la cumbia en el corazón; aquí exportamos la cumbia para el mundo, afirma Pedro Ortiz –fundador de Tropicalísimo Apache y de Tropicalísimo Lobo–. ¿Pero por qué?
Me sorprende gratamente la logística del Kumbiero: cuando un grupo termina su tanda, no pasan más de diez minutos para que el siguiente se trepe al stage y golpee los cueros de la tarola. Cuando Mi Barrio Colombiano concluye, noto a las damas más animadas después de cantar “Dónde estabas”, “Evidencias”, “Maldito sea tu amor”. La conexión de la vocalista Alicia Sifuentes con el público es evidente: una joven que desde los 14 años se dedicó a la música y que dentro de la misma agrupación conoció al hombre que se volvería su esposo. La cumbia demuestra que el amor es posible.
Desde 1995, con el primer disco que grabaron en Los Ángeles, California, los Chicos de Barrio pegaron durísimo. Se fueron a EU a grabar cuando las maquiladoras estaban por llegar a La Laguna”.
Richie Luna, líder, compositor y una de las voces de los Primeritos de Colombia, me cuenta algo que hace años un promotor musical de la región me había comentado: La Laguna es la catedral de la cumbia porque en los 80 la Sonora Dinamita de Lucho Argaín llegaba a Torreón y se quedaba un par de meses; Torreón era el punto estratégico para ir de gira a otras ciudades de México y Estados Unidos; la Dinamita creó escuela, afirma. ¿Por qué crees que la Dinamita compuso la canción “Tu lagunero no vuelve más”?, porque les gustaba la ciudad, aquí se quedaban y luego se iban, concluye Richie.
Pero la música de una sonora no tiene el mismo sonido que el de las agrupaciones laguneras. Le falta el sabor.
¿Qué tiene la cumbia de La Laguna entonces? No sé, es como la receta del Pollo Loco, la receta secreta, el sabor, nadie sabe, concluye Richie, de Los Primeritos".
Receta secreta
Los Primeritos de Colombia suben al escenario. Mi compañero fotógrafo aprovecha que la raza ya está prendidísima y se interna entre el público que saluda a la cámara mientras realiza señas con las manos: los signos de su barrio, su colonia, su crew y los vatos gritan para que vean el sabor que tenemos los de Torreón, y nos regalan cerveza, sí, pareja, me entregan latas en cuanto ven mi gafete de prensa y cuando el fotógrafo se abre camino a punta de flashazo y entonces le preguntan a cuánto la foto y posan tirando barrio, a cuánto, insisten, pero no somos vendedores, les decimos mientras la cámara nos llevan a las entrañas del Kumbiero.
Hay pantalones holgados como los de finales de los noventa. Sí, pero son minoría. Predominan los pantalones apretados y caídos, camisas de cuadros y gorras de béisbol en los hombres. Veo incluso un sombrero texano. Las mujeres más jóvenes van en vestidos apretados y en tacones. Predominan la mezclilla y los accesorios brillosos.
La música de los Primeritos confirma un hecho ineludible: la cumbia, en su origen, es barrio. Y la misma historia del grupo lo demuestra. Richie Luna me platica que creció en la colonia Primero de Mayo –una zona marginal en las faldas del Cerro de las Noas– y que desde morrito le gustaban las cumbias colombianas –Aniceto Molina, Los Corraleros del Majagual, Lizandro Meza– que ponían en las fiestas de la cuadra cuando el baile consistía en un tocadiscos, un sonidero que hacía la selección o que previamente grababa una mezcla en un casette, y todos los vecinos cerraban la calle con carros y se ponía a bailar. Desde ese entonces le prendió eso de mezclar cumbias; una pasión contraproducente porque en la escuela lo que se escuchaba era Bronco, Los Temerarios y otro tipo de música y no esa mariguanada marginal de los colombianos; ésa era la carrilla que le tiraban. Richie se enseñó a mezclar y a tocar. Para el 2002 ya salía a “botear” con unos amigos a los camiones y mercados; es decir, a rasparle a la guacharaca, golpear la caja santa y sacudir el acordeón para conseguir dinero. En 2004 compraron instrumentos profesionales y en 2005 grabaron su primer material donde viene la canción que los llevó al éxito inmediato e inesperado: “Me pasas un resto”. Y justamente cuando respira el acordeón el inicio de esa cumbia, el público grita y se dispone al baile pegadito. Es entonces que comprendo que hay pocas cosas tan bellas, sensuales y placenteras como una cumbita susurrada en el oído, porque así se baila esta noche en la Explanada de la ExpoFeria: con los ojos cerrados, sujetando a la dama con una mano en la cintura, y con la otra sostienendo un bote de cerveza mientras la morrita se sujeta al cuello del vato y pone su cabeza en el hombro y susurra como una plegaria a un dios que sí sabe bailar.
