El asilo Trinidad Narro de Maas, uno de los pilares de la filantropía en Saltillo que derribaron para construir casas y una escuela

Historias de Saltillo
/ 27 septiembre 2024
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A finales del siglo XIX se construyó este albergue que dio refugio temporal a las mujeres mientras encontraban una familia. Fue derribado en la primera mitad del siglo XX. Esta es parte de su historia.

No lo había escuchado nombrar. No diría que es de las imágenes más representativas de la ciudad. Y cuando vi fotografías del lugar, caí en ese absurdo frecuente que reza que no se parece a nuestro terruño, que cómo va a ser Saltillo con esa inexacta estética extranjera, y por supuesto que no coincide con el recuerdo vetusto —quizá hoy más imaginario que auténtico– de aquella capital semimoderna, pseudolondinense, cuasiombigo del mundo que hoy llamamos Little Jump.

Me refiero al asilo Trinidad Narro Maas. También lo encontré como el orfanato para niñas pobres. O el internado de para mujeres de Trinidad y Henry. Una institución que nació a finales del siglo XIX con la misión de dar refugio temporal a las mujeres de la época mientras encontraban una familia. Un edificio que fue derribado a mitad del siglo XX. Un lugar del que, insisto, no se habla lo suficiente.

Por eso aquí está un poquito de su historia. Para que más gente la recuerde o la descubra. Y porque, para ser congruente con algunas obsesiones que he vertido en estas páginas, me gusta conversar con las cosas muertas.

El primer testigo de este sitio lo encontré en el libro “Saltillo, imagen y memoria”, del historiador Carlos Recio Dávila, que recoge las tarjetas postales de 1900 a 1914. La información del edificio aparece en las páginas 118 y 119, en donde se ve:

$!Esta imagen forma parte de las proto-tarjetas impresas en Saltillo durante la llamada época de oro, que abarca de 1900 a 1914. La introducción del libro señala, además, que de 1900 a 2022 en la ciudad se llegaron a imprimir hasta mil ejemplares distintas técnicas.

“Desde un ángulo de tres cuartos de perfil, lo que permite distinguir una ventana del sótano y una parte de la planta baja, además del primer piso, todo en un estilo sobrio con reminiscencias neoclásicas. No obstante, la construcción contaba con columnas lobulares estilo neogótico de sillar blanco. En el jardín se observan árboles de distintas alturas y otras plantas. En la parte frontal del edificio posan varias niñas y mujeres adultas”.

La postal fue impresa entre 1902 y 1903, distribuida por Augusto Gossmann. La técnica de impresión es una fototipia en blanco y negro. Pero escrito a mano, aparece más información. El remitente firma como G. Hernández y la envía a Isabel Castillo de Silva, en Santa María del Río, en San Luis Potosí. El mensaje manuscrito dice:

“Mi querida tía: Recibí su tarjeta y muchas gracias por lo que me mandó. Su ahijado que la quiere”.

Volviendo al tema del asilo, el nombre evoca al matrimonio formado por María Trinidad Narro Rodríguez y Henry Mass.

$!La historia local los menciona como personas que siempre estuvieron interesadas en invertir en obras que trascendieran el tiempo y beneficiaran a las personas con más necesidad.

En el libro “Nacidos Ilegítimos. La Nueva España y México”, editado y publicado por El Colegio de Michoacán y la Universidad Autónoma de Coahuila, las historiadoras María Guadalupe Sánchez de la O y Denisse Alisa Palomo Ligas, refiere que la pareja se casó en 1855. Esto gracias a un documento digitalizado en el sitio Family search.

$!El registro muestra, según la página, varios registros nupciales, entre ellos la unión eclesiástica de Henry y Trinidad.

El dato contrasta con otras fuentes como el Diccionario Biográfico de Coahuila, publicado por Arturo Berrueto González, que indican que Henry llego a saltillo hasta 1870.

Las investigadoras coinciden, y otras documentos lo reafirman, que a partir de la unión ambos destinaron parte de sus fortunas a la beneficencia.

Algunas de las obras que se les atribuyen son el Hospital Civil, la Escuela de Artes y Oficios, el asilo del Buen Pastor, y el financiamiento para la construcción del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.

“La señora Trinidad Narro Rodríguez fue una mujer distinguida que trabajó a favor de los desprotegidos”, precisa el libro en donde colaboraron Sánchez y Palomo.

María Trinidad fue hermana de Antonio. Este último emprendió el plan para comenzar la Escuela Regional de Agricultura Antonio Narro. Ella destinó 558 mil pesos de la época para ayudar a que existiera este centro de estudios que hoy es la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro (UAAAN).

Un detalle tal vez menor, pero que no pasa inadvertido, es el apellido de Henry. Varía su escritura. En las notas al pie de página de los “Nacidos Ilegítimos”, se detalla que en su acta de bautismo aparece la versión “Maas”. Lo mismo ocurre en el Diccionario de personalidades. Sin embargo, en otros documentos oficiales y publicaciones, aparece la grafía “Mass”. En este artículo las citas se ciñen a la fuente que lo mencione.

Retomando las imágenes. El segundo y tercer testigo que encontré fue justamente gracias a un libro en el que Gutiérrez Cabello fue curador: “Imágenes e historias del Saltillo de 1900”. La colección se vale del fondo fotográfico de la Ferretería Sieber.

$!Fondo Fotográfico de la Ferretería Sieber.