Mucha gente cree que nos llamamos los Primeritos porque dicen que fuimos los primeros en tocar esa música colombiana, me dice Richie, pero es Primeritos por la colonia Primero de mayo, el nombre se identifica con la raza.
Y estoy seguro que en la línea de la maquila es así: suena la cumbia y los trabajadores llegan a ese trance casi espiritual o casi mecánico en que la boca pronuncia esa letra llegadora mientras las manos manejan los utensilios o las substancias que dan forma a los pantalones de mezclilla o maquinaria diversa. La maquila impulsó a la cumbia lagunera. ¿O fue al revés?".
¿Y cuál es la diferencia –le pregunto– de su música con las cumbias colombianas y con el movimiento colombiano que también hay en Monterrey? Richie se ríe, es el sabor, contesta. ¿El sabor? Sí. La otra vez fuimos a Monterrey –una de las plazas más difíciles para la música lagunera: Chicos de Barrio, por ejemplo no ha ido, ni Tropicalísimo Apache– y escuchábamos a los grupos y se oían bien, les decía al grupo, tocan bien pero se oye seca la música.
¿Qué tiene la cumbia de La Laguna entonces? No sé, es como la receta del Pollo Loco, la receta secreta, el sabor, nadie sabe, concluye Richie Luna.
Dimas, de Chicos de Barrio, explota el orgullo a otro nivel: escribe de lo cotidiano, del cholo que se va a Estados Unidos a jalar, de los que se quedan a chingarle en la línea de la maquila, del barrio donde crecieron él y sus amigos”
Cumbia de la nostalgia
Iván Jaramillo no duda en asegurar que la cumbia lagunera empezó con Chicos de Barrio: ellos fueron los que lograron esa amalgama de ritmos que dieron origen al género y a las múltiples agrupaciones que buscaron emular ese sonido. Incluso de los Chicos se desprendieron grupos que iniciaron los exintegrantes. Uno de ellos: Los Capi.
Puro Trincheras, mi Nazul, puro Cerro de la Pila, dice El Zorro –conocido locutor de radio local– quien me saluda y abraza después de marcar con sus manos el emblema del barrio de Trincheras en Gómez Palacio, Durango. Mi compa el Capi, dice el Zorro y señala al baterista que es el fundador de Los Capi, esa agrupación que nació a principios del 2000 como parte de la ruptura de Chicos de Barrio. Lo que Los Capi tocan es una mezcla de cumbia con ska, reggae, balada y lo que salga.
Sam Shepard escribió, en una serie de crónicas sobre una gira con Bob Dylan, que “Los fans son un misterio. Pueden ser más peligrosos que un arma… Los fans no te siguen por lo que eres, te aman por lo que significas”. Pienso en esto cuando me doy cuenta que en el pasillo que hay entre el escenario y las vallas que separan al público hay una señora en silla de ruedas que baila como puede. Y no pasa desapercibida por los músicos. El vocalista le manda un saludo y dice que le va a mandar a uno de los bailarines para que se agasaje. El joven delgado y de pelos güeros baja de la tarima y se acerca a la señora. Qué puede pasar: sólo alegrar a alguien ¿no?, la cumbia enaltece el ánimo; incluso hay días que no logran comenzar si no es por el tributo de un buen cumbión a los cuatro vientos. Cuando el chavo se acerca, la señora se levanta de la silla y perrea al chico que no aparenta más de 25 años que baila y se deja manosear al ritmo de “Meneando la pera”; la canción que vibra en nuestra epidermis sudorosa. La mujer goza. La música no se detiene. Y cuando lo hace, la señora pasa junto a mí en su silla de ruedas llevada por otro anciano. La detengo. El doctor me dijo que no podía caminar pero me vale madres, me dice y levanta su falda para mostrarme una cicatriz que va desde el chamorro a la rodilla, me acaban de poner una prótesis pero orita regreso a bailar más. Tiene que descansar, me dice el señor y empuja la silla que rueda hasta desaparecer a lado del tráiler de Tropicalísimo Apache.
Tropical y a la izquierda
Un baile no es baile sino acaba en una pelea. Al menos ésa era la consigna a finales de los 90 y a principios del 2000. Incluso se decía que los mismos músicos hacían pelear a las pandillas o a los de un barrio contra otro. Son cholos. Son raza. No es su culpa, es su estilo.
En la comida después de la rueda de prensa del 26 de agosto: Iván Jaramillo, Enrique Fabian y Dimas Maciel –vocalista y líder de Chicos de Barrio– platican ese temor que nadie quiere mencionar en público: ¿juntar a siete u ocho grupos de cumbia y a miles de cholos de diferentes barrios en un solo lugar?, ¿eso no es una invitación al desastre? Dimas los calma: no va a pasar nada, ya no, ya pasó ese tiempo… Y sonríe después de comer unas mollejas en el bufet de Las Pampas. Sabe que a él le achacaban eso de alebrestar a las bandas para que se dieran macizo.
En la Explanada toca Tropicalísimo Lobo cuando un vato con pinta de pachuco –lente oscuro, sombrero, cabello largo, camisa blanca sin mangas y pantalón negro y holgado– se cruza la reja que divide al público de la prensa. Seguridad lo detiene. Él se aferra a acercarse, quiere tomar una foto, argumenta con señas a su cámara porque las palabras se diluyen en la ebriedad. Insiste. Llegan elementos de la policía municipal y lo regresan a empujones con el público donde las morritas se trepan a las rejas y les preguntan a los músicos y bailarines que ya tocaron si se pueden tomar una foto con ellas.
En la zona VIP la gente baila entre sillones tipo lounge. En el área general se baila en bola o en pareja o los camaradas toman y ven qué morrita pueden cazar. Miran, se acercan, tocan, levantan polvo. O los rechazan. Pero hay vatos aferrados y compas que defienden a las chavas. Intuyo peleas que no se concretan.
Los pleitos eran el sello de los bailes. ¿Cuál es el sello de la cumbia lagunera?, le pregunto a Pedro Ortiz, saxofonista fundador de Tropicalísimo Apache y de Lobo. No hay como la cadencia, responde, no hay como agarrar a la ruca y bailar, de eso se trata. Pedro sonríe y tiene gusto por contar su historia como creador de El Apache –así le llaman él y sus hermanos Arturo e Inés–.Tiene 65 años que albergan la historia de la cumbia en La Laguna. Trae un collar de oro con el nombre de Tropicalísimo Lobo (la última letra forma la imagen de la cabeza del lobo).
Pedro Ortiz dice que al principio tocaban música gringa: disco o rock suave. Después vino lo tropical. Menciona a Rigo Tovar como uno de los pioneros de la cumbia en México. Pero, señala, la música lagunera tiene una gran diferencia con las sonoras colombianas y demás cumbiamberos surgidos en los 70: Apache usó una batería en vez de timbales y marcó el ritmo con el izquierdo; ahí nació la música lagunera, asegura, y a eso se le llama tropical.
Las versiones de por qué Pedro Ortiz dejó Tropicalísimo Apache, que fundó con sus hermanos Arturo e Inés, para empezar Lobo con sus hijos son diversas. Pedro las resume en que preferiría empezar algo con sus hijos y darles una nalgadita a mis hermanos y, órale, cuiden el negocio, finaliza.
Me vuelvo a topar a Iván que me pregunta ¿todo bien, Nazul?, todo chido, contesto, aprovecha, sácales lo que puedas a todos, ya les dije que te traten bien, sírvete. Se trata de la histórica hospitalidad lagunera.