No es casualidad. Cuando Henry Maas llegó a la ciudad, realizó varias sociedades comerciales. Como parte de esos lazos estuvieron los negocios con Clemente Sieber, fundador de la emblemática tienda.

La foto original convertida en postal e incluida en el libro de Recio Dávila es parte del acervo de la ferretería. En ella se distinguen con más claridad a las personas en el pórtico y las escaleras.

Pero en las páginas centrales del libro aparece una foto diferente a blanco y negro. Es una toma frontal de la fachada del asilo con algunas personas. Esta es mucho más nítida que la postal anterior.

$!Esta imagen, por cierto, forma parte de una colección de edición limitada que Vanguardia publicó en julio de 2023 para festejar el 446 aniversarios de la ciudad.

A ras de suelo se ven lo que parecen ser las sombras de dos personas varias hojas que sugieren un otoño.

En la parte central se ve una fuente con agua. En medio se alza una la estatua, quizá tallada en piedra, de una niña con un vestido y una pañoleta en el cabello.

Un poco más atrás hay 18 personas. 15 de ellas son niñas o jovencitas que llevan largos atuendos oscuros. Tres más aparentan ser adultos. Dos de ellos podrían ser Trinidad y Henry.

Del lado derecho se aprecia un enorme árbol que, en comparación con la escala humana, supera los 10 metros de altura.

Al fondo, tenemos la fachada del asilo: la escalinata que conecta con el pórtico, una amplia puerta con bancas a los costados, cuatro ventanales en la planta baja, las columnas. Y aunque desde la perspectiva de quien observa están parcialmente obstruidas por el enorme árbol, hay siete ventanas en forma de arco en la planta alta.

El lugar abrió sus puertas, dice Gutiérrez Cabello, en 1899. Se encontraba entonces en la calle Guillermo Purcell, entre Melchor Múzquiz y Juan Álvarez. Tenía tenían dormitorios, comedor, salones de clase, una “bien dotada enfermería”. Algunas publicaciones incluyen en la descripción una huerta, otras un patio. No queda claro si eran el mismo espacio o no.

Por la apariencia de la casona, podría decirse que era una mansión. El maestro Ariel también la llama así, y añade que fue erigida en al de 1880. Le perteneció primero al coronel José María Garza Galán, quien gobernó Coahuila de 1885 a 1889.

“El inmueble se le conoció popularmente como ‘La Casa Pinta’, nombre dado no por sus colores, sino porque era utilizado por el Gobernador para sus parrandas e irse de pinta (faltar a sus obligaciones). Garza Galán era de pocas virtudes, afamado mujeriego, poseedor de un espíritu de fiesta incansable, el coñac, la alegre música y el poder que ostentaba el gobernante hicieron a esta bella vivienda el perfecto escenario para innumerables pachangas que a menudo efectuaba con amigos, funcionarios, sin faltar la compañía de prostitutas, a expensas del erario”.

Fue el exgobernador quien, luego de no ser reelegido, le vendió la propiedad a Henry y Trinidad.

Pero como ocurre con frecuencia, la muerte nomás llega y no respeta nada más. El filántropo murió el 15 de marzo de 1911. Su esposa Falleció el 4 de mayo del año siguiente. Ambos dispusieron en vida que sus cuerpos fueran enterrados en los terrenos del asilo y ocurrió tal cual.

El orfanato continuó operando incluso después de esto, ya que desde su inauguración se instituyó un patronato integrado por personas destacadas de Saltillo. Pero hacia la mitad de la década de 1960 este órgano eligió cesar operaciones, cerrar las puertas y vender la propiedad.

Construcciones como esas no se ven más hoy en día. Un testimonio publicado en Vanguardia y atribuido a Jesús Garza Arocha, fundador de Saltillo Tile, indica que algunos de los materiales de la casa (columnas de hierro fundido y ladrillos) fueron vendidos a un particular en Nueva Orleans, en Luisiana, Estados Unidos y transportadas en ferrocarril hasta ese destino.

Gutiérrez Cabello narra durante los trabajos con maquinaria pesada para derrumbar la casona, se perpetraron las tumbas de los finados e incluso sus restos quedaron expuestos. De ahí que sus familiares tuvieran que reubicar sus restos en un cementerio local.

La historia siempre deja huellas. Aunque no siempre se ven a simple vista. Para aprender a verlas, para encontrarlas, hace falta estudio, técnica, paciencia, curiosidad, instinto. Como carezco de eso, pregunté a varias personas qué ocurrió con ese lugar, qué hay ahora donde antes de alba el asilo, cómo lo trató la modernidad.

A la usanza saltillense, el terreno fue vendido a particulares que fraccionaron para construir casas. Se crearon dos nuevas calles que hoy atraviesan el terreno original y les dieron el nombre de Henry Mass y Trinidad Narro.

Lo que pudiera llamarse el corazón de aquel lugar, cerquita de donde el edificio se alzaban, hoy está el Jardín de Niños Luis Beauregard.

Las palabras que aventé al principio sobre que no lo conocía eran ciertas. Y lo de que las imágenes que preservan su identidad no son las más conicidad están más arraigadas en mi ignorancia que en un punto de visto objetivo. Pero sostengo que esta historia puede servir para revalorar lo que somos, apreciar la riqueza de nuestras raíces, evocar los nombres de quienes le han dado algo a Saltillo.

Y porque, terco, me gusta conversar con las cosas muertas.

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