La Comarca mi cumbión
Chicos de Barrio inicia con un popurrí de casi 20 minutos que enciende al público que salta y baila sobre la grava y el cementerio de latas de cerveza. Susana Ortiz, vocalista de Chicos, canta en medio del escenario en un atuendo negro como todos los del grupo. Mira al público con el mentón levantado y un pelazo rizado echado para atrás. Saltan en columnas de fuego al borde del escenario. Le siguen juegos pirotécnicos en el cielo negro y lampiño de Torreón. Dimas salta y canta. Lente oscuro, gorro, playera negra con las palabras estampadas en tinta dorada “Dios conmigo quién contra mí”. Así canta “Ay, yo vengo de la Comarca… Nos gusta hacer el paro/ aunque seas un extraño/ si te damos la confianza/ no te vayas a ir al baño./ Ande no, así hablo yo,/ 45 grados llegamos al calor./ Las morritas están chidas,/ los vatos son felones,/ en mi tierra así se dan/ las sandías y los melones./ Si algún día le caen/ mi cantón es tu cantón./ Recuérdalo mi compa/ esto es mi Torreón…Ay, yo vengo de la Comarca”. Y entonces, en medio de los brincos, de la cerveza que salpica durante el baile, entre la raza, el barrio, en medio de esa Laguna seca, en el estruendo y el cumbión, el ruido y la furia, me doy cuenta que Dimas Maciel toma como estandarte a Torreón , a La Laguna, y lo canta desde hace 20 años…
Apache tiene canciones como “En La Laguna” y “Cumbia Lagunera” que enaltecen a la ciudad y al orgullo local. Pero Dimas, de Chicos de Barrio, explota el orgullo a otro nivel: escribe de lo cotidiano, del cholo que se va a Estados Unidos a jalar, de los que se quedan a chingarle en la línea de la maquila, del barrio donde crecieron él y sus amigos; escribe de sus hommies, escribe de cada persona que ha pisado el centro de la ciudad y ha sentido el sol matón y ha olido el aroma a cloaca mezclado con la fritanga y los guisados de las gorditas.
Frente a las luces y las bocinas, mujeres en tacones y minifaldas, jeans y accesorios brillosos se aprietan contra la reja, levantan las manos, no bailan todavía –es poco el espacio y mucho el deseo– pero cantan cuando Alicia Sifuentes pronuncia “¿Dónde estabas, qué rincón de este planeta sin saber lo ocupabas demorándome los besos que faltaban?”, las mujeres lo recitan como un mantra: con sus ojos entrecerrados, con un movimiento de brazos, de pies y de cadera.
Desde 1995, con el primer disco que grabaron en Los Ángeles, California, los Chicos de Barrio pegaron durísimo en la escena local de la Comarca. Es curioso: se fueron a Estados Unidos a grabar cuando las maquiladoras estaban por llegar a La Laguna.
Y no sólo las letras conectan con el público. Los músicos y su atuendo de cholos, al menos durante los 90 y principios del 2000, cuando Chicos optó por la ropa holgada en vez de los trajes de señores como los usan Tropicalísimo Apache. Era el tiempo cuando la quebradita iba para abajo y la cumbia para arriba, me dice El Zorro. O cuando la cumbia estaba virgen, me dicen Iván y otros músicos como Yiyo Nájera, exintegrante de Chicos de Barrio. Iván Jaramillo me reveló que la ropa del músico es como un traje de astronauta: se la pone para trabajar y volar, pero cuando regresa a su casa tiene que bajar avión, quitarse esas garras y darse cuenta de que sigue siendo el mismo; se quita su traje y vuelve a la tierra. Pero los Chicos parecían los mismos vatos del barrio trepados en el stage. No había distinción entre público y artista: mismos pantalones anchos y playeras de equipos de básquet traídos del Gabacho a la fayuca o por familiares del otro lado o por pequeñas tiendas de importación.
Esos pensamientos me llegan a la cabeza cuando Dimas grita quieren más o les traigo una despensa, y la raza se ríe. Así es Dimas: arrebatado, desinhibido, carrillento, conecta con el público de manera inmediata, cotorrea como ningún otro frontman de las agrupaciones lo hace. Esa actitud y la ropa rompen el muro entre el público y los músicos. Son lo mismo. Vienen de donde mismo. Somos cumbia.
Después del popurrí y canciones como “Mucha lucha” –el tema que fue compuesto por Chicos de Barrio para la caricatura homónima transmitida a toda Latinoamérica por Cartoon Network– que dieron fama internacional a la cumbia lagunera, los Chicos tocaron un homenaje a Juan Gabriel.
El que no brinque no se va pal cielo, dice Dimas quien al menos de unos seis años a la fecha se convirtió al cristianismo.
Esta noche todos los que venimos al Kumbiero somos creyentes de ese sonido de sabor inefable que amorosamente nombramos cumbia.
La cumbia es deseo
¿Todo bien, Nazul?, sírvete, hay cerveza, dice Iván. Todo joven músico que ya terminó de tocar o fanático en el público trae una lata o un vaso en la mano. Así se entona el cumbión.
Desde que vivo en Saltillo, todos mis amigos de La Laguna se burlan: allá no hay mujeres chidas, dicen. O sí pero no en abundancia como en la Comarca, complementan. Y luego mencionan mezclas genéticas, herencias históricas, hipótesis que rayan en el prejuicio, la fantasía, el orgullo y la típica rivalidad entre Torreón y Saltillo. Lo que sé de cierto es que la noche del Kumbiero las mujeres bellas brotan por toda la pista. Y lo que quiero creer, aunque sea mentira, es que la cumbia embellece. Ése es el secreto mejor guardado de La Laguna.
Encuentro correspondencia entre esta intuición y lo que me platica Arturo Ortiz, voz, director musical y fundador de Tropicalísimo Apache, el grupo clave de la cumbia, el que inició el movimiento tropical en la Comarca: lo que hay en la música del Apache es el deseo.
Lo importante en la cumbia es la pauta, el ritmo, el estilo, me dice y luego entona un estribillo de una canción inédita, después otra frase que responde. Tesis, antítesis y síntesis. Es el método creativo. Desarma una canción en diversas líneas melódicas hasta que encuentra las frases. Es decir, viaja por los tonos hasta que encuentra la correspondencia entre la letra, el sentimiento y el ritmo. Porque como dice Arturo Ortiz lo sentencia: las canciones se acaban, pero el ritmo no. En esto radica el éxito y la trascendencia de Tropicalísimo Apache, a quienes en los 80 apodaban los Beatles laguneros: la creación del ritmo tropical.
El Kumbiero finaliza con Tropicalísimo Apache. Es curioso: nos encontramos con el origen al final de la noche. O quizá sólo sean pensamientos aleatorios que buscan racionalizar algo inasible y salvaje como el cumbión. De cualquier manera el plato fuerte, el grupo con mayor trayectoria e influencia aunque no ha sacado un nuevo disco en al menos 20 años, es el Apache. Suena la bulla machín del público que ha crecido con estas canciones. Quizás algunos adolescentes que ahora bailan fueron concebidos al ritmo de “La hierba se movía” o después de un baile, quién sabe, los designios de la cumbia son inescrutables.
“Hay cosas que no se olvidan en nuestra vida/ hay cosas maravillosas como recuerdos de nuestra vida”, canta Arturo y sigue con himnos locales –aunque toda canción que se anide en el corazón debería ser considerada universal– como “Viento”, “Las palabras”, “Volar y volar”. Canciones que manifiestan el amor y el deseo que se alimentan con el tiempo; es decir, la poética en estado bruto de Arturo Ortiz.
A estas alturas nadie sospecharía que el mismo Arturo tuvo que pagarle a sus hermanos y acompañantes de Banda Apache para grabar un demo de cumbias a inicios de los 80. Los músicos no querían tocar esa música, ellos tocaban jazz, soul, música con alto grado de dificultad, decían, pero Arturo los convenció después de conocer al representante de Rigo Tovar, quien le aconsejó que se cambiaran al incipiente género tropical. Lo hicieron pero a su manera: cambiando la importancia de algunos instrumentos como los metales, la batería y el güiro.
Tropicalísimo Apache sigue tocando. Las cervezas fluyen. Enrique Fabian me comenta que el Kumbiero Fest se replicará en otras ciudades. Está convencido de que este sonido y el talento de los músicos tiene que darse a conocer en más lugares. La trayectoria de Enrique lo respalda para cargar con el peso de una empresa como ésta. Es de los responsables de que el pasito duranguense se expandiera en todo México. Su hermano Martin fue uno de los agentes y promotores de aquellos grupos y otros como Los Tucanes de Tijuana. Las expectativas son altas. Y el viaje de la cumbia será largo.
Nuestra búsqueda no finaliza cuando topa con lo inefable. Al final del baile uno puede encontrar el amor, la pasión, el desastre o la tragedia. De cualquier manera quedan el sueño lagunero y la enseñanza. Es mejor bailar y caracolear entre los brazos morenos de una cumbia para disfrutar el breve amor de esta tierra.
*Nazul Aramayo. (Torreón, Coah. 1985). Es coeditor en Vanguardia. Autor de la novela Eros díler (Jus: 2012) Ha sido becario del Programa Estatal para la Cultura y el Desarrollo Artístico de Coahuila (PECDA) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en el área de Jóvenes Creadores. Ganador del XXIX Concurso Literario Nacional “Magdalena Mondragón” en el género de cuento. Ha publicado cuentos y crónicas en diversos medios como Revista Replicante y Revista de Coahuila. @erosdiler